Dom
5
Ene
2025

Homilía II Domingo de Navidad

En el principio ya existía la Palabra

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Prehistoria divina de Cristo Jesús

El evangelista San Juan, representado tradicionalmente en la figura de águila, nos transporta a las alturas para contemplar el insondable designio amoroso de Dios sobre su pueblo: Vosotros habéis visto cómo os llevé en alas de águila y os traje a mí (Ex 19,4). Son los designios de un Dios que se interesa y preocupa por los suyos, que los cobija y protege en todo momento. El mismo Dios que, fiel a sus promesas, supo conducir y acompañar sabiamente a los suyos hasta el destino final de la Tierra Prometida. 

Ahora, en el nuevo contexto social y religioso de la cultura griega, tan diferente al pasado de sus padres, los israelitas supieron adaptarse a la nueva situación sin dejar por eso de profesar la misma fe. El Dios Sabio al que veneraron sus antepasados es presentado y celebrado como la Sabiduría personificada. Es la Sabiduría divina, nacida de la boca del Altísimo, que sigue mirando desde el cielo a la tierra y que ha establecido su morada entre los hombres asentándose en la ciudad eterna de Jerusalén, la ciudad de nuestro Dios. Es ahí donde reside el gran Rey y el Templo en el que todo el pueblo festeja y celebra la gloria y grandeza de su experimentado Guía y Protector (Sal 48,3).

Jesús, trascendencia y cercanía de Dios    

De ese Dios excelso que no deja sin embargo de mirar a la tierra. De ese Dios estrechamente vinculado a los avatares de sus criaturas que reclama para todas ellas la dignidad que se merecen. ¿Quién como el Seños Dios nuestro, que está entronizado en lo alto y se inclina para mirar desde el cielo a la tierra? (Sal 113,5-6). El Dios celeste no es un Dios alejado y extraño; se abaja para interesarse realmente por sus criaturas.

Es así como reconocieron con el tiempo los primeros discípulos a Jesús escudriñando cuanto decían las Escrituras transmitidas por sus antepasados. Su Maestro no había venido a abolir la tradición de los padres. Al contrario, ¿no era él precisamente quien la recapitulaba y perfeccionaba culminando todas sus expectativas? Su experiencia, ciertamente paradójica, quedaría bellamente plasmada para siempre en el conocido himno cristológico: siendo de condición divina, asumió la condición humana como uno de tantos para ser finalmente exaltado como Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,6-11). No es otro el eje sobre el que gira toda la vida cristiana, el que la sustenta y le da su plenitud de sentido.

El eco litúrgico de la Navidad

Siguen resonando en nuestros oídos, junto a los villancicos, los textos litúrgicos del día de la Navidad. Somos hijos en el Hijo acampado entre nosotros. Esa es nuestra dignidad. El Verbo, el Hijo Unigénito del Padre, la Palabra encarnada, nos ha revelado al Invisible. Ya lo vislumbraba y testimoniaba a su modo, en actitud humilde, el Bautista, su precursor: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.
 
Es el eco recogido igualmente por el Apóstol en la segunda lectura, quien se eleva desde el principio al plano trascendente de un Dios que no cesa de derramar todo tipo de gracias y bendiciones sobre sus hijos. De ahí que se explaye ante los suyos prorrumpiendo agradecidamente en una exultante manifestación de alabanza a Dios, pues han sido llamados, desde la eternidad y por amor, a vivir en plenitud una vida santa siguiendo el ejemplo de Jesucristo, el Hijo único del Padre. Esa es la razón también por la que pide al mismo tiempo para ellos espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle plenamente. Lo mismo que pedimos cuantos seguimos meditando y ahondando en el Misterio navideño de Cristo Jesús.
 
¿Cómo vivo la trascendencia de Dios a lo largo de cada jornada?

¿Comparto mi vida con los demás siguiendo el ejemplo del “Enmanuel”, el Dios con nosotros?

¿Sigo esforzándome por conocer cada día un poco mejor el misterio del Dios hecho hombre?