Vie
6
Abr
2012

Homilía Viernes Santo

Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)

Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis?

Introducción

La celebración del Viernes Santo, dentro del triduo pascual, ubica al cristiano en el momento más dramático de todo el año litúrgico: la muerte de Jesús en la cruz. Este dramatismo, que no se ha de edulcorar, provoca muchas preguntas, algunas de las cuales apuntan directamente a Dios: ¿Qué relación hay entre el sufrimiento y Dios? ¿La cruz es camino de salvación? ¿La cruz es la expresión de la voluntad de Dios? ¿Por qué el dolor de tantos inocentes?

El Viernes Santo es un día dominado por dos colores: el rojo de la muerte y el negro de la oscuridad y el luto. La fe ha de atravesar el espesor de los colores de esta experiencia para descubrir en ella la presencia salvadora de un amor sorprendente y luminoso. No es fácil. El Viernes Santo, como la fe en el Dios de Jesús, tiene un lado duro, muy duro…

Las lecturas de la Palabra de Dios escogidas para la celebración de la Pasión del Señor no nos engañan, nos trasladan al escenario del drama de la salvación, allí donde la situación es límite, incluso para el Dios encarnado que parece estar a merced del realismo incrédulo de este mundo. El cuarto cántico del Siervo de Yahveh, escalofriante, nos abre la puerta al relato de la pasión de Jesús según San Juan: Jesús es el siervo sufriente que, en su dolor inhumano, lleva misteriosamente la causa de la salvación para todos. En ese instante trágico, el salmo 30 nos hace repetir con Jesús una oración de serenidad impactante: “Tú eres mi Dios, en tus manos están mis azares”. La Carta a los Hebreos nos ofrece razones para perseverar en la fe de acuerdo a la propia perseverancia del Nazareno. Jesús en la cruz se solidariza con las flaquezas humanas, porque es compasivo. Él mismo oró con insistencia al Padre a causa de lo que se le venía encima. Y, aunque resulte sorprendente, asegura el autor de la carta que fue escuchado porque, aún en aquel trance, continuó poniéndose en manos del que juzga rectamente. Su actuación, su abandono confiado, manifiesta la presencia escondida y consoladora de Dios. La fidelidad y obediencia de Jesús son fuente de salvación para la humanidad.