Fray Julián de Cos, OP
El ser humano es potencialmente perfecto
Dios es perfecto dentro de su absoluta simplicidad y las criaturas participan de esa perfección en su naturaleza y en sus operaciones(1).
La perfección del ser humano(2) depende del grado de su participación de la perfección divina. Ésta participación se puede adquirir por dos vías: natural: el ser humano es imagen de Dios en cuanto participa de su ser y sus operaciones de entendimiento y voluntad(3); sobrenatural: la gracia divina nos redime del pecado original y de los pecados personales(4) y nos eleva al rango de hijos de Dios, haciéndonos participar de la naturaleza divina(5).
Si bien la gracia es un don que Dios da según su voluntad(6), por medio del mérito de nuestras buenas obras, ésta puede crecer en nuestra alma(7) progresiva e indefinidamente(8), pudiendo nuestra alma alcanzar un alto grado de identificación con Dios en su ser y en su obrar.(9)
Mediante la transformación identificadora con Dios, el ser humano se hace un dios por participación(10). Pero esto no ha de pretenderse alcanzar por medios indebidos o por uno mismo(11): sólo Dios deifica a la persona, y lo hace mediante la gracia santificante, que es un efecto de un acto especial de su amor, que “es cierta forma y perfección, que permanece en el hombre incluso cuando no obra”(12).
La caridad
La perfección espiritual no consiste simplemente en la transformación por la gracia, sino en la caridad(13). Ésta es fruto de la gracia. Mientras que la gracia da a las virtudes infusas una primera perfección, la caridad les da la perfección última(14). La caridad es el principio originante y motor de los actos de todas las virtudes. La configuración del amante –el ser humano– con el amado –Dios– no sólo le hace semejante a él sino que le hace obrar como él. El amor que nos une a Dios nos empuja a obrar virtuosa y santamente(15). Además, lo hace con tanto mayor agrado cuanto más perfecta es la caridad.(16)
Manuel Ángel Martínez(17) distingue en santo Tomás tres definiciones de amor y dos tipos de amor. Las tres definiciones son éstas: desear el bien a alguien –de influencia aristotélica-; la fuerza de unión que une a la persona que ama con la persona que es amada, a modo de salida, éxtasis o éxodo –de influencia de Pseudo Dionisio-; y la principal pasión y la fuente de todas las demás pasiones, incluso del odio.
Distingue dos tipos de amor: El amor de concupiscencia o de deseo –se trata de un amor parcial e incompleto, que no siempre es moralmente malo-; y el amor de amistad, que es benevolente y recíproco yse caracteriza por el olvido o el abandono de sí y que requiere cierta igualdad o semejanza entre los amigos para que haya reciprocidad.
La definición de este segundo tipo de amor es analógica(18) y se basa en Jn 15,15: “ya no os llamo siervos sino amigos”. Porque en esta amistad se da benevolencia, reciprocidad y semejanza, Dios se hizo hombre(19). Santo Tomás(20) también establece un orden en el amor –así lo explica Manuel Ángel Martínez–:
“Dado que Dios es el fundamento de la caridad misma, hay que amar a Dios más que a uno mismo. El amor a Dios abarca también al prójimo, porque no amamos realmente a Dios si no amamos lo que él ama. Pero, inspirándose en el libro del Levítico(21) y en el evangelio según san Mateo(22), defiende la concepción aristotélica de que la amistad con nuestros semejantes no consiste en otra cosa que en extender al amigo el amor que uno siente por sí mismo. De este modo la raíz de esta amistad y lo que la dinamiza es el amor que sentimos por nosotros mismos. Este amor es el modelo y el alimento de la amistad. Pero este ‘yo’ que hay que amar más que al amigo se refiere al ‘hombre espiritual’ del que habla san Pablo en sus cartas; por eso, este amor de amistad no renuncia a soportar cualquier sufrimiento o incluso a dar la vida, si es necesario, en beneficio del amigo”(23).
La fe y la esperanza
También la fe y la esperanza ejercen una acción divinizadora, aunque no absolutamente como la caridad, sino sólo bajo cierto aspecto. El objeto de la fe es Dios como Verdad primera. Así mismo, Dios es el objeto de la esperanza, pero en cuanto es aprehendido y aceptado como causa primera eficiente de la salvación, y como causa final última de ella, pues en su satisfacción consiste la felicidad(24). Todas las virtudes constituyen, en definitiva, un elemento de identificación con Dios, y, por consiguiente, de perfección y de deificación.(25)
Los grados de perfección
En la medida que la caridad puede ser más o menos intensa, santo Tomás(26) distingue diversos grados de perfección.
- Primer grado: el nivel máximo consiste en amar según toda la capacidad de la persona, en todo momento. Esto no es posible aquí en esta vida. Corresponde a los bienaventurados del Cielo.
- Segundo grado:se trata de la caridad de aquellos que intentan por todos los medios dedicarse a Dios y a las cosas divinas. A este nivel llegan unos pocos.
