Ene
Homilía IV Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)
“ Él se puso a hablar enseñando ”
Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)
Primera lectura: (Sofonías 2,3; 3,12-13)
Marco: Sofonías vivió y ejerció su ministerio en un momento histórico importante y delicado: Judá llevaba un siglo sometida al imperio asirio (a partir del año 734 a.C.). Poco a poco la vida religiosa recibió peligrosas influencias de las costumbres extranjeras y prácticas paganas. Sofonías apoya la reforma emprendida por el rey Josías. Este ambiente religioso es necesario tenerlo encuentra para la comprensión de la lectura que proclamamos hoy. En concreto, el fragmento se enmarca en un contexto inmediato, pero está compuesto y tomado de dos capítulos: la primera parte, corresponde al tema del juicio contra Judá; la segunda, centra la atención en las promesas de salvación.
Reflexión
¡Buscad al Señor, buscad la justicia, buscad la moderación!
A lo largo de toda la Escritura una preocupación insistente es la necesidad de la búsqueda de Dios. Esta preocupación es particularmente intensa en el Deuteronomio que está tan estrechamente relacionado con la reforma religiosa y social emprendida por el rey Josías. Sólo en Dios encuentra el hombre su libertad verdadera, el sentido de su historia, la firmeza de su esperanza y el sentido definitivo de su vida. Al mismo tiempo este encuentro posibilita unas relaciones sociales justas y en la paz con todos los hombres. Dios, gratuitamente, cuando invita a los hombres a buscarle significa que les invita a realizarse según el proyecto original querido por Él (léase este significativo texto de Jr 29,11-14). El alejamiento de Dios ha provocado la ruptura en su propia intimidad, con los demás y con el resto de la creación. En el encuentro con Dios y su proyecto es posible la justicia y la moderación a que nos invita el profeta. Es necesario descubrir, guiados por los profetas, que en este encuentro con Dios no se anula ninguna posibilidad, responsabilidad o aspiraciones humanas legítimas. Todo lo contrario, es la fuente más profunda de humanización. El profeta se dirige a los humildes que, en frase ya lapidaria, consiste en andar en la verdad ante Dios y ante los hombres. Es un anuncio de lo que Jesús llevará a plenitud en las bienaventuranzas como programa y oferta de humanización completa. ¡Dios mira con predilección a los humildes y da seguridad a sus vidas. La Historia de la salvación, leída con atención, nos descubre otra verdad no menos importante: la predilección de Dios por los pequeños, por los que no cuentan ante los hombres, por lo débil, pero sobre todo por los pobres, desamparados, ultrajados en su dignidad humana e injustamente tratados. Hoy como ayer urge a los hombres tomarse en serio la búsqueda de Dios y de su proyecto que ha quedado grabado para siembre en la Escritura y en la conciencia de los hombres cuando se la lee y oye con sinceridad. ¡Qué actualidad tienen estas palabras del profeta! ¡Y cómo las interpretó Jesús en sus congratulaciones que son las bienaventuranzas y que hoy proclamaremos en el Evangelio! Es necesario que los testigos de Jesús en medio del mundo se crean y acepten esta pedagogía de Dios llevada a plenitud por Jesús para que los hombres encuentren caminos de verdadera solidaridad, fraternidad, progreso y felicidad verdaderamente humanos.
Segunda lectura: (1Corintios 1,26-31)
Marco: Seguimos la lectura y proclamación de la Primera Carta a los Corintios. En la situación grave que vive la comunidad de Corinto en la que todos forcejean por ser los primeros, los mejores, los posesores de los mejores dones, el apóstol advierte severamente que la comunidad fue compuesta en sus orígenes por hermanos procedentes de la clase baja de la sociedad. ¿Qué ha ocurrido para un cambio tan radical, peligroso y grave? El mal uso de los dones que el Espíritu les había regalado para construir una comunidad fuerte y espléndida.
Reflexión
¡Desconcertante proceder de Dios!
