Sep
Homilía XXIII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)
“ Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos ”
Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)
Primera lectura: (Ezequiel 3, 7-9)
Marco: El contexto son los oráculos correspondientes a antes y después del asedio de Jerusalén. La lectura habla del profeta como centinela. Es necesaria la corrección fraterna para enderezar la vida por el camino del bien, de la honradez, de la justicia y de la paz. En definitiva, por el camino de la voluntad de Dios.
Reflexiones
1ª) ¡El profeta es un atalaya que vela por la seguridad de su pueblo!
Te he puesto de atalaya en la casa de Israel... Los atalayas tenían una especial tarea en las ciudades antiguas amuralladas y, no pocas veces, abiertas o en lugares descampados. El atalaya tenía una doble función: custodiar la ciudad en tiempos normales y estar alerta de modo singular en tiempos de peligro, de guerra o de amenaza para la seguridad de la ciudad. Su servicio a la comunidad era de alta responsabilidad y riesgo y también de satisfacción cuando lo ejercía con responsabilidad. De él dependía la salvación, la prosperidad y tranquilidad de la ciudad. El profeta recurre a esta evocadora imagen para expresar la misión recibida de Dios.
Pero el atalaya debe decir lo que ve y comunicarlo a quien corresponde sin importarle otra circunstancia. Pues bien, Dios manda al profeta que advierta a todos del peligro que corren. Si así lo hace descarga su responsabilidad y habrá cumplido fielmente su misión. Pero, si omite advertirlo, sobre él carga la responsabilidad de las consecuencias del peligro. El profeta tenía que estar siempre vigilante para la interpretación de la vida del pueblo y sus miembros a la luz de la voluntad de Dios expresada en la alianza y en la Palabra. Pero esto comporta riesgo grave, como se demuestra por la propia Escritura. La mayor parte de los profetas murieron violentamente. Hoy como ayer no es nada fácil estar dispuestos a decir siempre la verdad a los que pierden el camino. Y no es fácil porque no siempre se reconoce el error, no siempre se conoce el camino y no siempre importa mucho el verdadero camino. Los discípulos de Jesús tienen por delante una apasionante tarea.
2ª) ¡El hombre necesita la corrección para realizar su camino de salvación!
Si no pones en guardia al malvado... si pones en guardia al malvado. La misión principal del profeta es ser un vocero, pregonero e intérprete de la alianza del Sinaí para iluminar los aconteceres históricos del pueblo. Por eso el profeta es consolador, denunciador y alertador del pueblo. En este caso, Ezequiel recibe la delicada tarea de ser un alertador de un pueblo acomodado en su vida religiosa, con pocos anhelos de andar por los caminos del Señor. El profeta está ahí para advertir a cada uno que es necesaria la conversión, la rectificación. La tarea no es nada fácil por lo que conocemos a través de la Escritura veterotestamentaria.
La tentación del profeta es acobardarse ante los poderosos, ante los recalcitrantes, ante los burlones displicentes. El pecado de omisión recae sobre su conciencia. Pero cuando cumple su misión tiene de su parte al propio Dios que lo acompaña, lo protege, es su consuelo y su premio. Tampoco es nada fácil conseguir el equilibrio entre una sincera, respetuosa y auténtica advertencia cuando el hombre se desvía del camino recto y el respeto siempre necesario a la intimidad, la libertad y la responsabilidad propia. Hoy también es necesario levantar la voz, con respeto pero con valentía, en una sociedad que no está muy predispuesta a oír la verdad en todos los planos: los negocios, las actitudes morales, las relaciones sociales, las relaciones personales. Los creyentes en Jesús, profetas todos desde el bautismo, estamos invitados a armarnos de valor para anunciar la Palabra de Dios.
Segunda lectura: (Romanos 13,8-10)
Marco: Seguimos en la parte exhortativa o parenética de la carta a los Romanos, es decir, en los consejos y recomendaciones del apóstol para vivir la vida cristiana en medio de este mundo. En concreto, San Pablo centra hoy la atención y nos invita a la caridad, resumen de la ley.
Reflexiones
1ª) ¡El amor es la síntesis de la existencia y experiencia cristiana!
A nadie le debáis nada, más que amor. Describir y presentar la experiencia cristiana como la experiencia del amor de Dios tiene un especial atractivo para el hombre. El Nuevo Testamento insiste que la presencia de Jesús en el mundo es el resultado del amor del Padre, del propio Jesús y del Espíritu (tres testimonios significativos y elocuentes: Jn 3,17; Rm 8,38-39; 1Jn 4,10-11). Estos testimonios nos revelan la total gratuidad del amor de Dios por el hombre. Este amor es expresado en la Escritura como liberador, enriquecedor para el hombre.
