Nov
Homilía XXXII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)
“ La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Pedagogía de los contrastes
Salvo en las parábolas de la levadura fermentadora de la masa, la de la dracma perdida y la de la viuda y el juez, la mujer no ocupa el protagonismo estelar de las parábolas del Maestro de Galilea. En el texto evangélico que la liturgia nos ofrece este domingo, es un grupo de jóvenes mujeres quien funge como protagonista del relato en el escenario de una fiesta de bodas, símbolo de la dicha a la que conduce la Buena Noticia. El contexto narrativo apunta, además, a un relato de corte escatológico no siempre fácil de leer en nuestra mentalidad actual. No obstante, hay sobrados detalles que pueden alimentar nuestras expectativas cristianas en estos días.
Los opuestos que tachonan el relato del evangelista Mateo nos ayudan a alimentar nuestra condición de discípulos del evangelio: la noche y la luz, la sabiduría y la estupidez, la puerta cerrada y la que está abierta (más los que se sugieren en el resto de las lecturas: vida y muerte, vivos y difuntos, buscador o no de la sabiduría…) y nos centran en lo que puede ser uno de los argumentos de la mesa de la Palabra de este domingo.
Es importante ser previsor, persistir en un estilo de vida vigilante y atento a todo el caudal de vida que en nuestro derredor discurre; el sufrimiento que hay en nuestro mundo nos provoca como creyentes a identificar en cada momento las señales de deshumanización que proliferan por doquier para que la lámpara encendida de nuestra creencia nos conduzca a ofrecer lo que en nombre de Jesús de Nazaret nos identifica. En la Sagrada Escritura es sabio quien se conduce con acierto en la vida; por el contrario es imprudente y nada inteligente quien no orienta con adecuado rumbo su vida. Las jóvenes que esperan al novio son inteligentemente creyentes, pues no sólo se sienten capaces de dar luz, sino que, al intuir la espera larga, refuerzan su capacidad luminosa.
El telón de fondo apocalíptico en el que se ubica la parábola puede que nos despiste un poco. Nuestro desconocimiento del más allá, salvo que estaremos siempre en las manos de nuestro Dios, no puede ser licencia para la libre imaginación ni para ignorar nuestra presente historia. Porque si bien es importante tensar en cada momento el arco de nuestra esperanza cristiana, no debe ser la habitual coartada para centrarnos en ámbitos que estarán siempre a cargo de nuestro buen Padre Dios, y en los que ya no cabe colaboración. Pero, aquí, en el más acá, también estamos en manos de nuestro Dios, con la diferencia que las nuestras se juntan en una alianza creadora (los dos así creando, los así velando por las cosas) que nos hace grandes y, al tiempo, es garantía de humanización en nuestro caminar como discípulos de Jesús.
Los contrastes de esta página evangélica son ingredientes útiles para amasar nuestra opción como discípulos del Maestro. De Él nos viene la luz para vencer el sueño de nuestro cansancio o la falta de alegría de algunos de nuestros mensajes; de su evangelio tomamos la energía suficiente para que las baterías de nuestras lámparas den su claridad, no nuestra sombra ni nuestro recado ideológico; la energía de Jesús de Nazaret es la fuerza con la que podemos empujar todas las puertas que se usan para la interesada defensa frente al dolor de nuestro mundo y al grito de todas las víctimas de nuestra historia presente que, quizá por ser tantas, abonan el mirar para otro lado por nuestra evidente impotencia. Pero no nos movemos por nuestra energía ni vemos los pasos por la agudeza de nuestra vista, sino por la fuerza y luz que el evangelio tiene para todo el que busca vivir con dignidad en el seguimiento de Jesús.
Las jóvenes, tanto las previsoras como las que no, son del grupo dispuesto a agasajar y festejar al novio, pero ¿es suficiente, acaso, ser sólo del grupo del Señor? Habrá que acreditar, con toda seguridad, otros recursos, otros compromisos y otras esperanzas. Puede ser decisivo para nuestra fe trabajar la confianza y la fidelidad, así como la tensión buscadora de la fuerza de la Palabra en este largo tiempo de la espera; habrá que abastecerse del mejor aceite para que a nuestro lapso vital no le falte alegría, luz y fuerza, pues de otra manera la perseverancia es casi imposible. Y en todo momento, que no falte la necesidad, y la dicha, de encontrarnos con el Señor, donde él gusta ser encontrado: con nuestros iguales, con su Palabra samaritana, con la aventura de hacer comunión en un Pueblo, la Iglesia, que el Señor se ha tomado como heredad.