Otra de las facetas del apostolado del P. Arintero en los últimos años de su vida fue la difusión de la devoción al Amor Misericordioso. La misma revista La Vida Sobrenatural fue su principal instrumento de difusión. En 1922, un año después de fundar la revista, establece los primeros contactos con esta devoción. Ese año llegó a sus manos, desde Lyon, un opúsculo titulado Centellitas. El don de Dios o los secretos del amor divino, que le impresionó mucho. Este folleto se lo había enviado la señora Ortúzar, que trabajaba en un centro de propaganda de la devoción al Sagrado Corazón en Lyon y mantenía correspondencia con el P. Arintero, al que había conocido en 1921. En un primer momento Ortúzar no reveló la identidad de la autora de este folleto, pero continuó enviando al P. Arintero nuevos escritos y una imagen de Cristo crucificado -pintado por la misma persona- que tenía especial eficacia para suscitar conversiones. La autora era la Madre Teresa Desandais (monja salesa). En la revista se publicaron muchos de sus escritos bajo el pseudónimo P. M. Sulamitis o A. Sulamitis.
El P. Arintero quedó cautivado por la doctrina que contenían estos escritos y tomó con el máximo interés todo lo relacionado con el Amor Misericordioso. A través de los escritos aparecidos en La Vida Sobrenatural, el P. Arintero entró en contacto con los que luego serían sus colaboradores en este apostolado. Es el caso de Juana Lacasa, madre de familia con grandes inquietudes apostólicas. Ella fue una ayuda insustituible para el P. Arintero tanto en la difusión de esta devoción como en la traducción de los escritos que llegaban de Francia.
Fueron miles los opúsculos y hojitas que se difundieron por España con la doctrina del Amor Misericordioso. También se difundió la representación de Cristo pintada por la M. Teresa Desandais.
Ese cuadro se reprodujo en multitud de estampas y fue visitado por muchas personas: Juana Lacasa viajó con él por diversas ciudades de España para enseñarlo. Visitó el Palacio Real para enseñárselo a la reina María Cristina a petición de esta última.
En estos años la obra se difundió por toda España en estos años y contó con la aprobación de muchos obispos y con la bendición de Pío XI. El culto se celebraba principalmente en la basílica de Atocha, donde, por encargo del P. Arintero se instaló un gran cuadro pintado por Sulamitis. Durante la guerra civil española la iglesia fue incendiada y el cuadro ardió.
A la muerte del P. Arintero la devoción se extendió por todo el mundo. Pero en 1941 cuando se intentó introducir en La Habana, el arzobispo de esta ciudad decidió prohibirla. La noticia se difundió rápidamente por todo el mundo de forma sesgada, entendiendo que la Santa Sede la había prohibido en todas partes, cuando en realidad la prohibición se limitaba exclusivamente al territorio de la diócesis de La Habana. Con este motivo la obra del Amor Misericordioso fue perdiendo popularidad y llegó casi a desaparecer.
Hoy la obra del Amor Misericordioso, tal y como el P. Arinterio la propagó, está consolidada gracias al apostolado de la M. Esperanza de Jesús Alhama, sobre la que el P. Arintero ejerció una gran influencia, y también gracias a la construcción del gran santuario del Amor Misericordioso en Collevalenza, convertido pronto en centro mundial de peregrinaciones.
Para el P. Arintero el Amor Misericordioso era un misterio que él vivía a fondo. Con esta obra pretendía crear una sensibilidad que impulsase a la lectura de la Biblia, sobre todo de los evangelios, resaltando de modo especial todo lo relativo a la caridad. Quería ayudar a la gente a creer en el amor de Dios. Se trata de crear una espiritualidad positiva en la que se habla poco de pecado, castigo,… y mucho de caridad, santidad, misericordia, esperanza en el inagotable amor del Padre. Sobre el pecado no se guarda silencio, pero se presenta, sobre todo, desde la perspectiva de la misericordia y del gozo que tiene Dios en perdonar, cuando existe verdadero arrepentimiento.
Se trata, en definitiva, de vivir el precepto del amor dentro del marco de la misericordia. Es así como se inscribe en el mismo Evangelio.
Fray Manuel Ángel Martínez de Juan, OP