Sólo desde esta fuerza gratuita de Dios el hombre encuentra su plena realización y humanización. Sólo la experiencia de este amor manifestado definitivamente en la cruz de Jesús abre las puertas del corazón del hombre para poder amar a cuantos le rodean. Cuando el propio Juan ha querido darnos una sucinta y apretada definición de Dios lo expresó así: ¡Dios es Amor! (1Jn 4,8). La Escritura nos proporciona la comprensión del Dios verdadero entendido como amor. Pero la revelación nos muestra que el amor de Dios no es una pasión, sino una realidad que llega a exigir el don de la propia vida: Nadie tiene amor más grande...
Todo cuanto Dios ha realizado en la historia de la salvación es obra de su amor gratuito. Toda la obra y misión de Cristo pende del amor: desde su encarnación hasta su glorificación. En el momento de esta glorificación suplicaba así a su Padre: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo (Jn 17,24). Hoy ciertamente la palabra amor es acaso la más pronunciada junto con la del dinero en sus diversos sinónimos. Pero ¿ha llegado el hombre a la comprensión auténtica del amor que humaniza, ennoblece y hace realmente feliz al hombre? Ese amor que es don total de Dios ¿ha llegado a los corazones de nuestros hombres y mujeres?
2ª) ¡Del amor sincero sólo puede nacer el bien!
El que ama tiene cumplido el resto de la ley... El verdadero amor al prójimo sólo es posible a quien ha experimentado primero el amor de Dios gratuito: nosotros amémonos porque Dios nos amó primero (1Jn 4,19). El amor de Dios gratuito requiere y urge una respuesta en el mismo plano. Dios no necesita nuestro amor ni nada le aumenta de su felicidad, pero quiere que se lo devolvamos a través de los otros. Por eso el discípulo de Jesús sabe que el amor fraterno o mutuo ha de ser también gratuito. Y de este amor sincero sólo puede nacer el bien. Desde esta experiencia, el creyente descubre que los mandamientos de Dios no son una carga (1Jn 5,3), sino la expresión amorosa de la voluntad salvadora y liberadora de Dios. Los mandamientos conducen a esa misma voluntad de la que ha nacido nuestra libertad (Mt 22,38-40). Los mandamientos están orientados a la vida y a la felicidad del hombre. Los mandamientos y el amor proceden de la misma fuente, se dirigen a las mismas personas y pretenden la misma finalidad: la consecución de la salvación en la comunión permanente con Dios.
Hoy, como ayer, es necesario insistir en estas afirmaciones evangélicas. El hombre y la mujer modernos experimentan singular repugnancia, resistencia y rechazo a todo lo que suena a mandamiento. Enseguida lo relacionan con una merma de autonomía, libertad y autodecisión humana. Ciertamente entendidos así los mandamientos son una carga insoportable. ¿Acaso no será urgente una nueva forma de presentación de estas expresiones de la voluntad amorosa de Dios que siguen teniendo vigencia y validez hoy? Los ministros de la palabra son invitados a una profunda reflexión sobre el modo con que presentan la relación entre amor, mandamientos y libertad del hombre. El deuteronomista en la guarda de los mandamientos para que todos pudieran conseguir la felicidad. Este lenguaje acaso fuera más inteligible y aceptable.
Evangelio: (Mateo 18,15-20)
Marco: El contexto es el discurso eclesiástico o comunitario que recoge enseñanzas de Jesús, impartidas en diferentes ocasiones durante su ministerio, que tienen como elemento común el ser exhortaciones para una vida fraterna intensa y fecunda.
Reflexiones
1ª) ¡Es necesaria la solicitud por los hermanos para encontrar la verdad!
Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos... El ejercicio de la corrección fraterna tiene un itinerario que no se puede suspender; es necesario seguirlo para conseguir el fruto deseado: 1º) la corrección ha de ser a solas. A nadie agrada la corrección. Jesús, gran pedagogo, lo sabe muy bien porque conoce la interioridad del hombre (su corazón en términos bíblicos). Por eso advierte, para empezar, que la corrección ha de ser a solas. Es el clima necesario para el encuentro personal y para el diálogo necesario en el ejercicio de esta exhortación para el bien de la comunidad. 2º) Cuando ha fracasado el primer modo y, sólo entonces, habrá que recurrir a una ayuda. Pero sólo a otro, para que el testimonio de dos pueda reconducir al hermano sin forzarle ni violentarle. 3º) Sólo cuando este modo falle recúrrase a la comunidad. En este itinerario Jesús asume el modo de proceder judío en los procesos, cuando son justos. Pero hay que tener exquisita sensibilidad y cuidado para que la corrección tenga siempre como objetivo la reconducción del hermano a la verdad. Pues bien, en esta tarea es necesario también aplicar una conveniente pedagogía: Primero, el que se decide a ejercer esta delicada y laudable tarea debe estar siempre dispuesto y abierto a la verdad que le viene de la Palabra de Dios. Esta palabra le descubre la situación en que se encuentra él mismo y la necesidad que tiene también de rectificación. Con esta luz de la Palabra aprende adecuadamente en qué consiste la reconducción a la verdad. En segundo lugar, debe ser valiente en decirse la verdad a sí mismo.
