Fray Julián de Cos, OP
Siguiendo la cuestión 83 de la II-II de la Suma Teológica, vamos a mostrar un pequeño esbozo de las ideas más importantes que aporta sobre este tema santo Tomás:
¿La oración es acto de la facultad apetitiva?
–a. 1–. Apoyándose en san Agustín(1) y san Juan Damasceno(2), santo Tomás entiende la oración como petición o súplica(3). Además, le aplica el sentido aristotélico: “la razón suplica para obtener lo más perfecto”(4). Así muestra que la oración es un acto de la razón.
Movida por el amor de caridad, la oración tiende hacia Dios de dos maneras. Una por parte de lo que se pide, porque lo que principalmente hemos de pedir en la oración es nuestra unión con Dios(5). La otra manera es por parte de la persona que pide, que le conviene acercarse a Dios mentalmente(6).
Por tanto son dos las definiciones de oración de santo Tomás: “elevación de la mente a Dios” y “petición”(7).
¿Es conveniente orar?
–a. 2–. No oramos para alterar la disposición divina, sino para merecer lo que Dios había determinado darnos desde el principio de los tiempos(8); ni tampoco para informarle de nuestras necesidades y deseos, sino para que nosotros mismos nos convenzamos de que necesitamos de la ayuda divina para tales casos.
¿La oración es acto de religión?
–a. 3–. La oración es un acto propio de la religión pues mediante ella el ser humano muestra reverencia a Dios en cuanto que se somete a él y reconoce que le necesita como autor de los bienes.
¿Se debe orar sólo a Dios?
–a. 4–. Podemos orar directamente a Dios, pues nuestras oraciones han de ordenarse para la consecución de la gracia y la gloria, que sólo vienen de Dios(9). También podemos orar a Dios encomendándonos por medio de santos y personas, para que por sus preces y sus méritos, nuestras oraciones obtengan el efecto deseado(10).
¿Debemos pedir a Dios en la oración algo determinado?
–a. 5–. Ciertamente, podemos llegar a pedir a Dios cosas que nos pueden resultar perjudiciales, como podrían serlo las riquezas(11), pero hay bienes que el ser humano nunca va a usar mal: los que constituyen nuestra bienaventuranza y los que hacen que la merezcamos. El Espíritu Santo nos inspira santos deseos para que pidamos lo que nos conviene(12). Nos conformamos a la voluntad de Dios al pedirle algo que pertenece a nuestra salvación(13).
¿Debe pedir el hombre en la oración bienes temporales?
–a. 6–. Pueden pedirse bienes temporales, no como lo principal, poniendo en ellos nuestro fin, sino como ayudas para avanzar hacia la bienaventuranza, es decir, como medios para nuestra vida corporal y como instrumentos para la práctica de las virtudes.
¿Debemos orar por los demás?
–a. 7–. Debemos pedir bienes para nosotros, por necesidad, y para los demás, por amor al prójimo. Es más grata a Dios esta segunda oración que la que hacemos por necesidad.
¿Debemos orar por nuestros enemigos?
–a. 8–. Es necesario que en nuestras oraciones comunes que hacemos por los demás no excluyamos a nuestros enemigos. Pero el orar en especial por los enemigos es de perfección, no de necesidad, salvo casos especiales.
¿Están formuladas convenientemente las siete peticiones de la oración dominical?
–a. 9–. Dado que, en cierto modo, la oración interpreta nuestros deseos ante Dios, el Padrenuestro no sólo regula nuestras peticiones, determinando lo que es lícito pedir a Dios y el orden en que ha de hacerse, sino también nuestros afectos.
¿El orar es propio de la criatura racional?
–a. 10–. Orar es propio de quien esta dotado de razón y tiene un superior a quien suplicar. Por tanto, no es propio de las Personas divinas orar pues no tienen superior, ni de los animales brutos, pues no tienen razón, y sí lo es de la criatura racional.
Cuando se dice “El que da al ganado su pasto, y a los polluelos de los cuervos que lo invocan”(14), se hace referencia a que los polluelos oran a Dios por el deseo natural que tienen todos los seres, a su modo, de alcanzar la bondad divina. También se afirma que los animales brutos obedecen a Dios por el instinto natural con que son movidos por él.
¿Oran por nosotros los santos del cielo?
–a. 11–. La oración intercesora de los santos que están en el cielo es más cuantiosa cuanto más perfecta es su caridad y es más eficaz cuanto mayor es su grado de unión con Dios.
¿Debe ser vocal la oración?
–a. 12–. La oración pública, la que hacen los ministros de la Iglesia en representación de la totalidad del pueblo fiel, debe ser conocida, y por tanto, ha de ser vocal, en voz alta. Sin embrago la oración privada, la que hace el creyente a título personal, no es necesario que sea vocal. Pero hay tres motivos por los que oramos privadamente en voz alta: para excitar la devoción interior con la que nuestra ánima se eleva a Dios; para que, con todo lo que somos: ánima y cuerpo, paguemos a Dios la deuda que con él tenemos; por cierto desbordamiento del ánima sobre el cuerpo, debido a la vehemencia del amor que sentimos por Dios.
No es lícito orar en público buscando notoriedad. Por eso, al orar públicamente no debemos hacer nada que llame la atención(15).
¿Es necesaria la atención durante la oración?
