Este navarro nacido en 1503 en Miranda de Arga pasó a la historia por ser uno de los hombres más influyentes en la Corte del rey Felipe II y sus amplios conocimientos de teología le valieron el cargo de arzobispo de Toledo. Anteriormente, jugó un papel destacado en el Concilio de Trento. Su localidad natal ya prepara los actos del quinto centenario de su nacimiento.
Probablemente no se terminarán los dedos de una mano contando, a lo largo de la historia, los navarros que hayan tenido tanta categoría histórica y tanta influencia en España y en Europa. Su familia procedía del valle de Carranza en las Encartaciones de Vizcaya. A los once años, a la muerte de su madre, asumió la tarea de educarlo su tío, el doctor Sancho Carranza de Miranda, profesor de la Universidad de Alcalá, donde lo llevó, y allí comenzó a desarrollar sus capacidades para el estudio y le fue naciendo su vocación para la vida religiosa, decidiendo pedir el hábito de la Orden de Predicadores, a pesar de la oposición de su tío. Siendo ya fraile dominico fue enviado a estudiar al centro de mayor prestigio de los dominicos españoles, el Colegio de San Gregorio de Valladolid donde, una vez finalizados sus estudios de filosofía y teología, le confiaron tareas de docencia en el mismo Colegio, llegando a ser Regente Mayor con poco más de treinta años. Obtuvo el grado de Maestro en Teología durante su asistencia al Capítulo General de la Orden en roma en 1539.
A su vuelta a Valladolid para continuar sus clases, su prestigio como teólogo hizo que fuera llamado a colaborar con la Inquisición. Fue un predicado brillante, teniendo como oyentes asiduos a la familia real, que residía en Valladolid. En 1540, con ocasión de una muy importante ola de hambre que se extendió por Castilla, Fray Bartolomé empleaba todo su tiempo disponible en visitar enfermos y facilitar medicinas y comida a los necesitados.
El emperador Carlos V le como teólogo imperial para participar en el Concilio de Trento. Su participación en la primera etapa del Concilio fue incesante. Al finalizar esta etapa (1558) la fama de Fray Bartolomé se extendía por toda Europa. Se le conocía como “Mirandensis”, el mirandés. De regreso a España fue elegido prior del convento de Palencia y poco después Prior Provincial. Carlos V le ofreció un nuevo obispado, el de Canarias, y Carranza lo rehusó como anteriormente había rehusado ser obispo de Cuzco. A la reanudación del Concilio de Trento, en su segunda etapa, el Emperador volvió a enviarle como teólogo imperial.
Cuando Felipe II viajó a Inglaterra para su boda con la reina María, hija de enrique VIII y de Catalina, hija de los Reyes Católicos, llevó en su séquito a Fray Bartolomé, requerido personalmente por Felipe II. Colaboró, junto con el legado pontificio, el cardenal Pole, en la tarea de la Reina María de reintegrar Inglaterra al catolicismo.
Entre tantos trabajos y preocupaciones Carranza, como en destinos anteriores, seguía en contacto con su familia y con su Miranda de Arga, con quienes mantuvo frecuente correspondencia.
Carlos I de España y V de Alemania renunció a sus estados en 1556 y Felipe II, teniendo que marchar a Flandes, requirió la compañía de Carranza. Allí se publicarían los Comentarios al Catecismo Cristiano, que le había encargado el sínodo de los obispos ingleses. En 1558, con diferencia de apenas unas horas, mueren la reina María y el cardenal Pole. Accede al trono de Inglaterra Isabel, hija de Enrique VIII y de ana Bolena, e Inglaterra volvió a la ruptura, entonces definitiva, con el catolicismo.
A la muerte del arzobispo de Toledo, el rey no dudó en pedir, en exigir, a Fray Bartolomé que aceptara la sede primada, siendo ratificada inmediatamente por Roma la propuesta del rey de España, que fue consagrado en febrero de 1558 en Santo Domingo de Bruselas. Dejó la corte de Flandes y llegó a España en agosto de 1558. Traía el encargo de Felipe II de asistir al Consejo de Estado en Valladolid y de tratar con su padre Carlos I en Yuste los temas secretos que le había confiado. Llegó a Yuste con el tiempo justo de asistir al Emperador y confortarle en sus últimos momentos antes de morir.
