Jul
Homilía XIV Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2018 - 2019 - (Ciclo C)
“ ¡Poneos en camino! ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Hay momentos y etapas en la vida, en que la realidad parece desmentir todas nuestras ilusiones, cerrar nuestro futuro y conducirnos a la desesperación. ¿Cómo encontrar y mantener entonces la alegría, la paz, el ánimo y el sentido de la vida?
La liturgia de hoy nos habla de ello. La lectura de Isaías se dirige a un pueblo que ha vuelto del destierro de Babilonia, purificado en su fe tras la dura prueba, alimentado con las palabras de los profetas y con el sueño de una restauración gloriosa. Lo que encuentra es una tierra habitada por otros pueblos, con dificultades exteriores e interiores, con la dura realidad de un comienzo difícil y pobre en realizaciones. Ante el desánimo, el profeta, en nombre de Dios, anuncia a Jerusalén y a los que se duelen de su situación hasta parecer levar luto por ella, un futuro donde es posible la alegría, la paz, la abundancia y la fecundidad pues “vuestros huesos florecerán como un prado” y la fiesta. La confianza en la acción de Dios salvador, hace posible la fiesta.
También Jesús, en el evangelio, se encuentra con la resistencia ante su misión y el anuncio de su aparente fracaso en la pasión y cruz, Y, sin embargo, mira la realidad con otros ojos: “la mies es mucha”. No es tiempo de fracaso, sino de siega que esperan los campos. Siega abundante para la que es necesario pedir más obreros al Padre. Estos trabajadores seguirán los métodos y encontrarán las mismas dificultades de Jesús: irán a todos los pueblos de la tierra como indica el número simbólico de 70 (o 72 en otros manuscritos) (Gen 10), de dos en dos, porque se predica en comunidad y desde la comunidad, a donde piensa ir Él, porque su muerte y resurrección romperá las barreras del tiempo y del espacio. Marcharán ligeros de equipaje, sin falsas demoras, dependiendo en sus necesidades de lo que les ofrezcan, transmitiendo la paz, el Shalom de Dios, conjunto de toda la felicidad y plenitud para el ser humano y que es Dios mismo, sin dejarse invadir por el desánimo cuando sean rechazados; pero tampoco maldiciendo a los que se nieguen: “De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios”, pues la libertad del hombre puede en otro momento abrirse para acoger la siempre abierta misericordia de Dios.
Esos enviados de Jesús podrán, a veces, sentir que su misión es un fracaso y otras poder palpar el fruto que Dios mismo, a través de ellos está produciendo al vencer toda clase de mal. “Veía a Satanás caer del cielo como un rayo”. Pero mucho más que los resultados visibles, lo que debe constituir la fuente de la alegría para los discípulos es que sus nombres estén escritos en el cielo, es decir, fijadas indeleblemente sus personas en el corazón de Dios.
Pablo, en la segunda lectura, nos muestra el perfil conseguido de uno de esos discípulos según el envío de Jesús y su misión. Frente a sus méritos personales o sus logros, finaliza la carta a los Gálatas con un resumen de lo que cree, lo que vive y anuncia: al Crucificado en el que el amor de Dios ha mostrado su plenitud. Cada persona que acepta ese amor pleno, comienza una nueva existencia, es una nueva criatura que vive en amistad y seguimiento de ese Cristo que se convierte en su paz y su misericordia en persona. Este nuevo modo de existencia, se constituye en el criterio para ver qué es lo que vale y construye o lo que no vale y destruye: “el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”. Esto es vivir llevando en mi cuerpo (en mi vida concreta) las marcas de Jesús, es decir el modo de vida y de entrega de Jesús, vocación que ns sólo para él, Pablo, sino para todos los creyentes: “la paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan esta norma; también sobre Israel”.
En el fondo, lo que nos proponen las lecturas de hoy es, a ejemplo y seguimiento de Jesús de Nazaret, situarnos en la vida y en sus circunstancias de determinada manera. Podemos hacerlo desde la autosuficiencia, desde la autorreferencia de considerar que ni Dios ni los otros forman parte esencial de ella. Pensar que la paz y la alegría dependen del hecho de no tener problemas ni buscárselos para ayudar a los demás. De ser así, sentiremos cada vez más nuestra vida frágil, amenazada, temible, sin posibilidad de gozo ni de tranquilidad, con poca o nula resistencia ante los fracasos propios y la incomprensión ajena.
Por el contrario, como Cristo camino de Jerusalén y los discípulos y discípulas que como Pablo lo ha seguido en su pensar, sentir y actuar, la alegría y la paz no depende de lo exterior, sino que brotan de una fuente viva, del Espíritu Santo, que el Crucificado y Resucitado, que va delante de nosotros en los caminos del mundo y de las personas, ha hecho surgir en nuestros corazones.