Jun
Homilía Domingo de la Santísima Trinidad
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo ”
Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)
Primera lectura: Dt 4,32-34. 39-40
Nota previa: El enfoque que la historia de la salvación nos ofrece es que Dios (Uno y Trino) se vuelca en la salvación de los hombres. Convendría recalcar este sentido dinámico ("ad extra" que supone la realidad "ad intra") de la presentación de la Trinidad.
Marco: El fragmento pertenece al primer discurso pronunciado por Moisés (Dt 4,1-4,43). La gran preocupación de los teólogos-predicadores deuteronomistas, que ponen en boca de Moisés este discurso, fue la insistencia en que sólo hay un Dios, un pueblo, una elección, un templo, una esperanza. La raíz es la proclamación firme del monoteísmo: sólo hay un Dios y Señor.
Reflexiones:
1ª) ¡Israel tiene profundas raíces!
Habló Moisés al pueblo y dijo: Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra. La fe en un solo y único Dios volcado en la salvación de los hombres es una conquista armónica y lentamente entretejida de revelación del Espíritu y maduración histórica. Los Profetas alertaban y denunciaban el peligro de la idolatría. Aceptar y reconocer un solo Dios llevaba consigo el compromiso de realizar y vivir su alianza (las diez cláusulas de la alianza = los diez mandamientos). El contacto con los pueblos vecinos ponía a prueba diariamente la pureza de la fe monoteísta (Dios no puede ser representado en imágenes visibles). Su Dios le liberó de Egipto, pactó con él una alianza. En el culto al único Dios Israel podía y debía encontrar la fuente de la auténtica libertad y sentido de su vida. Una advertencia para nuestro caminar: la Iglesia, heredera de Israel en la fe monoteísta, debe seguir caminando en la fe en un sólo Dios que puede verse amenazada no por la idolatría, sino por otros elementos que cuestionan esa fe en un Dios Salvador que Jesús nos ha revelado como Padre.
2ª) ¡Israel es un pueblo privilegiado!
¿Hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego y haya sobrevivido? ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación... como Dios hizo con vosotros en Egipto? El Dios de Israel, trascendente, entra en la historia para vivir en comunión cercana con su pueblo. Esta es una de las convicciones más preciadas de la verdadera religión de Israel. La iniciativa la toma Dios mismo. Aunque es trascendente, el Dios verdadero no es un ser lejano. La religión de Israel es una religión histórica porque Dios se hace presente y lo dirige en la historia. La historia de la salvación intenta una y otra vez acoger esta revelación absolutamente gratuita como un don y una garantía de presencia. Dios está ahí, no alejado del hombre, sino al lado de su mejor criatura que es su imagen y semejanza. Y Dios quiso hacerlo con el pueblo más pequeño y más pobre en recursos culturales y poder humano. Lo ha elegido como signo de salvación para todo el mundo. Un Dios que se interesa por nosotros. ¡Así es nuestro Dios! Más tarde, en la plenitud de los tiempos, se realizará la cercanía jamás soñada: que ese Dios se haría hombre verdadero y vivirá entre los pobres de modo preferente, aunque no exclusivo: porque es el Salvador universal y para todos.
3ª) ¡El Señor es el único Dios en cielo y tierra!
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. La unicidad de Dios la descubre Israel como un don y como conquista laboriosa y dolorosa. Esta es la grandeza de la revelación del AT que culmina en el Nuevo. Aquella etapa pedagógica nos enseña el proceso de la revelación de la acción de Dios y de las dificultades por parte del hombre para llegar a esta convicción. Por el bien del hombre ("por su salvación", dirá la Dei Verbum) Dios se manifiesta como el único punto de referencia para que el hombre adquiera su plena humanización, ya que fue creado a su imagen y semejanza y sólo en la adhesión y confesión del único Dios puede llegar a la comprensión del sentido de su auténtica existencia humana. Esta referencia al único Dios garantiza su realización como criatura libre. Este mensaje de la unicidad de Dios tiene consecuencias irrenunciables para la convivencia entre los hombres y las naciones. Babel, rechazo del único Dios por el hombre, tuvo como resultado el enfrentamiento, la división, la insolidaridad y la guerra que atenaza permanentemente a la humanidad. Volver la mirada al único Dios (historia de Abraham) supone reemprender el camino de la unidad y la solidaridad entre todos los hombres. La aceptación de un sólo Dios repercute en el comportamiento ético: Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre.