–a. 13–. La necesidad de la atención en la oración depende del efecto de la misma: cuando es el mérito, la virtualidad de la intención con que acudimos a la oración la hace meritoria, no necesitando la atención de principio a fin; cuando se busca impetrar –pedir eficazmente una gracia-, basta también con la primera intención, que es en la que principalmente se fija Dios; sin embargo, cuando el efecto es la refección espiritual del ánima, es decir, su alimento o reparación, es necesario la atención durante toda la oración.
Hay tres tipos de atención en una oración: a las palabras, para no decir cosas erróneas; al sentido de las palabras; y al fin de la oración, que es Dios y aquello por lo que se ora. Ésta última es la más necesaria y la pueden tener incluso los más ignorantes. A veces, esta atención que eleva al ánima, olvida todo lo demás(16).
Hay que tener en cuenta que la debilidad humana hace que el ánima del orante no pueda estar largo tiempo en las alturas espirituales, pues, con el tiempo, comienza a divagar. Cuando el orante se distrae por despiste, no se pierde el fruto de la oración. Pero otra cosa es distraerse a propósito, lo cual es pecado y comporta la pérdida del fruto de la oración.
¿Debe ser larga la oración?
–a. 14–. Podemos hablar de dos modos de oración: de la oración en sí misma y de la oración en su causa. Si bien la primera no es posible hacerse continuamente porque tenemos que atender otros quehaceres, la segunda sí, pues la causa de la oración es el deseo de la caridad, del cual debe proceder nuestra oración, y ese deseo debe ser continuo en nosotros.
Cuando buscamos orar por largo tiempo, no ha de hacerse a base de muchas palabras sino manteniéndonos especialmente interesados por el deseo de la oración.
Hay tres modos de orar continuamente: deseándola sin interrupción(17); no omitiendo la oración en los tiempos señalados; por el efecto conseguido, ya en el orante, que se siente más devoto tras la oración, ya en otras personas, cuando con sus beneficios las mueve a rogar por él, aun en aquel tiempo en que el orante ha dejado de orar.
¿Es meritoria la oración?
–a. 15–. La oración, como acto virtuoso, tiene valor meritorio en cuanto que procede de la raíz de la caridad, cuyo objeto propio es el bien eterno del que merecemos gozar. La oración procede de la caridad por medio de la religión, de la que es acto.
En la oración, la petición es eficaz cuando se cumplen estas cuatro condiciones: pedimos por nosotros mismos, pedimos cosas necesarias para la salvación y lo hacemos con piedad y con perseverancia.
¿Consiguen algo de Dios con su oración los pecadores?
–a. 16–. Dios, por misericordia, no atiende la oración del pecador cuando éste busca el pecado. En ocasiones la atiende para castigarle. Pero cuando el pecador se guía por su buen deseo natural y cumple las cuatro condiciones antes mencionadas(18), misericordiosamente Dios se aviene a atender su oración.
¿Está bien dicho eso de que las obsecraciones, “oraciones, peticiones y acciones de gracias”, son las partes en que se divide la oración?
–a. 17–. Son necesarias tres cosas para orar: que el orante se acerque a Dios; que haya una petición, ya sea concreta –postulación– o indeterminada –súplica-; y que tanto por parte de Dios como de la persona, haya una razón para alcanzar lo que se pide: por parte de Dios es su santidad, por parte del orante es la acción de gracias(19).
1 Santo Tomás cita a Agustín de Hipona, De Verb. Dom., pero la nota crítica de la Suma Teológica de la edición que estamos manejando (BAC, 1994) pone: Rabano Mauro, De Univ., 1.6 c.14: PL 111,136.
2 Juan Damasceno, De fide orth., 1.3 c.24: PG 94,1089.
3 Según santo Tomás, aunque no pidamos nada concreto a Dios, cuando oramos es muy importante tener una actitud interior de súplica.
4 Aristóteles, I Ethic, C. 13, n. 15.
5 Cf. Sal 26,4.
6 Cf. Pseudo Dionisio Areopagita, De div. nom., c.3 § 1: PG 3,680; Juan Damasceno, De fide orth., 1.3 c.24: PG 94,1089.
7 Como vemos ambas definiciones las toma de san Juan Damasceno que es el más aristotélico de los Padres.
Estos modos de definir la oración los seguirán los tomistas. En cambio, otras corrientes como la agustiniana, franciscana y la carmelitana, incluirán en la definición de oración el aspecto afectivo (cf. S. Gamarra, Teología espiritual, BAC, Madrid, 20003, 162-165).
8 Cf. Gregorio Magno, L.1 c.8: PL 77,188.
9 Cf. Sal 83,12.
10 Cf. Ap 8,4.
11 Cf. Máximo Valerio, Dictorum et factorum memorabilium epitome, Giardi, Pisa, 1986, 1.7 c.2 (DD 731).
12 Cf. Rom 8,26.
13 Cf. 1 Tim 2,4.
14 Sal 146,9.
15 Cf. Ps. Crisóstomo, Op. imperf. in Mt. homil.13 super 6,5: PG 56,709.
16 Cf. Hugo de San Víctor, De modo orandi, c.2: PL 176,979.
17 Cf. II-II, q. 83, a. 13, c.
18 Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 83, 15, ad. 2.
19 Cf. Postcom. de la feria 6 de las Témporas de septiembre: Orden de los Frailes Predicadores, Missale SOP (Gullet, M. E., ed.), Hospitio Magistri Ordini, Roma, 1933, 207; y en la misa Sacerdotes tui de conf. pontif.: ibid., 16*.