Como acabamos de ver y reflexionar con el profeta Sofonías, Dios sigue aplicando su pedagogía que es desconcertante desde todos los flancos y en todos los frentes. Estas reflexiones de Pablo no son elucubraciones de su pensamiento. Se encuentra con la realidad cruda de una comunidad compuesta por gentes de niveles sociales muy bajos pero a la que Dios quiso enriquecer con múltiples dones del Espíritu. Este es el contraste más llamativo: Dios es libre y actúa con toda libertad en la distribución de sus dones. Quiso, en su sabiduría, adornar a aquella comunidad de modo singular. Pero lo desconcertante es la reacción de los beneficiarios a los dones gratuitamente recibidos. Nos resulta casi increíble la descripción de la situación. Pero es la verdad y corresponde a lo realmente sucedido. En caso contrario, no tiene explicación la dureza de la reacción de Pablo ante tantos abusos. Una lección dolorosa pero iluminadora. La comunión en la comunidad sólo se puede garantizar si a la vez está presente un profundo respeto por los dones y valores del otro; una gratitud profunda por los que nosotros recibimos; y una puesta al servicio común y al crecimiento común de todos los dones recibidos. ¡Cristo Jesús es la verdadera sabiduría y la verdadera medida de la conducta humana! Como siempre Pablo recurre al centro, a la medida de la conducta de los creyentes: Jesús y sus actitudes. En un mundo agresivamente competitivo estas palabras de Pablo tienen una indiscutible actualidad y vigencia. ¡Especialmente dentro de los muros de nuestra Iglesia! ¡Hay que empezar por la propia casa como nos recuerda el Apóstol en otros escritos suyos! Sólo podrá ser la Iglesia testimonio ente nuestro mundo si toma en serio estas advertencias de Pablo. ¡Si precisamente entre los pobres es donde se puede vivir mejor el Evangelio que garantiza la felicidad verdadera de los hombres como nos lo va a decir el propio Jesús en seguida! Pero no es fácil, porque las bienaventuranzas llevan dentro de sí mismas la paradoja de la Cruz y la garantía de la Resurrección de Jesús.
Evangelio: (Mateo 5,1-12a)
Marco: Mateo ha compuesto, con gran maestría, su relato evangélico estructurado en bloques equilibrados de relatos y discursos doctrinales. El fragmento de hoy pertenece al primer discurso que se ha convenido en llamar “sermón de la montaña” o “constitución básica del Reino”. En este bloque se recogen los grandes elementos para una vida de discipulado perfecta y madura. El discurso se abre con la proclamación de las bienaventuranzas. Jesús sale al encuentro de todos los hombres de todos los tiempos, porque todos los hombres y en todos los tiempos y lugares lo más básico y elemental buscado por todos es la felicidad. Otro asunto es cómo y dónde buscarla. Jesús, gran pedagogo, ha sabido colocar en el frontispicio de su predicación esta proclamación evangélica por esencia: Dios quiere la felicidad de todos los hombres encuentren en la situación en que se encuentren. Es la página más original del evangelio de Jesús. La definición más breve, concisa y acertada de la bienaventuranza evangélica es que son “congratulaciones” de Jesús. Esta es la única lógica que preside la proclamación de Jesús. Las bienaventuranzas se dirigen en dos líneas: congratularse con los que se encuentran en situaciones desesperantes; congratularse con los que son capaces de vivir las actitudes originales y nuevas propuestas por Jesús. Recuérdese también que las bienaventuranzas son congratulaciones de Jesús y que son, por tanto, totalmente gratuitas.
Reflexión
¡Un programa inaudito: la fuente y la razón de la verdadera dicha del hombre!
Levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: Dichosos vosotros los pobres, los que lloráis, los que tenéis hambre y los que sois perseguidos... Alegraos y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Este fragmento que acabamos de proclamar, tomado del relato mateano, es la réplica a la lectura tomada de Sofonías. Sabemos que la primera y la tercera lectura suelen estar relacionadas entre sí como promesa y cumplimiento, como figura y realidad, como preparación pedagógica y como respuesta definitiva. Porque el Evangelio es la respuesta definitiva de Dios para las urgencias más profundas del hombre ofrecida en Cristo Jesús. Las bienaventuranzas evangélicas tienen algunos rasgos que es conveniente recordar en este momento para que nuestra comprensión y anuncio de este evangelio sea más inteligible: en primer lugar, que las bienaventuranzas (hemos de repetirlo una y otra vez, porque lo necesitamos) son una bendición de Dios en Cristo. Y una bendición es lo mejor que puede ofrecer Dios al hombre, el Dios amoroso y misericordioso que quiere la felicidad del hombre. En segundo lugar, las bienaventuranzas evangélicas las proclamó Jesús para vivirlas en este mundo. En el otro viviremos la bienaventuranza (en singular) que consistirá en la visión y comunión amorosa con el Dios Belleza y Amor, para toda la eternidad. Es necesario proclamar, oportuna e inoportunamente, esta verdad consoladora: las bienaventuranzas son para aquí y ahora. En tercer lugar, las bienaventuranzas, si nos atenemos a la terminología de la Escritura y, especialmente, al talante de la predicación de Jesús, habría que definirlas como congratulaciones suyas: Os declaro felices a todos y me congratulo con todos vosotros (pobres, afligidos, hambrientos, perseguidos), porque yo sé muy bien cómo os mira mi Padre celestial. Unas congratulaciones que os desbordan por todas partes. No es la persecución ni la pobreza el motivo de vuestra felicidad, sino el lugar que ocupáis en el corazón de mi Padre celestial amoroso, generoso y bondadoso. Sólo desde esta “utopía” se pueden entender las bienaventuranzas que yo os proclamo. En cuarto lugar, Jesús quiso que fueran respuestas concretas para el hombre concreto. Se congratula con todos los pobres del mundo, con todos los afligidos (que son millones) y con todos los que padecen el hambre, la marginación, la segregación. Las bienaventuranzas de Jesús alcanzan al corazón de los problemas de los hombres. Y quiere ofrecerles una respuesta que sólo él puede dar. Es necesario anunciar este evangelio hoy, quizá con más fuerza y convicción que ayer y que antaño. No son las bienaventuranzas de Jesús ni una panacea estéril, ni una huída de la tragedia que sufre la humanidad. Son una respuesta que sale al encuentro del hombre real, en su experiencia real y variada. Sólo así será un mensaje creíble y asumible por el hombre de hoy. Dios no quiere el sufrimiento, pero ama a los que sufren y les prepara un verdadero y definitivo consuelo. Dios no quiere la persecución por la justicia, por la verdad, por Jesús en definitiva, pero ama, protege y asiste a los perseguidos. Y así con el resto de bienaventuranzas. Dios responde, a través de Jesús entonces y a través del Espíritu y de la Iglesia ahora, a los hombres que caminan por el mundo. Esta esperanza es el secreto de la respuesta de Jesús. ¡Son las nuevas actitudes de los discípulos de Jesús! ¡Qué mensaje para un mundo inmisericorde en tantos aspectos, violentos en tantos planos, interesado de su propio bien en tantos proyectos y tan carente de una paz estable, duradera y justa! ¡Qué tarea tan imprescindible, tan urgente y tan ambiciosa espera a los discípulos de Jesús inmersos en este mundo nuestro con todas sus tensiones, anhelos y esperanzas! ¡Es necesario poner manos a la obra y fiarse de la palabra y de las actitudes de Jesús como fermento para una transformación de la sociedad lenta pero verdadera!
Nota: rompiendo un poco el esquema habitual en estos comentarios, creo oportuno hacer una introducción más amplia para ofrecer tres criterios básicos que nos permitan comprender mejor el sentido que Jesús quiso darle a sus congratulaciones. Hemos de tener presente, para la experiencia personal de la felicidad evangélica, las siguientes claves interpretativas:
1ª: Hay un porvenir por delante.
La dicha actual de la que tienen que tomar conciencia no excluye ni mucho menos la experiencia del sufrimiento; pero lo que el presente contiene todavía de penoso queda iluminado por lo que tiene que venir después. Esas personas son dichosas porque tienen una esperanza magnífica por delante que empuja el presente (Rm 12,12: que la esperanza os mantenga alegres). Las bienaventuranzas se dirigen hacia el porvenir mediante la promesa que contiene su segundo miembro. Y es precisamente esa tensión entre la primera parte, que describe situaciones poco halagüeñas, y la segunda parte, que evoca un porvenir totalmente distinto, lo que caracteriza a la esperanza. La tensión entre los dos miembros de cada bienaventuranza parece esencial para la comprensión exacta de la dicha de que se habla. Por tanto, en relación muy estrecha con la promesa y la esperanza más profunda.