- Tercer grado: es el de las personas que ponen su corazón habitualmente en Dios. Es propio de los que tienen la virtud de la caridad.
Paralelamente, santo Tomás(27) distingue tres niveles en la vida espiritual:
- Incipientes o niños: se esfuerzan fundamentalmente en resistir a las pasiones desordenadas y evitar el pecado.
- Proficientes o aprovechados: trabajan en acrecentar la caridad.
- Perfectos: buscan abandonar este mundo para unirse a Dios y gozar de él al modo de san Pablo(28): “Deseo morir para estar con Cristo”(29).
El proceso de purificación
El alma necesita un proceso previo de preparación para ascender en la caridad y la perfección(30). Mediante el ejercicio de las virtudes morales y cardinales el alma se purifica. En el estadio inicial se sitúan las virtudes purgativas, que rectifican las pasiones, eliminando sus excesos.
Cuando el alma ha alcanzado un alto grado de perfección, estas virtudes subsisten, pero ya no tienen que actuar contra las pasiones tan esforzadamente. Hablando de este proceso de purificación que es necesario para ir ascendiendo en la perfección, Santo Tomás hace referencia a:
- El ayuno: “purifica la mente, eleva el sentido, somete la carne al espíritu, hace el corazón contrito y humillado, disipa las tinieblas de la concupiscencia, extingue los ardores de la sensualidad y enciende el fuego de la castidad”(31).
- La castidad, sobre todo en su grado más alto: la virginidad. La lujuria es uno de los pecados que absorben al ser humano y le alejan de Dios(32). Así mismo, es preciso acrecentar la pobreza evangélica o pobreza de espíritu para controlar la preocupación por los negocios de este mundo y tener así la mente fija en Dios y su corazón apaciguado.
- El desapego de sí mismo: el amante no ha de pertenecerse a sí mismo, sino al amado –Dios–. Los diversos grados de amor divino han de corresponderse con diversos grados de negación de sí mismo. Para alcanzar la perfección espiritual y en aras al amor de Dios y para dedicarse más libremente a él, hay que renunciar incluso de aquellos placeres que no son pecaminosos. Es necesario renunciar a los gustos y hacer en todo la voluntad de Dios. Pero a los que pretenden conseguir esto, Dios los prueba con tentaciones y tribulaciones. Así los conforma con el Crucificado(33).
Los siete dones del Espíritu Santo
La práctica de las virtudes merece, además del aumento de la gracia y del hábito de las mismas virtudes, el incremento de los siete hábitos sobrenaturales que son los dones del Espíritu Santo. Éstos son diferentes de las virtudes. Gracias a ellos la persona se dispone a seguir –de una manera pronta, directa e inmediata– la inspiración del Espíritu Santo de un modo superior a su modo connatural humano. Ello se lleva a cabo en orden a un objeto o fin que las virtudes no pueden por sí solas alcanzar. Es decir, los dones del Espíritu Santo son necesarios para la salvación. Éstos dotan a los actos de las virtudes de perfección consumada y heroicidad –a ello está llamado todo cristiano–.
En la medida que crecen las virtudes y los dones, va aumentando también la disposición psicológica del sujeto a recibir ese crecimiento. En tanto que aumentan la disposición y los méritos, Dios produce proporcionalmente el crecimiento espiritual de esa persona. Cuando dicho crecimiento alcanza un cierto nivel, desarrollándose en el sujeto los hábitos de los dones, éste es capaz de ser movido directamente por el Espíritu Santo.(34)
1 Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 4, a. 2, ad 1; Summa contra gentiles, I, qq. 28, 31.
2 Santo Tomás, apoyándose en la antropología aristotélica, habla del ser humano en tanto que una unidad (De anima a. 12; De veritate q. 26, a. 2 ad 3 y 26, 10; Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 76, 1, ad 5; Summa contra gentiles II, a. 57): “el alma y el cuerpo tienen un único ser, el ser del hombre, del compuesto humano” (G. Celada Luengo, Tomás de Aquino, testigo y maestro de la fe, San Esteban, Salamanca, 1999, 165).
3 Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 93, a. 3.
4 Cf. ibid. I-II, q. 82, a. 1; q. 83, aa. 2-3.
5 Cf. ibid. I-II, q. 109, aa. 2, 7.
6 Cf. ibid. I-II, q. 112, a. 4.
7 Para facilitar la lectura y comprensión, en todo el apartado 1.4.5.b. Santo Tomás de Aquino. Breve estudio de su espiritualidad, vamos a emplear el término “alma” en vez de “ánima”.
8 Cf. ibid. I-II, q. 114, a. 8.
9 Cf. V. Cudeiro, “Espiritualidad”, en A. Lobato (dir.), El pensamiento de Santo Tomás de Aquino para el hombre de hoy, vol. III, Edicep, Valencia, 2003, 915-939, 916-197; A. Royo Marín, Los grandes maestros de la vida espiritual, BAC, Madrid, 2002, 207-208.
