Ene
Homilía Segundo Domingo después de Navidad
“ Nos ha regalado el ser hijos en el Hijo ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Dios no es un ser solitario, sino que se comunica y salva
A menudo tenemos una idea equivocada de nuestro Dios al considerarlo un ser solitario y encerrado en sí mismo. Pero nada más lejos de la realidad; su esencia es comunicarse. Eso es la Palabra: Dios comunicándose a los seres humanos para transmitirnos la vida que Él posee. Y esa vida es salvación para los hombres. Dios tiene, pues, la iniciativa salvadora: busca a los hombres antes de que los hombres lo buscaran a Él.
Y la Palabra se hizo un hombre. Dios se ha manifestado en Jesús como un Dios de los hombres y para los hombres
Desde siempre, Dios habló a los humanos a través de la creación. En ella experimentaron los hombres la acción salvadora de ese Dios. Pero hace dos mil años se produjo un acontecimiento sin igual en la historia de la comunicación divina: la Palabra de Dios se encarnó en un hombre: Jesús de Nazaret. Los primeros cristianos cantaron el himno que es el prólogo del evangelio de san Juan después de haber tenido con Jesús el Cristo una experiencia que cambió sus vidas, porque vieron en él, un simple hombre, de origen humilde, de padres conocidos, la encarnación y manifestación humana de la Palabra de Dios (de la gloria de Dios). El prólogo declara que los creyentes «vieron su gloria» en cada momento del hacerse hombre Jesús.
La encarnación de la Palabra marca un cambio radical en el modo de la comunicación de Dios. Ahora la manifestación divina tiene un rostro humano: Jesús de Nazaret. Jesús es el que permite superar la impo¬sibilidad de ver a Dios. Y a través de la Palabra encarnada sabemos que ese Dios es un Padre, como se nos dice en el último versículo del prólogo y en la carta a los Efesios que hemos leído hoy.
Pues bien, el modo de ser y de hacerse hombre Jesús de Nazaret se convierte para los cristianos en el modelo de vida como hijos de Dios. Si la Palabra hecha carne en un hombre es la manifestación definitiva de la bondad salvadora de Dios hacia los humanos, esa Palabra también es el modelo de respuesta fiel y agradecida del hombre a Dios. En Jesús no se ve defraudada la arriesgada con¬fianza que Dios ha depositado en los humanos. Pues bien, este modo de hacerse hombre Jesús no fue nada “espiritualista”, sino muy pegado a la tierra y a la sociedad de su tiempo. De hecho lo mataron porque tal modo de hacerse hombre resultaba sumamente incómodo para los poderosos de aquel tiempo.
En Jesús la Palabra viene también como vida para los hombres; pero ¿de qué vida se trata?
Nuestra cultura ensalza sobremanera el vivir la vida. Pero la vida que se anhela y que se vive hoy se reduce a la que proporciona el abundante consumo. No se considera “vivir la vida” atender a los enfermos, compartir con los necesitados, acompañar a los ancianos o alabar a Dios. Sin embargo, esas acciones sí formaron parte preferente del modo de vivir de la Palabra hecha un hombre, Jesús de Nazaret, quien no dudó en afirmar: «Yo soy la Vida» (14,6).
¿Cómo y dónde «pronunciar» hoy esta Palabra de Dios?
Como hizo Jesús de Nazaret en su tiempo, hoy nos dirige Dios su Palabra por medio de los seres humanos, sobre todo de los más desfavorecidos de la sociedad. En ellos se encuentra Dios hablando, preguntado, interpelando y pidiendo a gritos su liberación. Las tinieblas que produce el hombre de la sociedad de consumo son distintas a las que generaron el imperio romano y las clases adineradas en Judea y Galilea en tiempos de Jesús, pero no por eso son menos crueles. El hambre, las enfermedades, el analfabetismo y la pobreza en una gran parte de nuestro planeta y las estructuras que lo producen no pueden dejarnos indiferentes a los que nos llamamos cristianos, si es que deseamos acoger la Palabra, la luz, el ser hijos de Dios y, por tanto, disipar las tinieblas del dolor y del sufrimiento de nuestros hermanos los hombres.
Un aliento de esperanza: la luz triunfará sobre las tinieblas
Si la encarnación de la Palabra en Jesús de Nazaret muestra el compromiso adquirido por Dios para llevar a cabo la plena salvación de los seres humanos, la victoria de «Jesús–luz» no acarreó la eli¬minación inmediata de la muerte y de las otras tinieblas. Vemos que todavía las sombras del dolor se ciernen sobre muchas personas de nuestro mundo. El conflicto entre la luz y las tinieblas que produce esta sociedad de consumo se mantiene en pie, pero, según el prólogo de Juan, el triunfo de la luz es seguro. Ésta es nuestra esperanza, pero también nuestra misión. Porque Dios nos revela con su Palabra lo que es Él, allí donde los seres humanos son liberados de sus sufrimientos y desgracias.