La autocorrección resulta singularmente enojosa si está guiada por la verdad; en caso contrario, no es autocorrección sino autoengaño. En tercer lugar, debe estar abierto y dispuesto a que los otros le digan la verdad que le permite la rectificación. Aquí aprende lo duro que es y las condiciones que él mismo desea se den para llevarla a cabo. Finalmente, ya está en disposición de decir la verdad a su hermano porque ha aprendido que si la verdad no es objetiva no es verdad; ha aprendido que escuchar la verdad es muy duro; ha aprendido la forma y talante que quiere que los demás tengan para con él: comprensión, amabilidad, discreción. Sólo ahora está capacitado para actuar con su hermano. Esta experiencia ha dado muchos y muy buenos frutos, porque de este modo se consigue la verdad, la comunión y el sosiego. Decir la verdad, incluso con ánimo sincero de corregir al hermano, pero a quien no toca (murmuración), cuando no toca (inoportunidad), donde no toca (extemporaneidad) y como no toca (prepotencia y precipitación), no conducirá al objetivo que Jesús nos propone en el Evangelio. ¿Está nuestro mundo dispuesto a escuchar la verdad acerca de las personas, de las cosas, de las ideas?
2ª) ¡Jesús permanece para siempre en la comunidad que comparte la oración!
Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Es necesario que los hermanos estén de acuerdo y vivan en la unanimidad de los corazones y de las vidas. La razón es profunda: la oración se dirige a un Dios que es uno y comunión de tres personas, invocamos a los tres, nos dirigimos a los tres, pedimos a los que son comunión y ¿lo hacemos desde la división, envidias, tensiones y desprecios? En toda oración común convenientemente realizada se promete la presencia viva de Jesús y del Espíritu (Pentecostés). Es muy probable que el narrador tenga presente una realidad que proviene del Antiguo Testamento y de la espiritualidad judía: en medio del pueblo que ora, ofrece sacrificios o celebra la palabra en la sinagoga se hace presente la Shekináh* (el modo posible según la comprensión judía de hacerse presente el Dios trascendente e invisible). Jesús promete ahora a sus discípulos su presencia real, pero invisible, cuando se reúnen para orar juntos al Padre, para escuchar la Palabra y para celebrar la Fracción del Pan (Hch 2,42).
Esta promesa es singularmente alentadora para los discípulos para el tiempo de la ausencia de Jesús. Es tan importante y significativa esta promesa que el narrador mateano la vuelve a recoger, con otras palabras y en otro contexto, para cerrar su relato: Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo (Mt 28,20). La oración comunitaria es así un lugar privilegiado de la presencia de Jesús (y del Espíritu) cuando en su nombre la dirigimos juntos al Padre. Esta promesa de Jesús evoca también otra realidad del Antiguo Testamento y es la comprensión fuerte de pueblo de Dios. Es la asamblea lo importante, el conjunto del pueblo. Las personas individuales tienen sentido porque contribuyen y colaboran como realidades vivas del pueblo. Esta recomendación y promesa de Jesús están entroncadas en la comprensión de los discípulos como el nuevo pueblo de Dios (Jn 15: cepa y sarmientos; 1Cor 12: cabeza y miembros). Cuando esta realidad esencial se la vive y se la actualiza en la oración, Jesús se hace singularmente presente aunque nunca esté ausente. La comunidad lo experimenta como presente y siente el consuelo de su presencia. Hoy sigue siendo consoladora esta promesa.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Reunirse en su nombre es lo mismo que buscarle a él mismo. El nombre está por la persona según la mentalidad semita. Ahora se abre el abanico hasta abarcar y englobar cualquier actividad que los creyentes realicen siempre que se cumpla una condición: que lo hagan con la conciencia de que Jesús está ahí entre ellos, buscándole a él y porque él nos lo ha dicho. De este modo, todo trabajo, toda tarea, toda evangelización, toda actividad asistencial compartida lleva la garantía de la presencia de Jesús. Jesús se esconde en todos estos momentos y lugares y en otros muchos para ser buscado sin descanso, porque sólo encontramos el sentido de nuestras tareas, y el sentido de nuestras vidas, buscándole a él. Quedan incluidas, por supuesto, las tareas de nuestro servicio a los más necesitados (Mt 25) y de evangelización a todos, con preferencia a los más desprotegidos de la luz y la verdad del Evangelio.