Ago
Homilía XVIII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)
Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)
Primera lectura: (Qo 1,2; 2,21-23)
Marco: Este libro forma parte de un itinerario que se va iluminando lentamente y con dudas y dificultades. Es un libro que hay que leer con cuidado dado su género literario peculiar: la diatriba.
Reflexiones
¡Inseguridad y volatilidad de la vida humana!
Vaciedad sin sentido, dice el Predicador, vaciedad sin sentido; todo es vaciedad... La expresión “vanidad de vanidades” es un superlativo; forma inclusión* con Qo 12,8 y constituye el marco natural de todo el libro y su estribillo más repetido. El hébel hebreo designa la vaciedad, la inconsistencia, el sin sentido. El autor somete a crítica a todos los valores antiguos que se consideraban como una bendición: sabiduría, trabajo, salud, riqueza, hacienda, fama, religiosidad, justicia, etc. y concluye que ahí no está la felicidad del hombre. El género literario utilizado es el de diatriba*. El autor de este libro singular dentro de la Sagrada Escritura se mueve entre dos polos importantes: la comprobación reflexiva de la experiencia humana, por una parte; y la profunda fe en Dios por otra. La dialéctica entre estos dos polos explicaría el estilo de diatriba que adopta para componer su obra. La experiencia humana demuestra, con desconcertante tozudez, que está destinada a la muerte. Y la muerte se presenta como un despojo total. Y esto deja al descubierto la dura realidad de que la vida humana es muy frágil, efímera y amenazada constantemente. En el proceso pedagógico de la revelación, el autor invita a tomar en serio la experiencia humana con sus limitaciones y carencias y con sus riquezas, ya que el autor concede ciertas ventajas a la sabiduría, al trabajo diligente, a la riqueza provechosa o a la religiosidad moderada. No consigue la solución definitiva, porque todavía no es el momento. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol? Ante la comprobación desoladora de la realidad, el autor de este libro afirma que el hombre puede disfrutar moderadamente de los bienes que posee, pero siempre bajo la mirada de Dios. En el último capítulo podemos leer: Conclusión del discurso: Todo está oído. Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque en esto consiste ser hombre. Pues Dios juzgará todas las acciones, incluso las ocultas, para ver si son buenas o malas (Qo 12). La reflexión realizada a lo largo de la misma está dirigida por un valor superior, es decir, el temor de Dios.
Segunda lectura: (Colosenses 3,1-5.9-11)
Marco: El contexto es una sección sobre la nueva vida en Cristo: exigencias que se desprenden del compromiso cristiano y unas recomendaciones para la vida familiar.
Reflexiones
1ª) ¡El hombre está llamado a un destino que desborda los límites del tiempo y del espacio!
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios... El autor de la carta comparte la convicción de que el creyente, por el bautismo y la fe, ha participado ya de la resurrección de Cristo. Es una participación real aunque sacramental todavía, no plena y definitiva. En consecuencia, hay que vivir intensamente el presente pero con la firme esperanza del futuro glorioso. El autor invita al creyente a realizar un itinerario que le conduzca a la posesión final de la gloria. Pero ya en medio de este mundo es testigo de esta realidad que se le ha ofrecido por medio de Cristo. Dos actitudes fundamentales quiere subrayar de modo especial: la realización de una vida nueva y la tensión permanente propia de la esperanza. El final glorioso es seguro si se mantiene la fidelidad constante y perseverante. Dios es fiel a su palabra, pero el hombre ha de responder libre y fielmente también: Gemimos en nuestro interior suspirando porque Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo. Porque ya estamos salvados, aunque sólo en esperanza; y es claro que la esperanza que se ve no es propiamente esperanza, pues ¿quién espera lo que tiene ante los ojos? (Rm 8, 23-25). Si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, toda vez que si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él (Rm 8,17).
Evangelio: (Lucas 12,13-21)
Marco: El contexto recoge un tema muy lucano: el peligro de las riquezas y la necesidad del desprendimiento para el seguimiento de Jesús. Lucas insiste que, para Jesús, las riquezas y la abundancia de bienes no proporcionan la vida al hombre.
Reflexiones
1ª) ¡Es necesario acertar con la clave que proporciona la felicidad del hombre!
