Fray Manuel Ángel Martínez de Juan, OP
De Corias, Arintero pasó a Salamanca (1898-1900). Allí enseñó teología durante dos años (el tratado De vera religione y el De locis). De Salamanca sale para fundar en Valladolid (1900-1903) un Centro de Estudios Superiores Exegético-Apologéticos, que no duró más de un curso por falta de un número suficiente de alumnos. Ayudó también a fundar la Academia de Santo Tomás que influyó enormemente en la vida intelectual de esta ciudad, pero que decayó al volver el P. Arintero a Salamanca.
En el nuevo período de Salamanca (1903-1909) publicó dos volúmenes (el tercero y el cuarto) de su gran obra Desenvolvimiento y vitalidad de la Iglesia[1], que a él le hubiera gustado titular Vida y evolución de la Santa Iglesia. Pero no le pareció oportuno darle este título a causa del recelo que seguía despertando la evolución mal entendida por el modernismo[2].
Evolución mística
Por lo que se refiere al tomo titulado Evolución mística, se trata de la parte más lograda de la obra y con la que el mismo Arintero se sintió más identificado. En ella da con la solución a su búsqueda de una apologética adecuada. Descubre que la mejor manera no sólo de defender a la Iglesia, sino también de hacerla amable consiste en mostrar los atractivos de su vida íntima. Por el contrario, “presentarla sólo en su aspecto rígido exterior, es casi desfigurarla, haciéndola desagradable; es como despojarla de su gloria y de sus principales encantos”[3]. Por eso, la mejor apología es “presentarla como es, sin disfraces ni atenuaciones y sin rebajarla ni desfigurarla con bajas y estrechas apreciaciones humanas”[4].
“El método apologético más universal, más eficaz, más suave y el más en armonía con las condiciones actuales del pensamiento –nos dice Arintero en el prólogo de esta obra–, es la exposición positiva, viviente y palpitante de los misterios de la vida cristiana: es mostrar prácticamente que lo sobrenatural no viene a nosotros como una imposición exterior y violenta, que nos oprima o desnaturalice, sino como un aumento de vida, libremente aceptado, que nos libera y engrandece. No nos priva de ser humanos y nos hace sobrehumanos, hijos y dioses por participación. Cuando el Dios vivo viene a nosotros no viene para matarnos ni paralizarnos, sino para deificarnos, para hacernos participar de su vida, de su poder, de su dignidad, felicidad,… Comunicándonos su Espíritu, nos da la única autonomía y libertad verdaderas”[5].
Piensa Arintero que si vieran así expuesta nuestra religión, positivamente, como un foco de luz infinita y como una fuente inagotable de vida, si la vieran presentada como es en realidad en sí misma, como una irradiación de la vida y del amor infinito de un Dios enamorado de nuestras pobres personas, muchos de sus enemigos la estimarían y se interesarían por ella. Si se presentara de este modo, se llegaría a comprender que no podemos ser personas cabales sin ser perfectos cristianos; ya que, según decía san Agustín, no hay más gente perfecta que los verdaderos hijos de Dios[6].
La Evolución mística trata del desenvolvimiento de la vida íntima de la Iglesia. Ese es para Arintero el aspecto fundamental y más importante de todos, puesto que de la vida o de las exigencias del proceso vital se deriva el desarrollo de la doctrina y de la organización eclesial.
La caridad es la propiedad característica de la vida de la Iglesia, pues como enseña justamente san Pablo, sin ella lo demás no sirve de nada. Las palabras de Jesús, todas ellas, son espíritu y vida. El Hijo de Dios vino a este mundo para incorporarnos a él y hacernos vivir de su vida como él vive de la vida del Padre, para que nosotros tengamos vida eterna. Esta misteriosa vida es la vida de la gracia. La evolución mística no es otra cosa en definitiva que el progreso o el incremento de la vida de la gracia.