10 Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 3, a. 1, ad. 1.
11 Cf. Tomás de Aquino, In IV Sent., d. 22, q. 1, a. 2, ad 4.
12 Tomás de Aquino, Summa contra gentiles III, q. 150; cf. Cudeiro, o.c., 916-918.
13 Santo Tomás dedica un tratado a hablar de la caridad: Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, qq. 23-46.
14 Cf. Tomás de Aquino, De Verit., q. 14, a. 5, ad. 6.
15 Cf. Tomás de Aquino, In III Sent., d. 27, q. 1, a. 1.
16 Cf. Cudeiro, o.c., 918-920.
17 Cf. Martínez Juan, o.c., 266-268.
18 Cf. L. S. Cunningham, J. E. Keith, Espiritualidad cristiana. Temas de la tradición, Sal Terrae, Santander, 2004, 209.
19 Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 65, a. 5 c; Summa contra gentiles LIV; Martínez Juan, o.c., 266-268. Cunningham y Keith afirman que la “teología de la amistad” desarrollada por santo Tomás es poco conocida y se la ha prestado poca atención, aunque hay místicos, como santa Teresa de Jesús (Camino de perfección 9,4; 26,1; Libro de la vida 8,5) y san Juan de la Cruz (Noche oscura 2,7,4), que definen en términos semejantes la relación con Dios (cf. Cunningham, Keith, o.c., 210.-
20 Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 26, a. 4, ad 2.
21 Lv 19,18.
22 Mt 22,39/Mc12,31/Lc 10,27.
23 Martínez Juan, o.c., 269.
24 Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 1, a. 1; q. 17, aa. 1, 5.
25 Cf. De perfectione vitae spiritualis, c. 5; Cudeiro, o.c., 920-921. La fe es el “alimento” de la caridad: es su luz reveladora y penetrante de la amabilidad de Dios, que nos hace conocer las manifestaciones de la bondad divina (cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 62, a. 4; H. D. Noble, La amistad divina. Ensayo sobre la vida espiritual según santo Tomás de Aquino, Desclée de Brouwer, Buenos Aires, 1944, 35). A su vez, la caridad da perfección a la fe -y a la esperanza–: “La caridad –dice Noble– robustece la certeza de nuestra creencia, más aún, organiza nuestra vida moral bajo el régimen del espíritu de fe: he ahí su papel y su importante influencia” (Noble, o.c., 119).
26 Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 24, a. 8; Cudeiro, o.c., 921-922.
27 Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 24, a. 8; Cudeiro, o.c., 921-922.
28 Flp 1,23.
29 Este grado lo pueden alcanzar, según santo Tomás, tanto los religiosos como los laicos (cf. S. Tugwell, “La espiritualidad de los dominicos”, en J. Raitt, Espiritualidad Cristiana II. Alta Edad Media y Reforma, Lumen, Buenos Aires-México. 2002,33-47, 43).
Santo Tomás distingue entre perfección absoluta –que es propia y exclusiva de Dios– y la perfección relativa, que puede ser alcanzada por el ser humano (cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 184, a. 2; Royo Marín, Los grandes..., 211-212).
30 Cf. Tomás de Aquino, In I Sent., d. 17, q. 2, a. 3, ad 4.
31 Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 147, a. 2; cf. In Rom., c. 12, lect. 1-2.
32 Cf. Tomás de Aquino, De perfectione vitae spiritualis, c. 8.
33 Cf. Tomás de Aquino, In Phil., c. 3, lect. 2; Summa Theologiae II-II, q. 136, aa.1, 3; Cudeiro, o.c., 922-925. Según Cudeiro: “Se encuentra aquí esbozada la doctrina de la purificación pasiva a que Dios somete a las almas que alcanzan cierta perfección. Esa doctrina será desarrollada ampliamente por los místicos dominicos alemanes M. Eckhart, J. Taulero y E. Susón, quienes, en general, se muestran discípulos de santo Tomás. Nuestro máximo Doctor místico, san Juan de la Cruz, lleva a su máxima expresión esa doctrina, partiendo de los místicos renanos” (ibid., 925).
Cessario nos habla de otra importante influencia de santo Tomás en la escuela renana. Eckahrt retoma y amplia la positiva valoración que santo Tomás hace de lo creado y su empleo como punto de partida para un conocimiento por analogía del orden sobrenatural (cf. R. Cessario, “Tomás de Aquino, Santo”, en L. Borriello, E. Caruana, M. R. Del Genio, N. Suffi (dir.), Diccionario de Mística, San Pablo, 1691-1694, 1692).
34 Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 68, aa. 1-2; Cudeiro, o.c., 925-927; A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, BAC, Madrid, 200210, n. 139. La función específica de cada uno de los siete dones del Espíritu Santo no la vamos a tratar en este trabajo.