Dom
6
Ene
2019

Homilía Epifanía del Señor

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría

Introducción

La Natividad del Señor está precedida por el tiempo de Adviento, tiempo de preparación para la gran celebración de la presencia de Dios entre nosotros. La Navidad tiene su prolongación en la solemnidad de la Epifanía, que nos invita a salir de nosotros mismos y a hacer pública la experiencia del encuentro personal con el Niño Dios. Esta consideración es lo que fundamenta la verdadera alegría de la Navidad: la presencia de Dios en nuestra vida, en nuestro mundo, en nuestro corazón. Quiera Dios orientar nuestros ojos hacia la verdadera Luz, mover nuestro corazón ante tanto Amor. La Navidad nos invita a todos a la esperanza, a la confianza del triunfo del bien sobre el mal, de la luz sobre la oscuridad.

La historia no se repite, es siempre nueva. Cada año es diferente, cada día es una sorpresa, una nueva gracia de Dios. ¿Quién puede acostumbrarse a la alegría? La alegría es siempre nueva. Así es como se puede deducir del texto evangélico referido a los Magos de Oriente, los que habían visto brillar una estrella juguetona, que parece tener ganas de divertirse con los Magos, pues un poco la ven y después ya no la ven, y de pronto vuelve a lucir para orientarlos hacia donde está el Misterio del Amor de Dios: un Niño, con María, su madre.

Tomemos en serio lo que celebramos: el Amor de Dios, manifestado en la ternura de un recién nacido y ofrecido a nuestra contemplación y adoración en los brazos de una madre, una mujer singular, como lo son todas las mujeres, todas las madres.