Al pueblo cristiano de vida corriente sorprendía el modo de llevar a cabo la función de ejercer la caridad. Hay varios testimonios sobre el años escaso que pudo actuar como obispo: “Después que tomó la posesión del Arzobispado, es cosa averiguada que gastó los 80.000 ducados en redimir cautivos, en casar huérfanas, sustentar viudas honradas dar estudio en las Universidades a estudiantes pobres. En sacar presos de las cárceles y dar a los hospitales”.
Algunas personas malévolas o envidiosas comenzaron a promover acciones contra Carranza con la gravísima acusación de herejía, fundamentada en que algunos procesados por la Inquisición en Valladolid mencionaron su nombre y en algunas expresiones de sus Comentarios al Catecismo. La noche del 23 de agosto del año 1559, a las tres de la madrugada, irrumpieron en su casa y en el aposento donde dormía oficiales y corchetes de la Inquisición para apresarlo en su nombre, aislando a su persona e interviniendo todas sus pertenencias y papeles. Y comenzó el proceso en Valladolid, proceso que Gregorio Marañón consideraba “como uno de los acontecimientos fundamentales del reinado de Felipe II e índice de la conciencia colectiva de su tiempo” De las más de 40.000 páginas –decía- “no se sacarán un solo adarme de convicción sobre la herejía de aquel prelado, y sí sólo una inmensa piedad para él y una indisimulable repugnacia para sus perseguidores” .
Fue su proceso largo, complejo y notorio tanto por la calidad del acusado como por las circunstancias en que se desarrolló. Fray Bartolomé recusó al Inquisidor General: el acusado pasó a ser acusador del juez que le debía juzgar dando los árbitros la insólita sentencia en que daban por válida la recusación y se nombraba un nuevo juez para Carranza. Su abogado, el también navarro Martín de Azpilicueta y los testimonios de prestigiosas personalidades impidieron que sus enemigos y los fiscales lograran que el juez dictara sentencia de culpabilidad. Pío V exigió que Carranza y su causa pasasen a Roma; el mismo Papa asistió a docenas de sesiones del proceso y decidió dictar sentencia declarando inocente a Carranza. Pero la diplomacia exigía que antes se comunicara su decisión al rey de España. Y envió un embajador con ese encargo. El retraso en la vuelta de éste dio tiempo a que llegase la muerte de Pío V en mayo de 1572.
Fue elegido Papa Clemente XIII, que decidió concluir la causa. Pero los enemigos de Carranza volvieron a retrasar la sentencia. Al final Gregorio XIII, presionado por uno y otro lado, dictó una sentencia que satisfizo a todos sin satisfacer a ninguno: Calificó a Carranza de sospechoso de herejía exigiéndole una abjuración “ad cautelam” de algunas proposiciones presuntamente atribuidas a Fray Bartolomé. Se le imponía un retraso de cinco años para volver a ocupar su puesto de Arzobispo de Toledo, tiempo que debía dedicar a la reflexión y a la oración. Pocas semanas después de recobrar la libertad, moría Carranza en el convento de los dominicos de Santa María sopra Minerva, proclamando la fe de toda su vida, acatando la sentencia, adhiriéndose al rey y perdonando a todos sus enemigos. Gregorio XIII, en reparación por su confusa sentencia de unas semanas antes, redactó el epitafio que se puso sobre su tumba: “Bartolomé Carranza, navarro, dominico, Arzobispo de Toledo, Primadote las Españas, varón ilustre por su linaje, por su vida, por su doctrina, por su predicación y por sus limosnas; de ánimo modesto en los acontecimientos prósperos y ecuánime en los adversos”.
En 1993, por iniciativa del entonces Arzobispo de Toledo, fueron exhumados sus restos y trasladados a la catedral de Toledo.