Segunda lectura: Romanos 8,14-17.
Marco: Todo el capítulo 8 de esta carta se centra en la vida del creyente guiado por el Espíritu. En este capítulo trata de responder a los graves interrogantes que suscita el nuevo ser cristiano injerto en un ser humano, desarrollando la acción del Espíritu en el hombre creyente: el Espíritu se hace presente como principio vivificante; nos abre las puertas a la esperanza de la gloria futura y nos garantiza en la intimidad del corazón que somos hijos de Dios.
Reflexiones.
1ª) ¡Somos hijos de Dios guiados por el Espíritu!
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Es un privilegio de la revelación neotestamentaria, todavía de una manera embrionaria, la afirmación de un solo Dios y a la vez tres Personas. El Nuevo Testamento nos enseña que hay un Dios que en su acción liberadora se manifiesta como tres que actúan armónicamente en favor del hombre. En este fragmento de la carta a los Romanos se asigna al Espíritu una tarea que ya la había realizado, en cierto modo, con Jesús mismo ya que toda su vida fue acompañada por la acción del Espíritu. El relato del Bautismo es especialmente iluminador: después de la consagración de Jesús como Mesías y Siervo de Dios por la unción del Espíritu afirman los evangelistas que fue conducido al desierto por el Espíritu. El Apóstol Pablo nos recuerda que quien se deja guiar por el Espíritu es verdaderamente hijo de Dios que ha de seguir los pasos del Hijo. El Espíritu guía firme y suavemente el camino de los discípulos de Jesús como lo hizo con el Maestro.
2ª) ¡El Espíritu nos certifica de nuestra libertad de hijos de Dios!
Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos. La realidad más profunda que Jesús nos ha conseguido con su vida y su entrega hasta la muerte es la de ser hijos de Dios y hermanos unos de otros. El hombre es imagen de Dios por la creación, pero es hijo de Dios por la redención. El Espíritu Santo es el encargado por el Padre para mantener la conciencia de los creyentes en Jesús despierta. El Apóstol afirma que esta experiencia de Dios como Padre conseguida por el Hijo y reafirmada constantemente por el Espíritu es una experiencia de libertad. San Juan nos recuerda en su evangelio: Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdade-ramente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres... Todo el que comete pecado es esclavo del pecado. Y el esclavo no forma parte de la familia de modo permanente; el hijo, por el contrario, es siempre miembro de la familia. Por eso, si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres (Juan 8,31-36). El Espíritu ha recibido el encargo de parte del Padre de mantener en la conciencia de los creyentes viva y operante esta libertad de los hijos que el Hijo nos consiguió por su muerte y resurrección.
3ª) ¡Dios es nuestro Abbá = Papá y nosotros herederos!
El Espíritu nos hace clamar: ¡Abbá! (Papá). Sabemos que Jesús se dirigía siempre a su Padre invocándole como Abbá. Mc ha conservado la invocación en su lengua original (arameo) en el relato de la oración de Getsemaní (Mc 14,36: Abbá, Padre) y con lo que estamos seguros que Jesús llamaba a su Padre con el término ternísimo de Abbá. Y lo verdaderamente revelador es que Jesús asocia a sus discípulos en esta forma de dirigirse al Padre cuando les enseñó el Padrenuestro. Y ahora el Espíritu es el encargado de mantener suave pero firmemente en esta convicción profunda del creyente en su conciencia. Sólo porque Jesús nos lo enseñó y porque el Espíritu se hace presente en el corazón de sus discípulos podemos dirigirnos así a Dios. La cercanía de Dios ha llegado a la más alta cima posible para el hombre. Y los hijos son coherederos con pleno derecho de los bienes del Padre a través del Hijo que es el heredero por naturaleza: Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo. El Espíritu garantiza con su acción suave y firme que la herencia prometida está plenamente asegurada (nos adelanta las "arras": para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna (Tt 3,7). La esperanza pone en acción todas las virtudes asociadas a ella: fortaleza, paciencia, longanimidad, perseverancia, constancia, aguante, cuyo resultado es la garantía que da sentido a este camino.