Guardaos de toda clase de codicia. Alguien que se siente injustamente tratado en asuntos de herencia se acerca a Jesús para comprometerlo en un quehacer de árbitro entre los hermanos. El hecho podía muy bien haber sido real (como nos enseña la experiencia diaria). Pero una vez más, Jesús se limita a su tarea. Él no ha venido a este mundo para dirimir cuestiones económicas entre contendientes. Pero aprovecha la ocasión para ahondar en algo importante: ambos hermanos pretendían apoderarse indebidamente de la parte del otro. Y advierte severamente contra los peligros de la codicia. Lucas se entretiene en este asunto porque él mismo personalmente tiene su propia comprensión de las riquezas. De este modo recoge un testimonio de la vida de Jesús y expresa sus propias convicciones (cf. St 5,1-5). Es necesario estar alerta siempre contra la codicia que es una forma de idolatría. Esta escena evangélica tiene sentido muy vivo entre nosotros. En un mundo en el que los hombres se mueven por intereses materiales, los discípulos de Jesús son llamados a proclamar con sus gestos y convicciones el uso moderado de los bienes y mantener siempre la vertiente social de los mismos. Toda propiedad privada tiene, por su misma naturaleza, una función social.
2ª) ¡Hay más alegría en dar que en recibir!
Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha... En el aspecto narrativo, esta pequeña parábola es llamativa. El rico, ante la abundante cosecha, no tiene el menor sentimiento de solidaridad, sólo piensa en sí mismo. Jesús ha elegido este pequeño relato para transmitir su enseñanza sobre el sentido social de nuestros bienes y de nuestras vidas. Y Lucas ha sabido recogerlo de la tradición, inspirado en su propia fuente. El rico insensato ha olvidado que el hombre es señor de las cosas, pero sin dejar de ser solamente un administrador. El relato encaja bien en un mundo predominantemente agrícola como era la región de Galilea. El propio Lucas recoge en los Hechos una escena muy adecuada en cuanto al sentido, en este contexto: Es preciso trabajar para socorrer a los necesitados, teniendo presente aquella máxima de Jesús, el Señor: «hay más alegría o dicha en dar que en recibir» (Hch 20,33-35). Se trata de una bienaventuranza abreviada que no se encuentra en los relatos evangélicos, pero que Pablo cree que procede del propio Jesús. El rico necio no sabe encontrar el camino de la felicidad que, cuando se trata de dinero y de bienes, aumenta en la medida de la generosidad y del reparto que se haga de ellos. Los proyectos del rico se sustentan en frágiles presupuestos: la seguridad de una vida larga para disfrutarlos, olvidando que el propio don de la vida es un regalo que hemos recibido de Dios. Como padece la estrechez de corazón para la generosidad necesita amplio espacio para almacenar.
3ª) ¡El final del hombre, foco iluminador de toda su historia!
Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios. El hombre nunca ha sido totalmente autónomo, porque siempre depende de su Hacedor. No es dueño de su vida ni de su destino. Este principio recorre toda la historia de la salvación. El tiempo es un espacio para la realización de una tarea, pero no es final en sí mismo. El hombre es señor de la creación pero en la dependencia del Hacedor. Por tanto, todos los proyectos y cálculos que pretenda hacer han de estar supeditados a la decisión de Otro superior. Si los bienes tienen una función social, el rico no puede proyectar su vida prescindiendo de los demás y del Hacedor de todos. Una lectura atenta de la Escritura nos permite percatarnos y comprobar esta verdad elemental. El rico piensa que tiene la vida asegurada para muchos años, porque posee una abundante cosecha. La experiencia antigua enseña que acordarse del pobre es una bendición: Bendito el que se cuida del pobre y desvalido, en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor. Dichoso el que se apiada y presta (Salmos). Y otros muchos testimonios de los Libros Sapienciales: No niegues al pobre su sustento, no hagas esperar a los que te miran suplicantes. No hagas sufrir al hambriento, ni exasperes al necesitado. No aflijas al corazón exasperado, ni retrases tu ayuda al indigente. No rechaces la súplica al atribulado, ni vuelvas la espalda al pobre... (Sir 3,30-4,10). Los creyentes deben poseer un fino sentido social para ser testigos convincentes de Jesús en medio de nuestro mundo. No deben escatimar esfuerzos para enrolarse, según sus posibilidades, en cuantas acciones se emprendan para aliviar las estrecheces y carencias que padecen millones de hermanos nuestros extendidos por todo el mundo y que degradan la dignidad de la persona humana.