«El comité Nobel del Storting noruego ha otorgado este año el Premio Nobel de la Paz al R.P. dominico belga Georges Pire, (Georges era su nombre de bautismo, Dominique el de su profesión dominicana) por su acción de ayuda a los refugiados a salir de los campos y a encontrar una vida en libertad conforme a la dignidad humana». Con estas palabras comenzaba su discurso en Oslo el 10 de diciembre de 1958 el presidente del comité del Parlamento noruego Gunnar Jahn con ocasión de la entrega del Premio Nobel al P. Pire. El discurso termina recordando el testamento de A. Nobel según el cual el premio debe ser entregado a «quien haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre los pueblos».
Recuerdo la emoción que experimentamos los jóvenes aspirantes a la Orden de Predicadores, cuando, en aquel otoño de 1958, en el que se concedió el nobel de literatura al ruso Boris Pasternak, la figura del dominico belga, vestido con su hábito blanco, ocupaba las primeras páginas de los periódicos nacionales.
Fray Dominique Pire: el hombre, el cristiano, el dominico
Nacido en 1910 en Dinant-Huy (Bélgica), tras los estudios de humanidades en Bellvue entra a los 18 años en la Orden de los Predicadores en Lasarte (Bélgica). De su familia recibirá con la fe cristiana el impulso y la inspiración básica de su pensamiento y acción en favor de la fraternidad. «He adquirido la conciencia —decía— de que existe la unidad fundamental de ]os hombres y también la diversidad de cualidades que confieren al hombre una dignidad y un valor excepcionales». Junto a su madre descubrirá la fuerza explosiva y contagiosa de la bondad así como el poder irresistible de irradiación de la verdad vivida.
Sigue los siete años de estudios filosófico-teológicos preceptivos en la Orden; se doctora en teología en Roma de (1936), estudia ciencias sociales y políticas y se convierte en profesor de filosofía moral y sociología en la prestigiosa universidad de Lovaina de Bélgica.
Su recia formación universitaria no degenera en vano intelectualismo porque «vivió muy cerca de la realidad humana y en contacto con la hiriente miseria de los hombres». Ya en 1938 funda el Servicio de ayuda familiar, campamento abierto, al aire libre, por donde pasan unos 18.000 niños pobres de las ciudades situadas alrededor de la cuenca industrial y minera de Bélgica. Capellán del ejército y agente secreto de los servicios de información y acción, recibe por ello el premio «la cruz de la guerra».
A partir de 1949 comienza su trabajo con los refugiados, recibe el premio Nobel en 1958 y dedica la última década de su vida sobre todo a la Universidad de la Paz, fundada por él. Murió en Herent, cerca de Lovaina, enero de 1969, a la edad de 58 años.
La obra de Pire: al servicio de los refugiados y de la paz
Cuando, después de la tragedia de la guerra, cada país trataba de recomponerse desde sus cimientos, alguien advirtió que alrededor de 4 millones de desplazados que no servían ni como mano de obra; heridos muchos, enloquecidos otros, vagaban por Europa. Ese alguien fue este dominico belga, «pequeño, moreno, de ojos penetrantes, trabajador incansable y de un entusiasmo contagioso». Solo, sin medios ni organización, se lanzó a la tarea desesperada y hermosa de dar amor y cobijo a millones de desgraciados.
Existían ya organismos para atender los desplazados, pero no se ocupaban de los «inservibles» para la reconstrucción de Europa ; a ellos se dirige la atención del P. Pire. Descubre el drama en Trieste 1949, con ocasión de la visita a un campo de refugiados. Profundamente conmovido por su miseria material y, sobre todo, moral funda la Asociación Ayuda a las personas sin patria (personnes déplacées) con el objetivo de «asegurar a los refugiados sin patria, cualquiera que sea su nacionalidad o religión, una ayuda material o moral, bajo todas sus formas, (...) y forjar alrededor del problema de los refugiados sin Patria una cadena de buenas voluntades bajo la forma de una «Europa del corazón».
Para los refugiados más ancianos y enfermos no había ninguna esperanza de salir de los campamentos. Lo único que cabía era intentar alegrar sus últimos días, aliviando su dolor, soledad e incomunicación mediante contactos con personas dispuestas a escribirles, enviarles paquetes y, eventualmente, dinero. Por medio de los Apadrinamientos o padrinazgos 15.000 familias de refugiados en los campamentos lograron comunicarse con 15.000 familias de fuera de los campos, descubriendo que había seres humanos dispuestos a tenderles una mano.