Evangelio: Mateo 28,16-20.
Marco: Jesús ha recibido del Padre todo poder en el cielo y en la tierra, es decir, por la Exaltación de Jesús a la derecha del Padre se han roto definitivamente todas las fronteras y todas las barreras de los hombres entre sí y de los hombres y Dios. El envío a la misión universal: ahora ya es posible la evangelización a todas las gentes. La invitación a la fe y al bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La garantía de la presencia de Jesús.
Reflexiones:
1ª) ¡Cristo glorioso derriba todos los muros y barreras de separación!
Jesús les dijo: se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. El relato mateano revela el proceso hasta llegar a la apertura total al mundo que es el proyecto del Padre y que garantizará el Espíritu. Al comenzar el relato, Mateo indica con especial cuidado que Jesús es el hijo de David, de Abraham. Sabemos que Abraham es el padre y origen del pueblo elegido. Jesús se enraíza en el judaísmo. Hay que recordar brevemente, para comprender el final, que el judaísmo se cerró cada vez más en sus propias prácticas e instituciones. Sobre todo después del Exilio de Babilonia, al verse amenazada su identidad. Pero sus posiciones desbordaron todos los límites previstos por la misma Escritura. En esta situación la apertura a los paganos era casi imposible. Pues bien, tras la muerte-resurrección de Jesús que, en frase de Pablo, ha derribado todos los muros de separación (Ef 2,13ss) se ha realizado aquella promesa hecha a Abraham (Gn 12,1ss) de ser una bendición para todos los pueblos. El pleno poder que Jesús recibe del Padre está orientado a la salvación del hombre, a realizar en la historia aquella promesa antigua hecha a Abraham.
2ª) El envío a la misión universal a todos los hombres
Id y haced discípulos de todos los pueblos. Ahora es posible la misión universal. Esta misión estará presidida y acompañada por los Tres. El Padre ha enviado al Hijo al mundo para que el mundo participe y experimente la salvación: Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues no envió Dios a su Hijo para dictar sentencia de condenación contra el mundo, sino para que por medio de él se salve el mundo (Jn 3,16-17). La misión apostólica hunde sus raíces en la misión del Hijo por el Padre y tiene como tarea hacer presente hasta los últimos rincones del mundo y hasta lo más hondo del corazón del hombre la conciencia de que todo es fruto del amor de Dios. El Hijo envía de junto al Padre al Espíritu para que haga posible la plena reconciliación de los hombres con su Dios-Padre, es decir, la nueva creación: Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros. Sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar (Jn 20, 20ss). Los dos evangelistas (Mateo y Juan) nos enseñan en qué consiste la misión y a quiénes son enviados los Apóstoles: para anunciar la Buena Noticia de la nueva creación realizada por Cristo y actualizada por el Espíritu a todos los hombres sin excepción. ¡La Trinidad siempre volcada en favor de los hombres!
3ª) ¡El bautismo en nombre de la Trinidad es la puerta del Reino para todos los hombres!
Bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñadles a guardar todo lo que os he mandado. El bautismo es un sello firme e imborrable de la presencia, comunión y actuación de los Tres en favor del hombre. Bautizar en su nombre significa que somos propiedad de los Tres (en la Biblia el nombre representa a la persona). El bautismo nos introduce en la vida e intimidad de los Tres. Pero una vez más se nos advierte cómo hacer fecunda esa generosidad gratuita de Dios: cumplir cuanto a él le grada que se manifiesta plásticamente nuestra pertenencia a El y es la garantía de nuestra auténtica libertad y responsabilidad de hijos. En ese Dios uno y trino somos recreados para pertenecer a su propia familia. Por tanto, obedecer a los Tres y realizar su voluntad (mandamientos) nos conduce por los caminos de la verdadera libertad. Es necesario que toda nuestra vida esté real y vitalmente sellada, animada y presidida por la presencia y actuación de los Tres. Y esta presencia es inalterable y definitiva: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Así se cierra el relato evangélico de Mateo (28,20).