En conclusión podemos decir que hoy es reconocida la gran contribución del P. Arintero a la restauración de los estudios místicos en España a comienzos del siglo XX; él fue también por las mismas fechas un gran impulsor de la piedad instruida. Además, como dice acertadamente A. Huerga, Arintero sembró muchas ideas sobre la mística, la santidad y la perfección que han florecido después en el concilio Vaticano II[1].
Una de sus ideas capitales y más conocidas es la llamada que Dios hace a toda la Iglesia en general y cada uno de sus miembros en particular a la santidad. Arintero propone una santidad única o un único camino de santidad para todos, sin negar lo que este camino pueda tener de singular, específico o personal. Es decir, se trata de una santidad que implica en todos los casos una evolución o ascenso hasta los grados más elevados de la unión con Dios. Arintero identifica -como hemos visto- la santidad o la perfección evangélica con la mística y con la contemplación. Por tanto, no es posible distinguir entre cristianos de primera y de segunda clase, ni entre los místicos y los otros. Para Arintero la vida apostólica es la más mística de todas, hasta el punto de que una acción no puede calificarse de “católica” verdaderamente si no es la acción de un místico[2].
Los escritos espirituales del P. Arintero, a pesar de estar escritos en el lenguaje de otra época y a pesar de las muchas repeticiones que contienen, siguen siendo un estímulo a interesarnos por la mística cristiana y, sobre todo, a ponernos bajo el impulso del Espíritu de Jesús, para que sea él quien gobierne nuestra vida.
Manuel Ángel Martínez, O.P.
Salamanca