Abr
Homilía II Domingo de Pascua
Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)
“ Dichosos los que crean sin haber visto ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Poder del testimonio cristiano para una evangelización global.
En la 1ª Lectura llama la atención el énfasis con que el autor del libro de los Hechos celebra el dato estadístico de que “el número de los creyentes, hombres y mujeres, crecía y se adhería de día en día al Señor”, empujados por los signos y prodigios realizados por los apóstoles y por el testimonio de vida de los primeros convertidos. Según el mismo autor, “mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban”. Este crecimiento espectacular es celebrado a continuación recitando el Salmo 117 que recuerda las maravillas realizadas por Dios en medio de su pueblo “porque es eterna su misericordia”.
Todos hemos podido experimentar alguna vez cómo los ejemplos de vida poseen una fuerza de seducción y convicción muy superiores al simple enunciado de una doctrina o de un mensaje. Del amor se ha repetido con frecuencia “obras son amores y no buenas razones”. La fidelidad, hecha realidad, al mensaje de Jesús sobre el amor y la misericordia fue siempre, y lo sigue siendo ahora, el método más eficaz para fomentar el crecimiento de la Iglesia.
Gratitud al “amor misericordioso” de Dios
El Salmo 117, oración de gratitud que recitamos después de la 1ª Lectura, nos coloca a los cristianos dentro de las coordenadas espirituales con el que el pueblo de Israel celebraba habitualmente los grandes acontecimientos de su historia:
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
En este Salmo queda expresada de forma reiterativa y gráfica la visión teológica con que el pueblo de Israel alimentaba la fe de los miembros de su comunidad. Para ellos toda su vida era “gracia” de Dios, “amor” de Dios, “don” de Dios. Y en este sentido, toda su historia era una especie de “historia sagrada” en la que los acontecimientos se producían bajo la mirada y presencia de Dios. Éste es el género de espiritualidad que el Papa Francisco desea que recuperemos todos durante este Año Jubilar de la Misericordia.
Testimonio de la comunidad de san Juan
Completando la reflexión litúrgica de este domingo, en la segunda Lectura se mencionan las palabras iniciales del libro del Apocalipsis cuya lectura completa se extenderá durante los restantes domingos del Tiempo Pascual. En estilo apocalíptico se describe el origen y género de vida de las primeras comunidades cristianas, las que fraguaron y encarnaron el mensaje de Jesús en los ambientes judíos y gentiles de aquella época. Su forma de proceder ha de servirnos a nosotros de espejo en donde poder comparar nuestra forma de seguir a Jesús con la suya.
En el fragmento que proclamamos hoy como 2ª Lectura cabe subrayar las afirmaciones siguientes:
• a) El autor del relato se encuentra desterrado en la isla de Patmos por haber predicado la Palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús;
• b) se le ordena poner por escrito lo que haya podido ver de notable en las formas de vivir el evangelio por las comunidades visitadas;
• c) y se le ordena huir de toda clase de “temor”, pues el que “estaba muerto” vive ahora por los siglos de los siglos y tiene en sus manos “la llaves de la muerte y del abismo”.
“Dichosos los que crean sin haber visto”
El fragmento del Evangelio que proclamamos hoy discurre en torno a las dificultades y dudas que se les plantearon a los apóstoles y primeros convertidos a la fe en Jesús y de su Evangelio. La escena se realiza estando reunidos “los discípulos” en una casa “con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Es el miedo que tantas veces se ha producido en el seno de la Iglesia por las amenazas de los enemigos del Evangelio.
Lo primero que hace Jesús para ayudarles a superar ese “miedo” es saludarlos con la fórmula clásica: “Paz a vosotros”, repetida varias veces, y es que el anuncio del mensaje de Jesús ha de hacerse desde “la paz” y “la alegría” dirigidas al corazón de quienes buscan a Dios de verdad. Este saludo “pacífico” lo completa el evangelista con la indicación de que Jesús “exhaló” su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Éste os comunicará siempre la fuerza necesaria para superar el miedo y demás dificultades que surjan al “anunciar el Evangelio”.
Pero el redactor del relato es consciente de que las dudas y problemas que plantea la fe en Jesús y en sus discípulos no se agotan con lo descrito hasta el momento. La persona humana es “cuerpo y espíritu” y ambos elementos han de estar presentes en el acto de fe por el que compromete el futuro de una persona. Para responder a esa inquietud el escritor sagrado aprovecha el relato de la segunda visita que Jesús resucitado hace a los apóstoles estando presentes todos, incluso Tomás el mellizo.
Cuando éste llega a casa, se lamenta de no haber estado presente. Pero exclama que para entregarse en “cuerpo y alma” al Señor resucitado, necesita “oírlo y tocarlo”, “sentirlo” en su propia persona, cosa que Jesús le permite hacer en la segunda visita que les hace —estando de nuevo cerradas las puertas—, pero en la que Tomás se encuentra presente.
Jesús de nuevo les desea a todos “la paz”, y dirigiéndose al incrédulo le dice: “Trae tu dedo; aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Y a continuación le pregunta: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.» Esta sentencia se repetirá luego en la liturgia de este domingo como antífona del “Aleluya” y de la Postcomunión.
La circunstancia de que la celebración dominical del 2º domingo de Pascua coincida con el domingo de la “Misericordia divina” hemos de aprovecharla en la predicación para insistir en que tanto en los orígenes de nuestra vida cristiana, como en el transcurso de nuestra vida de fe, la “Misericordia de Dios” juega un papel fundamental. Sólo el amor de Dios explica y garantiza nuestra fidelidad a Él.