Vie
8
Dic
2023

Homilía La Inmaculada Concepción

Año litúrgico 2023 - 2024 - (Ciclo B)

Alégrate, llena de gracia

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

La solemnidad de la Inmaculada nos habla del Proyecto de Dios sobre el mundo y sobre el ser humano. Ese proyecto tiene diversos nombres: santidad, salvación, gracia. La grandeza del proyecto refleja no sólo la grandeza de su Hacedor, sino, en este, la de su beneficiario (María y todo hombre).

En las lecturas se nos indica esto, aunque de una manera que, a veces, pasa inadvertida. Podríamos tomar como referencia la enseñanza de la carta a los Efesios, donde se dice: Dios nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes, porque nos ha elegido en él antes de la creación para que fuéramos santos e irreprochables… A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad”.

En consecuencia, el proyecto de Dios mira enteramente hacia el futuro de Jesucristo (destinados en la persona de Cristo), que, en el origen (la creación), ya estaba presente y dejando su huella de santidad. Adán, en el comienzo, era, al mismo tiempo, santo y llamado a la santidad. En él no había pecado alguno. Y su estado de gracia estaba destinado a alcanzar su plenitud perfecta en Jesucristo, el Hijo a cuya imagen había sido creado. Esta es la perspectiva del plan de Dios. Un plan que no va del pecado a la gracia, sino de la gracia a la abundancia de la gracia.

El pecado, que nos narra la primera lectura, supone la irrupción en la historia de una realidad que, en ningún modo viene de Dios, sino del propio hombre instigado por el Maligno. Una realidad que, desde entonces, marca la vida humana y envuelve a todo aquel que nace en este mundo (el pecado original). Pero cuidado, el pecado no responde a la identidad del ser humano.

La verdad del hombre, no hay que olvidarlo, es la gracia, la santidad. El pecado, que es una posibilidad de lo humano a causa de la libertad, lo que provoca es una disminución de la calidad humana. Sí, el pecado es humano, pero deshumaniza. Hace que el hombre deje de parecerse a quien es (la semejanza), aunque siga siendo quien es (imagen de Dios).

Jesucristo, conforme a quien fue modelado el hombre, asumirá esa realidad del pecado cuando se encarne, liberando la libertad humana herida; por esta vía, no sólo hará que el ser humano se vuelva a parecer a quien es en verdad, sino que logrará hacerle alcanzar su verdadera estatura de hijo de Dios en el Hijo de Dios, en quien fue elegido y destinado a la gracia.

María, nos dice esta solemnidad, en virtud de la elección de la que fue objeto y para llevar a cabo la obra salvífica de su Hijo, fue preservada de toda contaminación del pecado. Es decir, María estaba en la misma situación de Adán antes del pecado y, por tanto, se cumplen en ella, de un modo único, las palabras de la carta a los Efesios que hemos destacado. María, en este sentido, manifiesta la verdad del designio humano de Dios sobre la criatura que, desde la gracia (¡alégrate llena de gracia!), se abre a la plenitud de la gracia en la Palabra (Jesucristo) de la que va a quedar grávida por obra del Espíritu.

El texto de la Anunciación del evangelio, que por un lado recuerda que María es la síntesis perfecta del Adviento, permite comprender, de manera bellísima, la grandeza de la condición humana en el plan de Dios. Una grandeza reflejada en la confianza de Dios en su criatura, a la que le propone en María su proyecto, esperando su libre asentimiento.

La celebración de la Inmaculada canta, en el sorprendente designio de Dios, la dignidad del ser humano. Dignidad que le viene de su Hacedor y que Dios respeta escrupulosamente. Junto a esto, la solemnidad nos invita a proclamar que Dios cabe en la humanidad y que nunca la humanidad es tan humana como cuando se deja conducir por Dios, cuando Dios habita su existencia. La veracidad de esto se comprueba en el milagro de la encarnación que María hace posible: la humanización del hijo de Dios.

Hay en esta solemnidad una idea que, en la singularidad de María, se extiende de manera universal. Se trata de la esperanza, la esperanza en el mundo que ha salido de la mano de Dios, y, especialmente, la esperanza en el ser humano. Por expresarlo de alguna forma, Dios cree y espera en las personas. Y lo hace porque las ha creado y las ama, porque la criatura humana es hija de Dios y Dios no desprecia nada de lo que ha hecho.

Por consiguiente, los que celebramos en el adviento la solemnidad de la Inmaculada hemos de conectar con esta corriente de positividad teologal y reanimar la esperanza en un mundo humano que, con frecuencia, más bien, invita al desánimo y provoca frustración a causa de las guerras, las injusticias, la pobreza, el descarte, las polarizaciones irreconciliables, la soledad, el aburrimiento vital. Los cristianos en el contexto actual hemos de ser signos de esperanza.

En definitiva, el proyecto de Dios (el Reino de Dios, una humanidad y un mundo nuevos) es posible. El adviento y la Inmaculada tratan de movilizar al Pueblo de Dios en la dirección de ese sueño de Dios manifestado en Jesucristo. Un proyecto que cabe en el ser humano, que es su medida y su verdad. Un plan que grita que el hombre es bueno, aunque sea pecador, y que la gracia es su suelo vital característico.

María es la prueba de esta verdad, pero de una manera paradigmática. Por consiguiente, gracias al Dios que viene, y de María, la mujer acogedora de su venida, ha de crecer entre nosotros un impulso renovador del Espíritu, que nos conduzca a pronunciar hoy un asentimiento responsable a la actualización del misterio de la encarnación: ¡Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra!

La pregunta que podemos hacernos y meditar es: cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿hallará entre nosotros esta fe? Ayudémonos a cuidar y a mantener esta esperanza viva. Para Dios nada hay imposible y, además, confía en nosotros.