Fr. Felicísimo Martínez O.P.
La personalización del mensaje o la predicación personalizada exige del predicador algunas actitudes fundamentales.
En primer lugar, humildad, mucha humildad, para presentar el mensaje como una propuesta de buena noticia y no como una imposición o una carga. Esa humildad permite que el predicador no se apropie del mensaje, ni hable en nombre propio. El ejemplo de Juan Bautista debe inspirar a los predicadores: “Es preciso que yo mengüe y Él crezca”. No es lo mismo predicarse a si mismo que predicar a Cristo.
En segundo lugar, la predicación personalizada requiere honestidad, mucha honestidad, para no decir más de lo que el predicador cree, aunque tenga que predicar más de lo que entiende. Puede predicar lo que cree la Iglesia, aunque no lo comprenda, pero es necesario que lo crea.
En tercer lugar, requiere mucho coraje y valentía (mucha parresía), para no callar el mensaje, para no limar sus aristas o acomodarlo a los gustos del oyente, de forma que se vuelva dulzón para los oyentes e inocuo para el predicador. Silenciar el mensaje o acomodarlo significa con frecuencia traicionar el Evangelio.
En torno a estas actitudes y a esta espiritualidad del predicador, tiene Humberto de Romanis algunas indicaciones que conviene recordar.
La predicación es un don de Dios. Otros oficios se adquieren con entrenamiento y práctica frecuente; éste es una gracia recibida, la gracia de la predicación (p. 50).
- El Maestro de la predicación es el Espíritu Santo, que pocos predicadores tienen (y todos deberíamos tener). (p. 51).
- “Dedíquese a la predicación el que ha recibido la gracia de la predicación” (p. 106).
- Aunque la predicación es un don de Dios, el predicador prudente debe prepararse con estudio asiduo y oración, pero no para decir sutilezas, para dar vueltas a las palabras, para multiplicar las anécdotas…, sino para transmitir el verdadero mensaje (p. 52 y 53).
- “El predicador debe recurrir ante todo a la oración, para que le sea dada una palabra eficaz para la salvación de sus oyentes” (p. 57).
- El predicador debe conocer la Escritura, las criaturas y la historia (p. 62).
- “Disminuye el mérito de la predicación, si la caridad no la mueve” (p. 68).
- La conducta y la persona del predicador no han de ser despreciables, “no sea que por ello sea despreciada su predicación”. (p. 70).
- “No conviene comenzar a predicarantes de recibir los bienes que vienen del Espíritu” (p. 77ss.). Pero algunos “no predican porque están siempre preparándose para predicar”. (p. 88).
- Conviene predicar donde hay más necesidad. “¿De qué sirve estar siempre predicando a religiosos, religiosas y gente piadosa, que no necesitan tanto y dejar de lado a los que más necesitan?” (p. 103).
- Y no conviene salir a predicar solamente para huir de la disciplina del claustro, como niños que se fugan del colegio (cap. 7, e.).
- Humberto de Romanis habla de “predicar fuera de la predicación” (cap. 7, 3). Y se refiere a la conversación informal y familiar (cap. 7, 3, a. 1…).Dice: Una conversación familiar es más fructuosa que un sermón general, porque la persona se siente aludida y porque las palabras familiares penetran con mayor familiaridad “como flechas disparadas a su objetivo” (152).
Sin duda, Humberto conocía bien a los frailes y dominaba el ministerio de la predicación.
Felicísimo MARTÍNEZ; Predicación y personalización del mensaje (Espiritualidad personal y comunitaria del Predicador), 1ª Asamblea de Predicación, 2006.