Sor Lucía Caram, OP
La sociedad y la Iglesia
A grandes rasgos, podemos decir que la situación que la rodeaba era la siguiente:
Social y eclesiásticamente se sufría la consecuencia de la peste Negra (1347-1452), también llamada peste Bubónica que diezmó al continente europeo, de hecho el saldo de muertes rondó un tercio de la población. La Provincia dominicana de Lombardía, prácticamente desapareció, al igual que una gran cantidad de conventos. Éstos, en situación muy precaria, comenzaron a acoger vocaciones, y puesto que unos estaban muy débiles a causa de la enfermedad, y los que venían, buscaban más bien un recurso para “vivir”, sobrevino una gran decadencia a la vida religiosa que se hizo extensiva a la Iglesia en general.
Políticamente, Italia, era un mosaico de pequeñas repúblicas en la que se multiplicaban las luchas intestinas y el enfrentamiento con el Papa. Es el tiempo del traslado de los Papas de Roma a Aviñón, (1305-1378) conocido como el tiempo del exilio Babilónico, y en cuyo retorno a Roma Catalina tuvo que ver. La Iglesia sufre la lacra del poder temporal de los papas llevado a extremos, relajación de las órdenes religiosas, que suscitan fanatismos por una parte, y por otra, errores funestos. Se constata también, la corrupción del clero alto y bajo, regular y secular.
Es el siglo del gran Cisma de Occidente ocurrido a la muerte de Gregorio XI:Los franceses presionaron para que el sucesor regresase a Aviñón, cuyo abandono era considerado por la Monarquía francesa transitorio. Pero la presión romana fue mucho mayor: Para impedir dicho retorno del Papa a Aviñón, presionó violentamente para que el nuevo Papa fuera romano o al menos italiano. Hubo violencia contra algunos cardenales, presiones por parte de las autoridades, y veladas amenazas. Recordando estos acontecimientos los cardenales, ya fuera de la Ciudad eterna, y después de haber elegido a Urbano VI –que resultó ser muy tirano, según decían ellos mismos-, negaron la validez de dicha elección por haber obrado bajo presión. El elegido es un napolitano que había regresado de Aviñón con su predecesor, y había sido nombrado obispo de Bari. Gozaba de prestigio y estaba bien relacionado con los cardenales, pero después de la elección, les echó en cara el lujo en que vivían, cosa que les molestó; movidos por su descontento, comenzaron a pensar y manifestar que en su elección se había producido un error. A los tres meses, Junio 1378, en Agnani, los cardenales –excepto los cardenales italianos- hacen pública sus dudas de legitimidad de la elección. Un mes más tarde, todos los cardenales, a excepción del anciano Tebaldeschi, que fallece en esos días, abandonan al Papa Urbano VI, proceden a realizar una nueva elección, con el apoyo de Carlos V de Francia. Urbano VI nombra 29 cardenales.
Los disidentes eligen a Roberto de Ginebra, que adopta el nombre de Clemente VII, a quien sucederá Benedicto XIII –el Papa Luna-.
Tras diversos proyectos de solución se intentó llegar a un acuerdo, y en el Concilio de Pisa, en 1409, se elige a Alejandro V como Papa. El problema se había agravado por lo que en 1914, en el Concilio de Constanza, son depuestos los tres pontífices y es elegido Martín V lo que supuso la extinción del cisma. Catalina ya había muerto, no sin antes haber presagiado la gravedad e inminencia del cisma.
Antes de esta división profunda se suceden sus embajadas a favor de la paz y la unidad de la Iglesia y de ésta con los Estados.
Ante la grave crisis que vive la Iglesia, ella comprende, que todo tiene su solución en una inundación de santidad. Con este ánimo trabaja por defender a Urbano VI, que ella considera el verdadero Papa, pero lo hace, sobre todo con una vivencia muy profunda de la realidad de la Iglesia de Cristo, “con fiebre” por sembrar la virtud, y con energía llamando a la conversión, exhortando a sus discípulos, a cardenales y al mismo Papa. Se siente aplastada por el peso de la Iglesia, y en 1380, dicta su testamento en el que estimula y conforta a sus discípulos. Muere el 29 de abril de este año.
Su influencia como consejera y mediadora
La compleja realidad del siglo XIV, y la agitación política, social y eclesial con el denominador común de carencia de valores desinteresados, y la ausencia total de líderes, a lo que se suma una crítica histórica que no acaba de encontrar puntos definitivos de encuentro, hacen difícil una valoración justa de la influencia determinante o no de Catalina, tanto en lo concerniente al Papado, como a los conflictos políticos en los que intervino. Lo que no se le puede negar es su convicción nacida de una fe comprometida y de la experiencia de Dios que busca el bien y salvación de sus criaturas, que la hizo denunciar con valentía y coraje la corrupción, la mentira y el fraude, allí donde se encontrara, sin importar demasiado si la verdad tenía que ser gritada a prelados, religiosos, laicos, nobles, condenados o al mismo Papa.
A nivel espiritual, es indudable su acierto, y es posible, con la historia como testigo, definir claramente su influjo positivo en pro de la santidad que imprimió en el alma de aquellos que, atraídos por su fama de santidad y sabiduría supieron acogerse a su maternidad espiritual o beneficiarse de su consejo y sabiduría. Igualmente ejerció un gran influjo en personas de gobierno, que al margen de encomiendas oficiales, pedían su consejo.
Entrar en el corazón de los conflictos políticos y sociales y analizar su real incidencia, daría pie para interminables debates. Sin embargo, y a título ilustrativo, vale la pena citar su encomienda por parte de los Florentinos para hacer la paz con el Papa Gregorio XI con el fin de que éste pusiera fin al entredicho a que se encontraba sometida la ciudad de Florencia y sus habitantes.
Ella se explica en su toscano materno, y Raimundo traduce. Habla al Papa del olivo y de la cruz, y de la paz que él, montado en el pollino, como Jesús, debía llevar por la dulzura y no por la espada. Si la paz no se logró entre Florencia y la Santa Sede, la culpa fue de la República, porque los Florentinos que habían enviado a Catalina delante, le habían asegurado que llegarían unos embajadores para sellar esa paz; pero éstos no llegaban. El Papa aseguró a Catalina que estaba dispuesto a recibir a esos embajadores como a hijos, pero le hizo notar que los florentinos se estaban burlando del Papa y de ella.
Finalmente llegaron los embajadores, pero no aceptaron la mediación de Catalina, por lo que Catalina se empeñó en ganar otra batalla: Que el Papa regresara a Aviñón. Jörgensen relata este episodio de la siguiente manera: “Sin la menor timidez habló con el Papa de los pecados que se cometían en la corte pontificia, y lo hizo con tanta franqueza que Raimundo manifestó cierto temor. Después, como Gregorio vacilase, ella utilizó su facultad de leer en las almas, recordándole la promesa que hiciera a Dios, cuando aún era Cardenal, de restituir la Silla de Pedro a Roma”.
El Papa regresó en 1376, y dos años más tarde moriría. En Aviñón Catalina constata los pecados de la Corte, y recoge material que nutrirá terribles capítulos de su Diálogo.