José Luis Gago de Val, OP
Hay muchas posibilidades diferentes de aplicar la palabra predicación.
Se predica en el templo, en la celebración litúrgica y fuera de ella. Se predica en salas de conferencias, en grandes manifestaciones e incluso en plazas y calles. Se predica por radio y televisión, etc. Dentro de esta falta de precisión en la terminología hay algo que se puede afirmar con certeza: la predicación es el anuncio de la palabra de Dios.”
En la literatura paleocristiana, la palabra predicar conserva siempre el sentido de “proclamación del mensaje cristiano”.
Con un estudioso de la teología de la predicación – Domenico Grasso, “Teología de la predicación”, Ediciones Sígueme, Salamanca 1968)- la definimos como “la proclamación del misterio de la salvación, hecha por Dios mismo a través de sus enviados, en orden a la fe y a la conversión y para el crecimiento de la vida cristiana”. En otro lugar de su obra “Teología de la predicación” afirma: “la predicación es un acontecimiento: el encuentro con Dios. La historia de cada hombre no es tal, hasta que Dios no entra en ella obligándole a una elección. El encuentro entre Cristo y cada hombre acontece en la predicación antes que en los sacramentos".
La predicación es vehículo de la gracia y, en particular, de esta gracia fundamental que es la fe. De ahí su preeminencia entre los ministerios de la Iglesia. El propio Grasso asegura que la predicación es más importante que las obras de caridad arguyendo por el dato, recogido en el libro de los Hechos de los apóstoles, de la elección de los siete diáconos, pues...”no es razonable que nosotros abandonemos el ministerio de la palabra de Dios, dijeron,para servir a las mesas". (Hech 6,2). Más importante, insiste, que la administración de los sacramentos, incluido el bautismo: Jesucristo, consciente de que el Padre le ha enviado a predicar el reino de Dios (Lc 4, 43) deja en manos de sus apóstoles la administración del bautismo de penitencia. San Pablo hará lo propio y, para justificar su proceder reservándose la predicación, recurre al mandato de Jesucristo: “Que no me envió Cristo a bautizar, sino a evangelizar”. (1 Cor 1, 17).
Probablemente hay que buscar, en el ejemplo de Cristo y de san Pablo,la causa de que los obispos de los primeros tiempos se reservaran para sí el ministerio de la palabra y no permitieran ejercerlo a los simples sacerdotes, sino en época muy tardía.
En África fue san Agustín el primer presbítero a quien se le permitió predicar; el hecho llamó tanto la atención, que el papa Celestino escribió a los obispos de Italia para que no imitasen este “mal ejemplo”. No obstante, en el Concilio de Arlés (813) aparece por primera vez el mandato de que los párrocos prediquen en sus parroquias.
Aquí es obligado mencionar a Diego de Acebedo, obispo de Osma y Domingo de Guzmán, por entonces canónigo regular de su cabildo. Año 1205: primer contacto con cátaros y valdenses en el mediodía francés, inicio de una nueva etapa que se inaugura con la fundación, en Prulla, Francia, de una casa llamada “santa predicación”;desde allí,con la aprobación sucesiva de Honorio III e Inocencio III,surgirán los frailes predicadores “para consagraros – les escribirá el primero de ellos-a la predicación de la palabra de Dios, propagando por el mundo el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. El IV Concilio de Letrán (1215) extenderá la experiencia recuperada por los frailes predicadores.
Pero la cosa empezó en Galilea... Es frecuente encontrar en el evangelio la expresión “Jesús pasaba predicando el evangelio del Reino”; y ése es el encargo que dejó a los suyos:”Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura”. Desde los apóstoles Pedro y Pablo, la historia de la Iglesia es la historia de la predicación, de la evangelización,de la proclamación del evangelio.
José Luis GAGO DE VAL; Del orador sagrado al comunicador cristiano, 1ª Asamblea de Predicación, 2006.