Para Arintero esta misteriosa evolución, por la que se forma Cristo en nosotros, es el fin principal de la Revelación y la razón capital de todas las evoluciones y de todos los progresos. El objetivo de la fe, del mismo evangelio, de la fundación de la Iglesia y de la encarnación del Verbo no es otro que esta misteriosa evolución mística. Pues la fe se ordena a la caridad. Por su parte los dogmas, no son para hallar satisfacción intelectual, sino para movernos a buscar el don de Dios, el agua viva del Espíritu y la fuerza de su gracia vivificante. El evangelio fue escrito para que tengamos vida en su nombre. El fin de la Iglesia es la santificación de la humanidad. Y el Hijo de Dios vino a este mundo para hacernos hijos de Dios y colmarnos de su vida; por eso dice Jesús en el evangelio que viene a traer fuego a la tierra e incendiarla (Lc 12, 49). Y ese fuego no es otro que el Espíritu Santo que debe animarnos, inflamarnos, purificarnos, renovarnos y perfeccionarnos, transformándonos hasta el punto de deificarnos.
El progreso místico, por tanto, es el fin principal de la Revelación y la razón de todos los demás progresos de la Iglesia; por eso debe ser el más buscado.
En esta obra se habla de la naturaleza íntima de la vida sobrenatural, de su excelencia sobre todo lo creado, del modo como se vive, de las fases por las que sucesivamente van pasando los creyentes, sufriendo y gozando lo increíble hasta despojarse por completo del hombre viejo y vestirse del hombre nuevo. En síntesis trata: 1º de la vida sobrenatural y de sus principales elementos; 2º de la evolución mística individual; 3º de la evolución mística de toda la Iglesia[7].
Ya en esta obra define la palabra místico como “lo recóndito”. La vida mística es para Arintero la vida de la gracia de Jesucristo en las almas de los fieles que, muriendo a sí mismas, viven con él escondidas en Dios; o más propiamente: «es la íntima vida que experimentan las almas justas, como animadas y poseídas del espíritu de Jesús, recibiendo cada vez mejor y sintiendo a veces claramente sus influjos –sabrosos y dolorosos– y con ellos creciendo y progresando en unión y conformidad con el que es Cabeza, hasta quedar en él transformadas»[8].
Por evolución mística entiende todo el proceso de formación, desarrollo y expansión de esa vida prodigiosa, «hasta que se forme Cristo en nosotros», y «nos transformemos en su divina imagen»[9].
Esa vida puede vivirse inconscientemente, como es el caso de quienes comienzan a recorrer este camino por las sendas de la ascesis. Pero puede vivirse también conscientemente, con cierta experiencia íntima de la misteriosa presencia vivificadora del Espíritu Santo. Es el caso de los místicos o contemplativos. Son místicos por la experiencia que tienen de los misterios de Dios; son contemplativos porque su modo de oración habitual suele ser la contemplación que el mismo Dios infunde amorosamente a quien quiere, cuando quiere y como quiere[10].
Una de las novedades y originalidades de esta obra en la historia de la teología es precisamente el incluir la evolución mística en un tratado de eclesiología. Esta novedad muestra una profunda intuición eclesial. Esta obra nos lleva a pensar también que la vida mística genuina lleva “marca eclesial”, es decir, debe vivirse en el seno de la Iglesia.
Encontramos ya aquí una tesis arinteriana importante como es el llamamiento universal a la santidad y no a una santidad cualquiera, sino a una santidad mística que abarca también las cumbres de la contemplación. Arintero encontró una confirmación de estas ideas en Augusto Saudreau, pensador francés, uno de los autores que puso en marcha el llamado movimiento místico, que se extendió a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX.
De esta obra se han hecho nueve ediciones. Existe también una edición en italiano y dos en inglés. Por cuestiones económicas no pudo editarse en su día la traducción francesa después de realizada.
[1]La obra se divide en cuatro partes y cada parte está recogida en un volumen:
I. Evolución orgánica (1911).
II. Evolución doctrinal (1911).
III. Evolución mística (1908).
IV. Mecanismo divino de los factores de la evolución (1909).
[2] Según nos dice J. Orlandis, el modernismo fue un movimiento complejo y ambiguo al que se le denominó “encrucijada de todas las herejías”; en él se dieron cita explicables afanes renovadores de las ciencias eclesiásticas junto con influjos del racionalismo, positivismo, protestantismo liberal, etc., que amenazaban con vaciar la fe católica de contenido sobrenatural. Cf. J. ORLANDIS, El pontificado romano en la historia, Madrid 1996, p. 260.
[3] Evolución mística, Madrid 1952, p. 12.
[4] Ibid.
[5] ID., pp. 8-9.
[6] Cf. ID., p. 10.
[7] Cf. ID., pp. 14-16.
[8] Cf. ID., p.17.
[9] Ibid.
[10] Cf. ID., pp. 17-18.