2ª: Cumplir actualmente ciertas condiciones.
Esta esperanza y promesa no pueden desentenderse de una realidad cruda y dolorosamente deshumanizadora vivida en el momento presente. Entre la primera palabra de cada bienaventuranza, "dichosos", y la promesa que se formula en el segundo miembro, hay ciertas indicacio¬nes que se refieren al presente. Volveremos más adelante, cuando estudiemos cada una de las bienaventuranzas, lo que se exige en el presente. Se trata de transformar y dar sentido a la existencia actual del hombre en el mundo quien a¬ceptando el evangelio se convierte en discípulo de Jesús. Y a este discipulado son invitados todos los hombres, espe¬cialmente los pobres, marginados, pecadores. Aceptar esta realidad presente con toda su crudeza, sin escándalo y sin rebeldía, he ahí uno de los secretos de las bienaventuranzas de Je¬sús.
3ª: Apoyarse en el pasado.
Arraigada en el presente descubierto y aceptado en todo su descarnado realismo y abierta hacia el porvenir del Reino de Dios, la dicha de que hablan las bienaventuranzas tiene también profundas relaciones con el pasado concreto: aquel momento en que se proclamaron por primera vez (sin olvidar que el Mensaje se actualiza cada vez que se proclama, es como si Cristo mismo lo estuviera proclamando continuamente en el mundo a través de sus misioneros, a través de su Iglesia). O mejor dicho, lo importante no es aquí el tiempo, sino la Persona de aquel que, al proclamarlas, se presenta como garantía de las mismas. Jesús asumió todos los sufrimientos, las vejaciones contra las imágenes vivas de Dios, todas las situaciones que nos producen escándalo. Anuncia el Reino de Dios que se hace presente con poder en Jesús muerto y resucitado. Y por la Resurrección, Jesús estará ya imperturbablemente presente en la historia de la salvación, en la historia humana y en la historia de cada uno. Puede que se tenga conciencia y fe expresa en ello, o no, pero lo es en realidad. Jesús resucitado es la Persona que proclama con todas las garantías la felicidad para los hombres.
Pero este mensaje se nos presenta envuelto en las más sorprendentes paradojas. El ha tergiversado y denunciado los falsos valores humanos, sin despreciar los auténticos, por su Cruz liberadora. En ella se descubren los auténticos valores humanos y se denuncian los falseados por el hombre. Por eso toda cruz humana queda entendida en su Cruz; todo anhelo de esperanza y de cambio queda incluido en su Resurrección. Sólo el Espíritu que resucitó a Jesús, puede hacernos comprender profunda y personalmente la realidad presente y viva de Jesús resucitado. Por eso es posible ser feliz en cualquier situación por la que pase el hombre: pobreza, hambre, sufrimiento, persecución, marginación, muerte. Porque la Cruz está ahí como una "victoria" y no como un fracaso, porque Jesús ha resucitado por la fuerza del Espíritu. A las bienaventuranzas evangélicas, que son lo más exquisito del Evangelio de Jesús, les precede algo muy importante: la proclamación y aceptación del Kerigma de la Cruz y Resurrección creído y vivido por el hombre.
He ahí el programa más ambicioso e insospechado de felicidad auténtica para el hombre. Ese es el camino verdadero. Sin espejismos, sin falsas esperanzas, sin falseamientos de la realidad profundamente humana. Porque lo auténticamente humano es también evangélico y lo genuinamente evangélico es sinceramente humano, porque Jesús de Nazaret "fue tentado en todo como nosotros menos en el pecado". Esta realidad profunda de la encarnación de Jesús es la respuesta más sincera para el hombre por parte de Dios que se ha tomado en serio al hombre en todo lo que es propiamente hombre. El pecado no es humano, por eso no lo tuvo Jesús. Es antihumano, degenerador de la auténtica identidad humana. El nombre liberado por Jesús está equipado para entrar en el admirable campo de las bienaventuranzas.