Jue
8
Ago
2024

Homilía Santo Domingo de Guzmán

Año litúrgico 2023 - 2024 - (Ciclo B)

Sois la sal de la tierra, la luz del mundo

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Pasión por entregar la Palabra de Dios a los demás

La primera lectura de este día nos habla de vocación. Y en ella se nos narra cómo Dios mismo irrumpe en la conciencia de Jeremías y cómo este -Jeremías- expresa una profunda reflexión sobre todo lo que siente ante ese llamado. Como otras grandes figuras bíblicas Jeremías tiene que descubrir poco a poco su vocación porque, a decir verdad, no comprende del todo para qué lo ha llamado Dios. Y es que en todo proceso vocacional se experimenta que es Dios quien conduce por tanteos y a través de lo impreciso; de las dudas e incluso del miedo. Porque decir sí de manera incondicional hay que reconocer que no es nada fácil. Santo Domingo también tuvo que marcarse itinerarios y recorrer no pocas rutas ante la llamada de Dios: estudiante en Palencia, canónigo en la Catedral del Burgo de Osma, embajador del rey Alfonso VIII de Castilla, incansable predicador entre los cátaros, firme y perseverante en su empeño por fundar la Orden de Predicadores… Así pues, vemos tanto en el profeta Jeremías como en Santo Domingo que la vocación es una historia que implica un proceso, es decir, un desarrollo en el tiempo. Porque el ser humano precisa del tiempo para que sus decisiones maduren, para comprender aquello a lo que se siente llamado. Por ello, es imprescindible ese período en el que se convive con las dudas, porque sólo así podremos adivinar la hondura de las respuestas. Y como le ocurriera a Jeremías el profeta, no es malo sentir miedo por lo que se experimenta en el interior ni reconocerse parco en palabras por apenas saber balbucear. Pero al igual que Santo Domingo hemos de fiarnos de Dios y apostar por aquello a lo que nos ha llamado: para sentir pasión por su Palabra y entregarla a los demás.

Todo tiempo es tiempo de gracia

En la segunda lectura de esta solemnidad escuchamos cómo Pablo, de manera imperativa, exhorta a anunciar la Palabra de Dios. El Apóstol es consciente de que el mejor legado que puede dejar es su ejemplo de entrega incondicional por el Evangelio. Porque Pablo sabe, dado que lo ha experimentado, que esa entrega si es fiel y no hay traición alguna en ella, convierte en hombres de Dios a quienes sienten el llamado a ser profetas. Sabemos por las crónicas de la época que Santo Domingo no dudó en llevar siempre consigo las cartas de San Pablo que, junto al evangelio de Mateo, eran sus tesoros más preciados. ¿Qué le trasmitió San Pablo para ver en sus cartas una obra de referencia y por ello ser una de sus lecturas de cabecera? ¿Qué halló Santo Domingo en los textos paulinos que hizo que los tuviera como brújula para no perder la orientación a la hora de llevar adelante sus propósitos de vida? Quizá es que en los textos del Apóstol Santo Domingo descubrió que la vida hay que afrontarla a pecho descubierto. Y que todo tiempo es tiempo de gracia. Por ello, merece la pena entregarse de lleno hasta el último suspiro de nuestra existencia por liberar a la gente de sus angustias. Porque ser servidores de la Palabra al estilo de Santo Domingo siguiendo las pautas de San Pablo, pone de manifiesto que la esperanza es invencible.

Dar claridad y sabor a la humanidad para abrir caminos de esperanza

La sentencia en boca de Jesús «vosotros sois la sal de la tierra; sois la luz del mundo» posee una profundidad tal que, quizá, no hemos captado del todo su hondura a pesar de haberla escuchado y leído infinidad de veces. El hecho de que complete la proclamación de las Bienaventuranzas nos debería poner en la pista de que estamos ante una advertencia que pide un testimonio rompedor, subversivo y revolucionario. ¿Y esto para qué? Pues para que el Evangelio no se convierta en una ideología más. Y es que Jesús no se dedicaba a repetir una doctrina ni era un comentarista chabacano de lo que se podía aprender a los pies de cualquier rabino. Porque Jesús de Nazaret, por medio de la praxis de una predicación alternativa a la par que profética, lo que pretendía era abrir mentes y corazones y liberar a todo aquel que, de una u otra manera, se sintiera oprimido y despreciado por quienes interpretaban tradiciones y leyes sin misericordia alguna. Así pues, con la breve mención a la sal y a la luz Jesús indicaba que no quería discípulos ni seguidores indiferentes y mucho menos inoperantes. Son palabras que invitan a encarnar ese amor loco que Dios siente por la humanidad. Porque Jesús tiene claro que el anuncio la Buena Noticia no es una cuestión de doctrina -que es algo que se puede volver insípido y oscuro- sino de encarnación.

A Santo Domingo se le ha llamado con frecuencia «vir evangelicus». Esto es así porque sabía que debía vivir y sentir de forma rompedora, subversiva y revolucionaria el anuncio del Evangelio. Y es que en la época que le tocó vivir la Iglesia estaba sumida en una crisis considerable. Por un lado la vida cristiana estaba inmersa en la oscuridad del error, fruto de las herejías. Por otro, la predicación llegaba a los fieles de una forma absolutamente desabrida por el tipo de vida que llevaban quienes la tenían encomendada. Y por supuesto, la vida religiosa tenía que cambiar en su modelo y formas ya que estaba totalmente alejada de las necesidades de la sociedad. Domingo, pues, no tardó en darse cuenta de la insipidez y oscuridad que la Iglesia desprendía. Se percató de que nada tenía sabor y que no existía ni un pequeño atisbo de luz para al menos avanzar a tientas. Así es como Santo Domingo hace que surja una vida radicalizada al Evangelio. Una verdadera y encarnada vida apostólica con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones para sacar a la Iglesia, y por consiguiente a los creyentes, de la anemia y ceguera espiritual en la que habían caído y que no les dejaban ver ni saborear la vida cristiana en plenitud. Pero aún hay más. Santo Domingo fue un visionario, es decir, un adelantado a su tiempo y sabía que debía ampliar horizontes. Por ello hizo todo lo posible para que la predicación dominicana no quedara encerrada y oprimida en el sur de Francia donde se encontraba, sino que la sacó para que diera sabor y luz al mundo entero. Y por supuesto no solo en esa época concreta. Porque la predicación es el condimento imprescindible y la claridad necesaria que se precisa en todos los tiempos.

Mirar a Santo Domingo, o dicho de otra manera, estudiar en serio el modo de vida que nos dejó, es percatarnos de que la predicación no se trata de palabrería ni es una cuestión de vanilocuencia. Vendedores de humo sobran. Como tampoco es recurrir a viejas apologéticas ni potenciar espectáculos eclesiales epidérmicos. Se trata de hacer posible la encarnación del Evangelio en el ser humano de hoy, para que pueda saborear y contemplar con nitidez la belleza y la verdad de este fascinante mundo nuestro. Porque Domingo se comprometió y comprometió a la Orden de Predicadores con una predicación cuya finalidad es dar claridad y sabor a la humanidad, para que se puedan abrir caminos de esperanza.

¿No urge en nuestros días, al igual que en la época de Santo Domingo, una predicación renovadora y profética que imite la vida apostólica que a su vez tome como ejemplo la praxis de Jesús de Nazaret? Hay quienes piensan que volver al origen es retroceder pero, ¿no es preciso mirar a nuestros orígenes para descubrir la esencia de nuestra verdad? ¿Esa verdad que da luz y sabor a nuestra realidad?