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Homilía IV Domingo de Cuaresma
Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)
“ Su padre lo vio y se conmovió ”
Pautas para la homilía de hoy
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
Dios restaura y reconcilia
La lectura de Josué nos presenta la nueva etapa del pueblo de Dios. Israel deja atrás la esclavitud de Egipto y empieza una nueva vida en la Tierra Prometida. El maná cesa: ya no es necesario, porque han alcanzado la promesa de Dios: «Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán». Imagen de la conversión: dejar atrás lo viejo para vivir de la providencia de Dios en plenitud.
El Dios-amor se concreta en el Padre misericordioso, que a través del Hijo sale al encuentro de las «ovejas descarriadas de Israel», y les regala su Espíritu Santo, sin pedirles nada a cambio. Dios nos ofrece el cielo como un don: esto no nos ahorra las pruebas y trabajos, sino que nos da los consuelos suficientes para poder superarlos, y así perseverar en el camino de la salvación.
La alegría del perdón de corazón
El salmo nos muestra la alegría única que proviene del perdón de corazón y la confianza puesta en Dios. Se trata de un salmo de acción de gracias y de alabanza. Dios libra de la angustia a quienes lo buscan: es un canto confiado que reconoce el hecho de que Dios es la fuente del perdón y de la confianza, del amor y la alegría. Un amor que es tan misericordioso como misterioso. Las palabras inspiradas del salmista nos invitan a bendecir al Señor en todo momento: a tiempo y a destiempo. Porque toda nuestra vida es tiempo de oportunidad, y siempre es oportuno darle gracias a Dios por sus dones y asistencia constante. Y pedirle su ayuda eficaz, especialmente cuando más la necesitemos.
La perícopa de la segunda carta de san Pablo a los Corintios se centra en nuestra renovación en Cristo. La idea transmitida es que «somos nuevas criaturas en Cristo». La reconciliación con Dios transforma al hombre: no se trata solo de una transformación externa, sino profundamente interna e íntegra. La Palabra divina fortalece nuestro corazón y da nuevas luces a nuestros sentidos.
Cristo es quien hace posible la restauración total. Su concreta humanidad, su santa humanidad, sirve como un puente universal entre el mundo divino y el mundo humano. No en vano, Jesucristo es «sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec». Estamos llamados a ser embajadores de la paz y de la reconciliación: signos de unidad en medio de las dificultades de la vida.
La paradoja de los hermanos: hijo pródigo vs. «hijo prodigio»
El Evangelio de Lucas nos ofrece la parábola del hijo pródigo. Este relato nos recuerda el amor ilimitado de Dios: el Padre nos acoge, perdona y restituye; reconcilia a todos con todos, y al mundo con Dios mismo. Pero también las exigencias del amor cristiano: la gracia es gratis, pero no barata (cf. Bonhoeffer).
Por un lado, el hijo menor, el hijo pródigo, ha experimentado una fuerte conversión, tras experimentar el vacío derivado del alejamiento de su verdadero hogar. Ahora su único anhelo es «regresar a Ítaca», tras un largo periplo repleto de peligro. Es recibido de un modo inesperado por parte del anfitrión de la casa. Por otro lado, el hijo mayor es como un niño prodigio: dotado de talentos ya desde niño; dones que ha dispuesto fielmente al servicio del Padre. Pero este servicio lo ve como un privilegio, que ha envanecido y endurecido su corazón. Se siente orgulloso de sus logros, así que exige al pater familias recompensa por su trabajo.
Nuestra vida espiritual se compone de dos etapas: fase ascética y fase mística (es una cuestión de acentos, no de compartimentos estancos). Algunos intérpretes del Evangelio han asociado al hijo mayor con la fase ascética, en la cual nuestra voluntad trata de hacer la voluntad del Padre, con no poco esfuerzo. En cambio, el hijo pródigo queda ligado a la vida mística: Dios accediendo al alma, por pura gracia y misericordia. Experimentar el misterio del Dios vivo en nuestro interior es el fundamento de la vida mística. El hijo pródigo experimenta el don de la conversión: abundante paz, liberación interior y una nueva felicidad.
El hijo mayor exigía recompensa por su arduo trabajo junto al Padre, pero el hijo menor recibe la salvación sin merecerlo, desde el punto de vista humano. El Padre tiene misericordia con ambos hijos, pero no trata a los dos por igual. No debe hacerlo: la ascética y la mística caminan juntas, pero no se confunden. Dios tiene sorprendentes formas de actuar. He aquí una paradoja que se nos escapa: la «paradoja de los hermanos».