Creció como carpintero y en medio de los juegos y danzas vascas. San Valentín se dejó conducir por su fe, que lo llevó hasta las tierras del Extremo Oriente. Su vida llegó a ser semilla de nuevas comunidades cristianas.
Síntesis biográfica
San Valentín de Berrio-Ochoa nació en Vizcaya, España, en febrero de 1827. Fue hijo de un carpintero, en cuyo taller aprendió el arte del trabajo con la madera. Fue monaguillo en el monasterio de Santa Ana de las monjas dominicas. Desde muy pequeño se caracterizó por su piedad y carácter afable.
Tras superar grandes dificultades, fue ordenado presbítero en junio de 1851 como parte del clero diocesano. Se empezó extender su fama de santidad y era descrito como «hombre de oración con un corazón de ardiente caridad». Los primeros años ejerció su ministerio de modo especial con los obreros. Sin embargo, desde muy joven deseaba vivir las hazañas de los misioneros dominicos en Vietnam. Sintió la llamada de Dios a ingresar en la Orden de Predicadores. Vistió el hábito dominico en octubre de 1853 en el convento de Ocaña.
En diciembre de 1856 recibió la misión de evangelizar en Tonkín, Vietnam. Tras cinco meses de viaje, llegó a Manila en junio de 1857. Después de aprender la lengua local, empezó su misión de predicador en lugares difíciles, descalzo, en barrizales y, muchas veces, en la oscuridad de la noche.
Recibió la ordenación episcopal el 27 de junio de 1858. Empezó como obispo auxiliar, pero sumió el gobierno del rebaño dos semanas después tras el martirio del obispo titular. A pesar de las constantes amenazas, decidió quedarse junto con algunos más. Fueron capturados y martirizados en octubre de 1861.
¿Qué nos dice hoy?
La vida de san Valentín es un hermoso ejemplo de confianza en Dios. La publicidad y los medios masivos de información pretenden imponer modas y expectativas, pero la propuesta de vida del Evangelio es capaz de abrir horizontes insospechados.