Nov
Homilía XXXII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2020 - 2021 - (Ciclo B)
“ Ha echado más que nadie ”
Pautas para la homilía de hoy
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
El evangelio de este domingo muestra el relato de un testimonio que nos presenta una de las experiencias más sublimes de la fe, solo accesible a través de la mediación de un testigo y el descubrimiento de éste por la mirada de un observador atento.
La testigo, una mujer viuda que con su testimonio evidencia la profundidad de algo para lo cual la mera razón no alcanza, porque testimoniar en este ámbito de la fe, no es algo que se exprese ni se construya con conceptos; no se trata de una confesión pública ni de una postulación, tampoco es una evidencia ni una demostración de ninguna verdad accesible por la mente. El testimonio tiene una consistencia propia y va más allá de las expresiones de cualquier diálogo. Es una forma reveladora. Revela un mensaje trascendente y está revestido de autoridad propia. Si se insertara en un diálogo o si el testigo tuviera la voluntad tácita de testimoniar y demostrar algo, se banalizaría y con ello, se invalidaría el testimonio. El testimonio necesita un testigo y un oyente del testimonio.
Jesús, sentado frente (confrontado con) al tesoro del Templo observa la acción de esa mujer que se acerca a depositar su ofrenda. A continuación, nos dice el texto de Marcos, convoca a sus discípulos y les relata el testimonio de aquella viuda sencilla y marginal para todos los grupos presentes, y de su desprendida generosidad: descubre en ella un gesto que revela su profundo amor y cómo toda su confianza está puesta en Dios. De aspecto muy sencillo, sola e invisible en aquel contexto que poco repara en una mujer, y menos en su situación, no trata de decirle nada a nadie, pero la mirada atenta de Jesús la descubre, e inmediatamente ve en ella la forma que tiene de vivir la presencia de Dios en su vida. Es por lo que llama a sus discípulos y les advierte de ese testimonio, para que también ellos aprendan a saber mirar en lo sencillo, sin dejarse tomar por las maravillosas formas del Templo, ni por el exhibicionismo de los donantes en el Tesoro, ni tampoco por las excentricidades impositivas de algunos de sus funcionarios.
El verdadero testimonio comienza cuando quien observa descubre que el testigo está testimoniando, revelando algo que no se puede comunicar con otra forma de lenguaje. Jesús vio un testimonio en lo que hacía aquella mujer porque en esa acción descubrió su lealtad para con Dios y una forma de bondad, de libertad y de generosidad que solo podían provenir del amor al y del Padre. Ella, sin saberlo, fue una testigo para Jesús. El mismo Jesús, con su mirada, la hizo tal, al ver en ella la fidelidad al amor de Dios: “…amarás al señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma y con todo tu ser… Y al prójimo como a ti mismo“(Mc.12, 30-31)
El verdadero testigo da testimonio a pesar suyo, sin tener la intención de hacerlo, lo hace por la fuerza de una convicción y por la fidelidad a la verdad de aquello en lo que cree, vive y sostiene su existencia.
La convicción y la fe de esta mujer, ofrece un marcado contraste con los personajes que aparecen en la primera parte del relato y a los que hace referencia Jesús en su enseñanza a la gente. Estos, los letrados, eran los interpretes de la Ley, aquellos que “sabían” y tenían que decirle al pueblo cuál era la voluntad de Dios. Convencidos, por ello, de su superioridad, mantenían una posición distante, reduciendo al pueblo a la sumisión y haciendo de la dependencia de su magisterio la garantía de su sometimiento. Hacían ostentación de su piedad a Dios pronunciando en público largas oraciones, nos dice el texto, pero estas, según el relato de Marcos, lejos de ser un testimonio de la presencia de Dios en sus vidas, constituían un medio para extraer de las personas más vulnerables (las viudas) sus escasos recursos.
Con esto se enfrenta Jesús. Esto es lo que significa “sentarse enfrente del cepillo del Templo”. Esta mirada desde enfrente es la que Jesús trata de enseñar a sus discípulos, que salgan de esa realidad a ras de tierra y, con una mirada más alta sepan ver los testimonios que aparecen en la vida; que no se dejen tomar por la mentalidad y la visión de los letrados, que entiendan la paradoja: lo que tiene menos valor, es lo más valioso. Jesús no invita a los discípulos a seguir el ejemplo de la viuda, ella es el paradigma, el prototipo del Israel fiel, no el del seguidor de Jesús. De la viuda pueden aprender la fidelidad, la bondad y la lealtad a aquello que cree y vive. Pero lo que quiere es que sepan mirar y “ver” donde está el Israel que vale a los ojos de Dios y que sepan descubrir la perversión y la maldad del sistema.
Ellos que aparecen en el relato cuando Jesús ya ha visto el testimonio de la mujer viuda, son convocados por él después del hecho. No fueron al Templo con Jesús y surgen en la escena sin salir de ninguno de los encuentros de Jesús con los dirigentes, sugiriendo el evangelista que ya estaban allí; es decir, es una forma figurada de dar a entender que su presencia es “permanente”, que todavía comparten la mentalidad del Templo.
El contraste entre las dos escenas y, en especial, el testimonio de aquella mujer es una invitación a poner la vida en manos de Dios. Jesús da a entender que lo central no es el templo ni lo que se hace él, sino la actitud y la libertad con la que uno se relaciona con Dios.