A partir de 1950 crea por toda Europa Asilos en los que los ancianos que puedan salir de los campos de refugiados reciben alojamiento, vestidos, comida y se les cuidará hasta la muerte. En pocos años más de 200.000 desplazados encuentran de esta manera amor y cobijo.
En 1956 comienza a edificar una serie de Aldeas europeas destinadas a la integración humana de las familias de refugiados. Eran, en realidad, –dice– ciudades y no aldeas aisladas, porque quería que mis creaciones no degeneraran en guetos.
¿Qué hizo después de recibir el premio Nobel en 1958?
Después de recibir el Premio Nobel, la asociación «Europa del corazón» fundada por él para promover la solidaridad entre los europeos se internacionaliza y se transforma en la «Europa del corazón al servicio del mundo» cuyo objetivo es promover la solidaridad de Europa con todos los necesitados del mundo; con el mismo fin suscita la asociación «Amistades mundiales». En 1963 funda la Isla de la paz en Pakistán oriental estableciendo en tierra musulmana granjas agrícolas para fomentar el progreso de los campesinos.
La empresa más original de la última década de su vida es la creación de Universidad de la Paz en Huy (Bélgica). Con ella trata de responder a los centenares de jóvenes que se le ofrecen para «contribuir con lo mejor de sí mismos a servir a la humanidad, en el camino de la paz».
Lo que comenzó un 10 de abril de 1960 como una reunión de 29 jóvenes, chicos y chicas, una especie de albergue de juventud, se convierte pronto en la Universidad internacional, por la que pasaron, antes de morir su fundador, 15.000 jóvenes estudiantes de diversas ideologías y religiones, venidos de veinte países. La enseñanza de la Universidad tenía un solo tema: la paz positiva y el diálogo fraterno como camino para alcanzar la paz.
El P. Pire trabajaba con las mismas convicciones que sus admirados Gandhi, Martin Luther King y su amigo A. Schweitzer, y su pensamiento y acción vino a confluir admirablemente con el espíritu de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II. Se proponía «no solo salvar de la miseria material a cada individuo aislado sino devolver la confianza en sí misma a cada una de esas personas, confianza que habían perdido en el curso de los años pasados de manera embrutedecedora en los campos de concentración». Muchas personas se beneficiaron de su acción solidaria pero lo que cuenta más, decía Gunnar Jahn, es «el espíritu que ha animado la obra del P. Pire, lo que ha sembrado en el alma de los hombres y que, esperamos, el porvenir verá germinar bajo la forma de trabajo desinteresado en favor de nuestros semejantes hundidos en la miseria». Esta esperanza es lo que justifica que hayamos evocado aquí su figura.
El mensaje de dominique Pire: una llamada a las conciencias
No nos dejó un sistema de pensamiento, pues pensaba que el sistema corre el peligro de aprisionar la verdad; nos dejó un mensaje que, según decía, había recibido de los desventurados de este mundo. Puede resumirse así: «La vida es un don precioso. Cada uno recibe el don de una vida. Ésta es corta. Nos se la acortemos a nadie». Toda la doctrina de la Universidad de la Paz se apoyaba en unas convicciones muy sencillas: «La noción de paz es simple: admitir mutuamente nuestras contradicciones, y armonizar nuestras diferencias, en vez de tratar de suprimirlas o de exacerbarlas; el camino hacia la paz es también simple: escuchar primero, poner entre paréntesis lo que se es, lo que se piensa, para tratar de comprender el punto de vista del otro aun sin compartirlo». Añadía: «no somos los esclavos impotentes de nuestros instintos belicosos; la paz depende de cada uno de nosotros.»
En la enorme tarea de la solidaridad y de la paz llegó a ser «un embajador de la conciencia humana» «según un amigo marroquí; un pastor de la humanidad» para un soviético; «la voz de los sin voz» de acuerdo con la admirable expresión del abbé Pierre.
No es fácil encontrar hoy los libros de y sobre el P. Pire.
En su libro “Del Rin al Danubio con sesenta rnil desplazados” describió su experiencia de los «apadrinamientos».
Construir la paz (Fontanella Barcelona 1969) contiene un buen resumen de su pensamiento y acción.
Sobre él ha escrito breve y bellamente Feliciano BLAZQUEZ en La dignidad del hombre (Sígueme, Salamanca 1976) p. 91-94, con un extracto de textos pp. 95-100.
En francés: D. PIRE, 1910-1969, Souvenirs et entretiens, recuillies par Hughes Vehenne Julliard, París 1959;
H. GUSKE, Dominique Pire (Union-Verlag, Berlín 1970)
LUIS LAGO ALBA, O.P.
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* Tomado de JUAN BOSCH, op (Dir) Dominicos que dejan huella, Edibesa, Madrid 2000