Laico dominico y político italiano (alcalde de la ciudad de Florencia). Vivió su vocación cristiana de servicio al prójimo a través de la política, con un gran compromiso por la promoción de la justicia y la paz. Trabajador incansable por la paz (Guerra Fría, Vietnam…) que se volcó en la ayuda a los pobres.
Giorgio La Pira nace el 9 de enero de 1904 en Pozzallo (Sicilia, Italia) en el seno de una familia humilde. En su juventud, al cursar estudios universitarios, una crisis religiosa le llevó a abandonar la fe a raíz de su contacto con el marxismo. Sin embargo, en la Pascua de 1924 redescubrió que el vacío que sentía solo podía llenarlo Dios. Un año más tarde se hizo laico dominico.
Defensor de la libertad y la dignidad humana
Estudió Derecho en Messina y llegó a ser profesor de Derecho Romano en la Universidad de Florencia en 1927. A través de la Acción Católica, se volcó en la ayuda a los pobres. Allí conoció y trabó amistad con Montini, futuro Pablo VI. Fundó un grupo cristiano para asistir a los más necesitados de la ciudad cuya labor todavía hoy continúa: la Misa de San Procolo. En 1939 funda la revista “Principi” -como suplemento de la revista “Vida Cristiana”- dedicada a los estudios en defensa de los derechos humanos. En ella critica el fascismo y el nazismo, a los que considera radicalmente anticristianos. El régimen fascista prohíbe su publicación y en 1940 tiene que huir primero a Siena y después a Roma. No podrá regresar a Florencia hasta el fin de la Guerra, en 1945.
Reconstructor de la democracia
Vive su vocación cristiana de servicio al prójimo a través de la política. Es uno de los artífices del Partido Demócrata Cristiano de Italia. Elegido miembro de la Asamblea Constituyente en 1946, sería uno de los padres de la constitución del Estado italiano. Su huella quedó nítidamente marcada en el artículo segundo: “La República reconoce y garantiza los derechos inviolables del hombre, ora como individuo ora en el seno de las formaciones sociales donde aquél desarrolla su personalidad y exige el cumplimiento de los deberes inexcusables de solidaridad política, económica y social”. La barbarie del fascismo podía repetirse, por eso quiere, de esta manera, desterrar cualquier posibilidad de totalitarismo estatal: la persona tiene una dignidad que es anterior al Estado. Recuperada la democracia en el país, desempeñó el cargo de secretario del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, participó en la fundación del Partido Demócrata Cristiano de Italia y fue alcalde de la ciudad de Florencia de 1951 a 1957 y de 1961 a 1964.
El alcalde santo
Así le llamaban los pobres de la ciudad de Florencia, y así acabó siendo conocido por todos. Como alcalde, promovió instituciones de ayuda a los pobres, reconstruyó las infraestructuras destruidas en la guerra (puentes, teatro municipal, la central de leche, fábricas, etc.), construyó viviendas sociales, mejoró las escuelas... Luchó especialmente por solucionar el problema de las personas sin hogar de la ciudad -muchos de ellos inmigrantes- haciéndose cargo el ayuntamiento del alquiler de viviendas de realojo e incluso expropiando, cuando no quedaba otra solución, viviendas desocupadas para darlas este fin recurriendo a una ley de 1865 que nunca había sido derogada. Hubo quienes le acusaron de comunista y totalitario, pero él solía responder que “el pan y el trabajo son sagrados, tener un hogar también, eso no es marxismo sino Evangelio”.
Trabajador incansable por la paz
Su lucha por la justicia tuvo alcance internacional. Sus deseos de paz no conocían límites. Para él hablar de paz no era retórica. En 1955 organizó una cumbre con los alcaldes de las principales capitales del mundo en Florencia. Allí se dieron cita alcaldes de países enemigos y todos firmaron en el Palazzo Vecchio un pacto de amistad. Así es como consiguió que el alcalde de Moscú le invitara a ir a su ciudad. Era la época de la Guerra Fría y La Pira aceptará la invitación visitando la capital de la URSS en 1959. Allí tendrá la oportunidad de defender ante el Soviet Supremo la distensión y el desarme.
La novena sesión de la mesa redonda de desarme se celebró en Florencia por su empeño y en 1958 sienta en una mesa de negociación de ámbito mediterráneo a representantes árabes e israelíes. Ese mismo año recibe en Florencia a las máximas autoridades de la ciudad de Pekín. Apoya los movimientos estudiantiles de Irán y entabla una buena relación con el rey de Marruecos, Hassan II, el cual llegó a decir, tras la muerte de La Pira, que aunque él no era cristiano, estaba dispuesto a declarar a favor de su beatificación.
En 1965 fue a Hanoi, pasando por Varsovia, Moscú y Pekín, a entrevistarse con Ho Chi Minh para buscar el fin de la recién iniciada guerra de Vietnam. Tuvo éxito, ya que logró que Ho Chi Minh aceptara negociar la paz antes de la retirada de las tropas norteamericanas, pero los norteamericanos no aceptaron. La guerra acababa de empezar y los planes de EEUU eran otros. La prensa americana filtró el encuentro anunciando que Ho Chi Minh quería negociar la paz dando al traste con la mediación de La Pira. La guerra duraría siete años más. Tampoco abandonó nunca sus esfuerzos por llevar la paz a Oriente Medio defendiendo la convivencia de israelíes, palestinos y árabes.
Giorgio La Pira murió el 5 de noviembre de 1977. Su funeral, multitudinario, se celebró en la iglesia de los dominicos de San Marcos, en Florencia, donde descansan sus restos desde octubre de 2007. En 1986 se inició su proceso de beatificación.
¿Un político santo?
Entendía el compromiso político como inseparable de un compromiso espiritual, para él la acción social era consecuencia inevitable del mandamiento evangélico del amor. Vivió su vocación cristiana no a pesar de su oficio de político, si no a través de él. Aunque a algunos les pueda parecer extraño, pocas profesiones permiten llevar a la práctica con tanta intensidad el mandato evangélico del servicio al prójimo. Giorgio La Pira no fue un santo metido a político, sino un político que llegó a ser santo.