Nov
Homilía XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)
“ El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Cristo: la Luz de las Escrituras
Lo primero que nos llama la atención en la lectura de hoy es que ambas partes utilizan la Escritura (en concreto la autoridad de Moisés ¡nada más y nada menos!) para avalar su discurso. Pero la utilizan de formas muy distintas. Los saduceos recurren a ella para encerrarla en la casuística, para llevarla hacia una idea preconcebida, violentándola para violentar a Jesús. Jesús recurre a ella para culminar su discurso, su verdad, mostrándonos todo su valor y profundidad. Unos se quedaron en la letra mientras que Cristo ilumina su fondo. Y decimos ciertamente iluminar porque Cristo sólo recurre a ella una vez ha proclamado su verdad: “ya no pueden morir porque son como ángeles y son hijos de Dios”. Esta lectura nos muestra el modo correcto y fructífero por el que el creyente debe adentrarse en la Escritura: desde la luz de Cristo Resucitado. Esto que puede parecer una obviedad a veces lo descuidamos y caemos nosotros también en una casuística vacía, llenando nuestro discurso de citas bíblicas sin percibir el sentido profundo que en ella se nos manifiesta: un Dios que no sabe más que amar.
La tensión de la vida cristiana: morir para vivir en plenitud
Esta semana la liturgia de la Iglesia nos ha ido adentrando en el sentido de la muerte, pero la muerte en cristiano. El pasado lunes celebramos la fiesta de Todos los Santos, el martes la de los Fieles Difuntos y en las lecturas de este Domingo se nos menciona a 15 difuntos (los siete hermanos judíos mártires, los siete maridos y finalmente la mujer). Todo esto no apunta ni al oscurantismo ni al nihilismo sino a la Esperanza. Este es el tema de la segunda lectura, es el mayor bien que Pablo predica a su comunidad más fiel. La muerte de los hermanos judíos no es un episodio de fanatismo sino un acto en donde se vislumbra el sentido de su vida. La vida es el criterio que marca la verdad del camino cristiano, la vida es la apuesta constante de Cristo, pero la vida en plenitud. Y aquí llega la tensión de la vida cristiana: vivir no es sobrevivir sino amar. Dios da la vida al hombre porque le ama y el hombre es capaz de confiar, de tener esperanza en Dios, porque confía en su amor. La vida eterna de la que hablan insistentemente las lecturas de hoy no es un premio ni un beneficio sino un acto de amor. No es casual que se hable de ella poniéndola en relación con la muerte del hombre, porque es en ese momento cuando el hombre más ha de confiar en el amor de Dios y donde Dios es más amante al vivificarnos para gozar siempre de su amor.
Pero esto sólo puede ser comprendido si vivimos en tensión, si esperamos algo más, si nos inquietamos para ser cada día más hombres de verdad y así cada vez más divinos. Los saduceos no creen en la Resurrección, no sólo por motivos teológicos, sino porque ellos no necesitaban de ella. Su vida confortable como aristocracia social y espiritual de su pueblo no les debería hacer anhelar más vida que la que tenían, y que esta fuera duradera. El verdadero cristiano es el hombre de la Esperanza que sabe que cada día ha de vaciarse un poco para cada día llenarse más del amor de Dios y así poco a poco degustar la vida eterna.
El Evangelio no es una ideología, es una Buena Noticia
El hecho de que el Evangelio tenga la forma de una “discusión académica” no nos ha de llevar a verlo como tal. No es un enfrentamiento de ideas, es el desafío entre una ideología y un mensaje de vida para el hombre. No podemos decir que los saduceos no creían en la Resurrección y que Jesús se lo refuta utilizando sus mismas armas. Jesús no es un sofista sino el Hijo de Dios y el modelo de humanidad. Con ello confesamos que su Palabra es Luz para nuestra vida, y más que nunca este domingo. Cristo nos anuncia un Dios de la vida, que cuida de ella y que las preservara. Y todo ello por una sola razón, la mera gratuidad de su amor. Lo más importante, la vida en plenitud, es lo más gratuito, y no sólo porque no tendríamos como pagarlo, sino porque sólo un Dios así supera toda ideología y discurso y es capaz de tocar nuestro corazón. Cristo es luz y vehículo del amor de Dios, y ante ello, ante el resplandor de una verdad tan profunda los saduceos tuvieron que enmudecer.
En mi vida ¿soy saduceo o cristiano?
Tras un Evangelio como el de hoy, el interpelarnos sobre nuestra vivencia de la fe es una necesidad. ¡Cuantas veces somos unos pequeños saduceos al acercarnos a la Escritura para quedarnos en la letra, para dedicarnos a la casuística y para levantarla como autoridad para nuestra ideología! Podemos decir que eso es inevitable, que somos humanos. Pero precisamente por ser humanos estamos llamados a mucho más. Cristo, nuestro Maestro en esto de ser cada vez más verdaderos hombres, nos está hablando de un Dios que escribe con letras llenas de ternura, que rompe toda casuística a favor de la vida y la persona y que sólo conoce la convicción del amor. Por ello los cristianos tenemos que vivir en el mundo mostrando esta verdad. Cristiano es el que comparte la exclamación del salmo responsorial: “¡Señor, al despertar, me saciaré de tu presencia!” sabiendo que esto no es sólo un privilegio para el más allá, sino una maravillosa cotidianidad gratuita que nos ha de llenar el alma y los labios. Guiar nuestra vida por la casuística es conducirla por el control, cerrazón y falta de confianza en Dios. Dios no es necesario para mí si lo único que me puede ofrecer es más vida como esta tras mi muerte. Pero Dios sí que es irrenunciable en mi vida si lo que me ofrece es una trascendencia llena de sentido y un amor incondicional ahora y siempre. Ése es el único Dios digno del hombre, y un hombre que le ame ahora y siempre es el único hombre “digno” de Dios.