Ago
Homilía Santo Domingo de Guzmán
Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)
“ Brille vuestra luz ante los hombres… ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Palabra contemplada que es fuente de libertad
La Buena Nueva no puede ser razón para la tristeza, para la violencia, para la muerte. La Buena Nueva es Palabra contemplada, para la libertad, la justicia, la misericordia… Y más en un mundo, hoy el nuestro, con tantos signos de humanidad y a la vez con tantos signos de deshumanización. En esta realidad somos llamados, como Ntro. Padre Santo Domingo, para rescatar, recuperar, acercar, liberar de la esclavitud de tantos “dioses” inventados que incapacitan, explotan al débil, y defienden un sistema y una cultura que sólo beneficia a unos pocos, que ignora a otros , que multiplica el sufrimiento y oscurece la vida. El texto de Isaías hace referencia a un mundo plagado de violencia y muerte; los trabajadores del reino tienen la gran tarea de ser también anunciadores y promotores de paz, de justicia y de vida. ¿Cómo entenderlo? Sólo desde la libertad. La libertad que brota y se hace patente en la Palabra. La libertad para amar, para acompañar, para perdonar, para ayudar, para anunciar. La libertad que olvida cualquier deseo de reciprocidad, no pasa factura. La libertad que hace más coherente la predicación de la gracia. “Predicador de la gracia” (expresión tomada del O lumen) como decimos de Ntro. Padre Santo Domingo. “… el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén. El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios” (Is 52,9-10). Dios no se oculta a nadie, “desnuda su brazo a la vista de todas las naciones”. Dios nos hace partícipes de su gracia y todos somos llamados, somos predicadores de la Buena Nueva, de la gracia.
Palabra encarnada y anunciada como vida común
Palabra contemplada y encarnada en la relación con Dios, con los demás, con uno mismo. Palabra madurada en la vida con los hermanos. Palabra que brota de la vida común. Santo Domingo quiso encomendar a la comunidad la predicación de la Palabra. Así garantizar una permanencia de la predicación; el apoyo que significa saber que detrás están los hermanos y hermanas de la comunidad; testimoniar , a la vez, la eficacia del Evangelio vivido en comunidad y, sobre todo, ayudarnos a escuchar las súplicas de la humanidad. Pablo a Timoteo le expresa la urgencia de anunciar la Palabra y el cómo hacerlo utilizando una serie de imperativos que pueden ser necesarios, pero sobre todo han de ser sanadores. Esta cualidad brota de un corazón compartido, de una vivencia comunitaria, desde la comunidad. El Espíritu actúa para el bien común. No es posible entender el espíritu de la Palabra ni al Espíritu desde la individualidad. Los cristianos podemos pecar de falta de fe, de ahí, entre otras cosas, nuestra osadía de decirle a Dios lo que tiene que hacer. La inmadurez de la fe ¿no puede ser consecuencia de la falta de sentido comunitario? ¡Tenemos claro que somos una gran familia, la familia de los hijos de Dios! Este es nuestro desafío: conseguir que cada uno y nuestras comunidades alcancemos y alcancen unos niveles de experiencia de Dios, de experiencia de fe, que no se requiera mucha palabrería porque “por su obras los conoceréis” (Mt 7,16)
Palabra y palabras que iluminan y dan sentido
Iluminar, no deslumbrar; dar sentido, dar sabor, no ahogar la cualidad del otro. Palabra que se sostiene y se hace viva en el respeto al otro, en el amor a los hermanos. La Orden fundada por Santo Domingo propone unas estructuras de funcionamiento flexibles y democráticas; las constituciones son fundamento de liberación y no de obligaciones. Todo esto se hace, se vive en comunidad; es un compromiso, no es un deber; se hace realidad en el compartir que, a su vez, nos proporciona conocimientos sobre nosotros, sobre los otros, y juntos podemos avanzar, crecer, crear y creer.
Ser luz y sal en la vida. Ser luz, facilitar y hacer posible que todos vean, puedan leer los signos, gestos, acontecimientos de sus vidas porque ahí habla Dios; porque cada uno desde su realidad descubre y se hace responsable de su tarea, de su vida. Ser luz, con la intensidad que marca el respeto, la consideración, el valor del otro; no estamos para deslumbrar como haría un “ego” inmenso, como hace aquel que se cree el centro del universo y que todo lo sabe. Deslumbrar es provocar ceguera. Ser sal, destacar, potenciar las cualidades del otro. Cuando utilizamos a los demás para intereses particulares, los anulamos y lo que conseguimos es el desprecio. Si echamos mucha sal a un alimento, el alimento ha perdido todo su sentido, ha sido anulado y la expresión es: “¡aj, que salado!” La sal no ha quedado agraciada y reconocida, todo lo contrario, porque no ha cumplido sus función de destacar, potenciar el alimento que acompaña… Palabra y palabras que iluminan y dan sentido, que acompañan y se comprometen y esa comunión es testigo y testimonio de la Buena Nueva.