- Oleo sobre lienzo.
- Siglo XVII.
- Medidas: 146 x 100 m.
- Museo del Convento de PP. Dominicos, Caleruega.
La enunciación del título predispone a una escena un tanto atípica, que el pintor quiere darle unidad conceptual y pictórica aunque no lo consiga. La composición rezuma un aire de primitivismo. La Virgen y Santo Domingo centralizan la atención, donde cada uno de los cinco santos ocupan las parcelas asignadas. La Virgen y los Santos están pintados a escala proporcional distinta de Santo Domingo. Sitúa la escena en un clima etéreo, entre celeste y dorado con una organización de formas diversas que separan a sus integrantes. Cada uno ocupa su lugar sobre bancos de nubes irregularmente distribuidos. La parte alta se reserva para la Virgen María, sentada entre nubes, como Madre de la Orden de Predicadores, vestida con túnica oscura y manto azul. Su rostro dibuja una forma ovalada, con la mirada hacia abajo, y la cabellera que cae sobre sus hombros. Tiene las manos extendidas, haciendo la presentación del hábito de los Dominicos, no muy bien definido. A ambos lados, dos ángeles en vuelo acrobático coronan a la Virgen como reina. De los antebrazos y manos de los ángeles cuelgan diversos rosarios. A los extremos de la Virgen, se inicia las distribución jerárquica de los santos dominicos. Todos toman parte en la escena, mirando hacia el centro. Iniciando su lectura por la derecha, el primero es San Pedro de Verona, mártir de la fe, mantiene con las dos manos un estandarte sobre el que se lee el lema distintivo de su vida: FIDES. En el lado opuesto, se encuentra San Antonino de Florencia con la mitra episcopal sobre su cabeza y el letrero: PAUPER. A la derecha, figura Santo Tomás de Aquino, con el letrero escrito: SAPIENTIA. A la izquierda, aunque ligeramente más elevado, se halla San Vicente Ferrer y la palabra que lo identifica: IUDICIUM. Finalmente, en el ángulo izquierdo bajo, Santa Catalina de Siena con el epígrafe: COR MUNDUM. Toda esta galería de santos, enmarca la imagen de Santo Domingo, de pie, sobre nubes, que se dispersan entre los diversos santos. Es el protagonista de la composición, por la proporción que le ha concedido. Mantiene con la mano derecha la cruz patriarcal y la izquierda un libro abierto. A sus pies, se revuelve el perro con la tea, mirando hacia él. Toda la pintura adolece de indefinición iconográfica, de primitivismo, y de deficiencia de dibujo.