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Homilía IV Domingo de Cuaresma
Año litúrgico 2013 - 2014 - (Ciclo A)
“ ¡Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz! ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
En todas las lecturas encontramos la temática de la mirada, del saber ver, del aprender a mirar, de la luz.
Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón
En la lectura del libro de Samuel, Dios orienta al profeta para que sepa identificar al ungido rey: Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón. Samuel no unge a los hijos de Jesé más notables, ni a los más aparentes, sino al pequeño, al pastor, que ni siquiera estaba en casa durante la visita del profeta. Samuel unge a David, pero no porque sea de buena estatura y presencia (también lo eran sus hermanos) sino porque tiene previsto habitar en él con su Espíritu. Lo relevante de David es que se convertirá en presencia del Espíritu de Dios, que lo acompañará desde el momento de la unción.
La idea conecta con la lectura evangélica: Jesús será el ungido de Dios, el Mesías. La presencia del Espíritu en él supera a la que hay en David, porque Jesús, como sabe reconocer el ciego, que se postra ante él al final del relato, es la presencia del mismo Dios.
La fuente de Siloé
La mención del evangelista Juan a la fuente de Siloé sugiere un paralelismo entre el templo y Jesucristo. Es conveniente que al menos el predicador lea el texto completo del capítulo 9, pues en la liturgia el texto aparece gravemente mutilado. Jesús manda al ciego a lavar el barro que le ha puesto en los ojos a la fuente de Siloé. En la fiesta de los Tabernáculos o de las Tiendas, una de las más importantes para los judíos, se recordaba el peregrinar por el desierto y la multitud de dones ofrecidos por Dios (nuestra cuaresma está también íntimamente relacionada con ese peregrinar y ese agradecimiento por lo recibido). Uno de los rituales de la celebración consistía en coger agua de la fuente de Siloé y derramarla sobre el altar de los sacrificios del Templo, para simbolizar así la presencia del Espíritu. Jesús cura al ciego, que ahora es capaz de ver, no solamente lo superficial, sino también lo profundo, pues reconoce la presencia del Espíritu en Jesús, al que declara Señor y ante el cual termina postrándose.
El gesto del barro
La actitud del que era ciego contrasta con la de algunos de los fariseos, que siguen sin poder ver. Sujetos a su modo acostumbrado de entender las cosas acusan a Jesús de no venir de parte de Dios, precisamente por haber hecho barro en sábado, algo expresamente prohibido. El gesto del barro recuerda al gesto de la creación del hombre: Jesús está re-creando al ciego, dándole una nueva vida, una visión. Lo importante es saber reconocer la presencia del Espíritu, que actúa más allá de los preceptos religiosos de toda índole: Dios crea la oportunidad de una nueva vida en cada instante. Solamente hay que saber reconocer a Jesús, ver en él la presencia salvífica de Dios, poner en él nuestra vida.
Se da un contraste interesante entre el ciego de nacimiento, que se supone pecador según la mentalidad de aquella época, y los fariseos, que eran una especie de santos profesionales y escrupulosos cumplidores de todos los preceptos. Es el supuesto pecador el que, una vez sanado o re-creado por Jesús, saber ver en él al Señor; es en el supuesto pecador en quien, como dice el propio Jesús, se revela la acción de Dios (9,3), y no en los fariseos. Jesús una vez más hace nuevas todas las cosas: el ciego resulta salvado y, tras ser expulsado por los fariseos, se convierte en seguidor de Jesús; los fariseos, supuestos santos, son realmente pecadores, pues diciendo que ven no son capaces de reconocer a Jesús: vuestro pecado permanece (9,41), les dice. Jesús es signo de contradicción: he venido a este mundo a entablar un juicio, para que los ciegos vean y los que vean queden ciegos (9,39).
Pecado y bondad
Existe en el texto de la carta a los efesios una dialéctica parecida entre pecado y bondad, pero esta vez expresada en términos de oscuridad y tinieblas. De noche todos los gatos son pardos: es el lugar de la confusión, del equívoco, de hacer pasar lo bueno por malo y lo malo por bueno. La luz, sin embargo, pone de manifiesto la injusticia, la maldad y la mentira. Los cristianos no solamente han recibido la luz para caminar de modo agradable a Dios; además deben ser luz: ahora sois luz, dice san Pablo. Por el Espíritu que habita en nosotros desde el bautismo somos capaces de lo justo, de lo bueno y de lo verdadero, pues tales son los frutos de la luz. Jesús obró en el ciego de nacimiento la re-creación y le concedió la visión, la vista, tras aclararse los ojos con las aguas de Siloé que significan el Espíritu. Nuestro pecado ha sido borrado por Jesús con las aguas de nuestro bautismo, y nos ha hecho hombres y mujeres nuevos. David fue ungido con el aceite para que el Espíritu penetrase en él. Nosotros somos también ungidos en nuestro bautismo. Agua y aceite, el Espíritu, en definitiva, que nos abre las puertas de una vida nueva. Quizá seamos pequeños, como lo era David, pero el Espíritu que habita en nosotros nos permite reconocer en Jesús al Señor, nos permite amar con su amor. De la muerte y las tinieblas somos llamados a la vida y a la luz. Por eso san Pablo cita lo que probablemente era un texto utilizado en el bautismo: Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Quizá como le pasa a Jesús nuestro camino hacia la Pascua vaya llenándose de dificultades y opositores, pero hemos de ser conscientes de que la fuerza para recorrer ese camino nos viene de otro: hemos de estar abiertos a su acción, hemos de ser dóciles y obedientes a sus impulsos. Es Dios, con el Espíritu, el que mediante Jesús nos ha capacitado para recorrer ese camino hacia Él.