Nov
Homilía Domingo Primero de Adviento
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ Velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa ”
Introducción
Introducción al adviento
Un nuevo año litúrgico comenzamos. Cuando se dice “nuevo” no hay que entender “otro año más”, quedándonos en la coherencia cronológica. Lo de “nuevo” ha de indicar lo que la misma palabra indica: lo que no teníamos hasta ahora se nos ofrece. La liturgia ayuda a ello al hacernos pasar de un año litúrgico que corresponde al ciclo A, a un nuevo año que corresponde al ciclo B. Ese cambio de ciclo implica cambio en la Palabra de Dios que ha de guiar nuestra reflexión y nuestra oración, más aún nuestra vida en este año que empezamos.
Fray Juan José de León Lastra
Coordinador de la página de predicación
Introducción al Domingo Primero de Adviento
El estado de vigilia es propio de las almas enamoradas. Cuando se vela por obligación, los párpados se cierran y el tiempo se hace pesado…Deseamos que alguien nos haga el relevo en lugares o circunstancias que requieren de nuestra vigilancia. El Amor, por el contrario, no puede hacer otra cosa que velar. Algunas obras de la literatura universal, ilustran esta afirmación: “Duerme tú, Sancho –respondió Don Quijote-, que naciste para dormir; que yo nací para velar…” (Cervantes, Don Quijote de la Macha, capítulo LXVIII) Y es el amor a Dulcinea el que le mantiene despierto y le lanza a la aventura de devolver la esperanza y la ilusión a un mundo colmado de “entuertos”.
El Adviento es una llamada a no dormirnos - como Sancho- en una vida cristiana cómoda y aletargada. A preparar todo nuestro ser de cara al encuentro con el Señor que viene. Esta preparación reclama apertura, imaginación, poner al servicio de los demás los dones recibidos, privilegiar la atención a los más pobres y golpeados de nuestro mundo. En todo caso, reclama nuestro compromiso.
La liturgia de este domingo, de manera especial, nos invita a tomar conciencia de que nuestra vida es un perenne adviento. Nos exhorta, también, a esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, con una auténtica espiritualidad de conversión. A cultivar la nostalgia de que Él esté presente en nuestras personas y en nuestro mundo: “¡Ojalá rasgues los cielos y bajes!