Dom
3
Ene
2010

Homilía Segundo Domingo después de Navidad

Nos ha regalado el ser hijos en el Hijo

Introducción

Por el himno de acción de gracias y de alabanza que es el prólogo del evangelio de Juan, sabemos que Jesús de Na¬zaret fue anunciado en la Iglesia primitiva desde un primer momento como la Pala¬bra de Dios encarnada para la salvación de los hombres. ¿Cómo llegaron a esta conclusión aquellos cristianos?  Las palabras y la actuación de Jesús mostraban una singular unidad con el Padre en su amor por los seres humanos. Esto impactó a los cristianos. Y «nosotros» –dice taxativamente la comunidad de Juan– lo hemos «visto», a pesar de que no fueron directamente testigos presenciales de la vida de Jesús. Así pues, experimentaron que la encarnación de la Palabra en un hombre es redentora y salvadora, que la humanidad misma de Jesús es ya ahora gracia abundante de Dios entre nosotros. Ése es obviamente el entusiasmo fundamental que movía a la comunidad joánica a hacer su confesión de fe en el himno del Prólogo.

    La historia de Dios comunicando su vida salvadora a los seres humanos no ha terminado. Empezó con la creación del mundo. Llegó a su plenitud con Jesús de Nazaret; y, una vez muerto y glorificado éste, es el Espíritu santo el encargado de transmitir a los creyentes esa Palabra. Pero la encarnación en un hombre concreto, Jesús de Nazaret,  nos ha enseñado el estilo de ser y de hablar de Dios: la Palabra habla a los hombres a través de los hombres y al modo de los hombres. Desde que apareció Jesús, «lo humano» es el medio de la revelación y de la actuación salvadora de Dios, el lugar donde se encarna la Palabra de Dios. Por eso, hoy somos los «humanos» creyentes los  llamados a transmitir la Palabra de Dios. Y lo mismo que esa Palabra es vida y salvación,  nosotros tenemos la misión de salvar a los humanos y dar vida allí donde hay sufrimiento y carencias humanas.