Oct
Homilía XXVIII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)
“ Levántate, vete; tu fe te ha salvado ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
La salud que buscaba Naaman, el sirio.
Visto desde hoy, por lo menos choca que sea un sirio quien acude al Dios de Israel para obtener la salud que no puede obtener en su pueblo. Y se entiende, es que hoy también acuden los sirios, muchos que huyen de la guerra, buscando refugio, entre los que tienen lo necesario y podrían compartirlo con los que carecen de ello. Pero no sin muchas dificultades, en la situación antigua y en la actual.
Naaman es un personaje muy importante, jefe del ejército del rey de Siria, pero que está enfermo de lepra, enfermedad incurable. Una sirvienta israelita, al servicio de la mujer de este general, le hace saber que en Israel hay un profeta muy poderoso. Naaman se presentó al rey de Israel, que quedó perplejo ante su petición. Bueno, ya ha intervenido una creyente israelita para conducir al general Naaman hacia el profeta de Dios, pero ante la resistencia del propio Naaman y su deseo de un trato espectacular, propio de su dignidad, el profeta de Dios también le marca lo que tiene que hacer, le señala puntualmente el camino: “Ve y lávate siete veces en el Jordán y quedarás limpio” (2 Reyes 5, 10). Incluso los mismos sirvientes del propio Naaman median para persuadirle a que acepte lo que manda el profeta. ¿Forma todo este itinerario parte de la obediencia de la fe? Cierto, no siempre sucede igual, pero en todo caso siempre son muchas las mediaciones para llegar a la fe.
De la experiencia de la curación, a la confesión del único Dios.
¡Vaya que salto! ¡Verdaderamente un salto mortal!. El salto de la fe no es fácil de darlo, porque todo considerado, siempre queda un vacío. Naaman el sirio dio un salto mortal al aceptar la palabra del profeta Eliseo, pero cayó de pie, y no como quien recoge el bien recibido y a otra cosa, sino que se recoloca encontrando su nuevo lugar. Si la lepra lo tenía postrado, ahora, liberado de ella, se mantiene de pie ante el único y verdadero Dios. La debilidad de su enfermedad, en interacción con la fuerza de las palabras del profeta, transforman la experiencia de la curación en un plus sobreañadido, que pone al dador del bien en primer lugar y comprende así cómo debe situarse ahora, después de haber sido curado y eliminado el mal que le humillaba. Naaman, este extranjero y enemigo de Israel, confiesa : “Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel”. Ahora ha cambiado el horizonte de la vida de Naaman el sirio y no simplemente ha recuperado el bien de la salud que con tanta ansia buscó. Lo mejor del sirio fue reconocer que todo lo había recibido del Único que todo lo puede.
¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que un extranjero?
Quizás es que las cosas Jesús las hizo esta vez muy fáciles, tal como Lucas describe la curación de los diez leprosos. No les pidió nada, no hizo nada sobre ellos, ni siquiera se habían curado todavía cuando les dijo que se presentaran a los sacerdotes. Solo cuando iban a mitad de camino –diríamos- y es posible que ya no veían a Jesús, que quedaba ya lejos, cayeron en la cuenta que habían sido curados. Esto es, como si nada hubiera pasado.
Pero las cosas fueron igual para los diez. Por ahí no hay, pues, que buscar nada para entender lo sucedido. Las cosas buenas que tenemos todos parece que no se deben a nadie. Son como naturales. Nos pertenecen por naturaleza, por derecho. ¿Es habitual agradecer las cosas buenas que tienen todos los demás? Aunque no lo explicita el evangelista Lucas, sí que debemos suponer que se presentaron a los sacerdotes, pues la lepra no sólo era una enfermedad física, sino también un rechazo social que sólo desaparecía cuando los sacerdotes tenían constancia oficial.
Parece que el relato de la vuelta del samaritano curado a Jesús, en lugar de marcharse alegremente con los otros nueve, es algo más que una licencia literaria de Lucas. ‘A grandes gritos y echándose por tierra a los pies de Jesús, alabando a Dios y dándole gracias’, esta descripción está más cerca de un relato de conversión que una simple constatación de curación. La acción curativa de Jesús ha llegado hasta transformar el corazón del leproso samaritano, que prorrumpe a gritos de reconocimiento y de acción de gracias.
Pero ¿por qué precisamente un extranjero, un samaritano?
El evangelista deja constancia que el leproso agradecido es un samaritano. Esta frase, escuchada por los lectores originales, destruía todos los estereotipos que se tenía de los samaritanos, personas despreciadas por los judíos. No es la ley sino la fe quien salva. Por eso el samaritano pudo escuchar de Jesús: “levántate, tu fe te ha salvado”. Ciertamente para ello no fue necesaria ni la mediación de los sacerdotes. Bastaba reconocer el don recibido.
Como hemos cantado en el salmo responsorial, el Señor revela a las naciones su justicia, no basada en méritos propios sino en el reconocimiento de quien nos la da gratuitamente. Basta que la deseemos de corazón, como hemos visto en Naaman el sirio y el leproso samaritano. “Porque sin con Él morimos, viviremos también con Él”.