Ene
Homilía II Domingo de Navidad
“ Para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama ”
Pautas para la homilía de hoy
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
Las lecturas de este domingo, en sintonía con el tiempo litúrgico que celebramos, ofrecen un mensaje teológico de particular relevancia que podríamos resumir en dos ideas fundamentales de la fe y dogmática cristianas, tal y como se han configurado en los primeros siglos del cristianismo en confrontación con otras posturas teológicas posteriormente consideradas heréticas, a saber, de una parte, frente al adopcionismo, la idea de la preexistencia de Jesucristo a la creación, y de otra parte, en este caso frente a los gnósticos docetas, la idea de una encarnación verdadera. De la primera idea extraemos la consecuencia de que Jesús es verdadero Dios “no creado”, y de la segunda idea obtenemos la consecuente afirmación de la verdadera humanidad de Cristo; esto es, que Jesucristo es de la misma naturaleza de Dios Padre y de la misma naturaleza carnal del hombre, “en unidad sin confusión”, “con división sin separación”.
Establecida la dogmática cristológica de la cuestión, siempre nos queda por pensar la hermenéutica de la misma, o lo que es lo mismo, las consecuencias que estas afirmaciones cristológicas tienen para el cristiano, y para el hombre en general, no olvidando que cristología y antropología están profundamente imbricadas. A tal efecto, es pertinente para nuestro caso particular recurrir a la misma riqueza que la Palabra nos presenta hoy en estas mismas lecturas, pues en ellas se expresa que estas ideas cristológicas no sólo afectan o implican a Jesucristo, sino que, a través de él, nos alcanzan a nosotros.
Así, San Pablo afirma: “Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos”. Si Jesucristo es pre-existente, en él estamos pre-destinados. Esta predestinación del hombre implica una actitud y disposición en nosotros: es una llamada, una llamada profunda del hombre increado al hombre creado a vivir conforme a ese destino. A vivir el presente como tiempo de gracia en la verdad, pues “de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia… la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo”. A vivir nuestro presente orientado por nuestro futuro, o lo que es lo mismo, orientado y determinado por la esperanza, pues nos ilumina para “que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama”.
Vivir en la esperanza es clave en el mensaje de este domingo para nosotros y nuestro mundo, y no puede comprenderse la vida del cristiano desde otra perspectiva ni tampoco su implicación en la creación de su historia. Pues vivir en esperanza es una exhortación a construir nuestro mundo, la historia de los hombres teniendo en perspectiva el reino que el Jesús encarnado y viviente en nuestra morada ha venido a traer. La esperanza no es un patrimonio particular de los cristianos; por el contrario, es patrimonio de toda la humanidad, creyente y no creyente, y buenas y fructíferas muestras de ello tenemos en el pensamiento más constructivo que ha generado el hombre, pues, es todo hombre y no sólo los cristianos, los que somos concebidos bajo esa esperanza. Lo que caracteriza la esperanza cristiana es que está fundada en la Palabra, una palabra que siendo promesa, se ha hecho realidad carnal en la historia de los hombres: promesa en el pasado, anticipada al haber sido hecha carne en nuestro presente, o lo que es lo mismo: que, sean cuales sean las circunstancias, las cosas pueden ser de otra manera conforme a la verdad. Dostoievsky afirmaba en los “Hermanos Karamázov”, en una célebre cita, que “si Dios no existe, todo está permitido”, que podríamos interpretar como que si Dios no existe, todo es posible, no hay impedimentos ni metafísicos, ni morales… Pero a esta cita, bien podemos contraponer otra afirmación, a saber, que, si Dios se ha hecho carne, un mundo nuevo es posible, ya en esta tierra. Si Dios se ha hecho carne, la finitud de la carne ya no es impedimento para construir un mundo más allá de la mera utopía, pues lo que parecía imposible (concebir a Dios trasmutado en nuestra finitud y limitación carnal) se ha producido y ha roto las fronteras de lo posible-imposible, de lo razonable-impensable.
Para ello, el que es la Sabiduría nos ha dado gracia para conocer y vivir en la verdad; el que es luz verdadera, nos exhorta a vivir en la luz. Cuales sea que fueren las circunstancias, sólo quien vive en la verdad rechazando la mentira; sólo quien vive en la luz, rechazando la oscuridad, puede comprender qué es vivir en la esperanza; y, comprendiéndola, hacerla posible, anticiparla, pues el reino de la luz sólo se construye desde la verdad.
A tal respecto de este reino a construir a que nos exhorta esta esperanza que ya ha anticipado el futuro, la segunda idea dogmática tiene otro mensaje muy importante que no debemos olvidar: el que si “el Verbo se hizo carne”, fue para salvar también a la carne: el reino de Jesús no es un reino de almas más allá de las fronteras de la muerte y de este mundo. Es un reino para todo hombre y para todo el hombre, en la realidad carnal que lo constituye. Por eso, la encarnación lo ha iniciado aquí, para que comprendamos que remite ya al hombre actual en toda época: no hay esperanza posible para este mundo ni para ningún mundo futuro más allá de nuestra posibilidad de conocimiento, si esa esperanza no la actualizamos hoy en cada hombre de carne que fue predestinado a la vida plena desde su concepción.
Este mundo, esta historia, y esta carne es la morada que se nos ha dado y Dios ha venido a ella: dejémosle pasar, pues ha traído la esperanza anticipadora del reino.