El 2016, celebraba la Orden de Predicadores la aprobación por papa Honorio III del proyecto de Domingo y sus hermanos, en la ciudad de Tolosa (Francia). Eran pocos, unos 16, que se dedicaban a la predicación del Evangelio en la diócesis tolosana, al modo de los Apóstoles: itinerantes, a pie y en pobreza evangélica. El grupo, con la ayuda del obispo Fulco de Tolosa y el convencimiento del papa se expandió, ya a primeros meses de 1217, como una Orden de Predicación universal de frailes y monjas.
El año pasado de 2018, Segovia celebraba el octavo aniversario de la presencia de santo Domingo en la ciudad y la fundación del primer convento de frailes dominicos en España. Fue en diciembre de 1218.
Ahora, en 2019, el monasterio de dominicas de Santo Domingo el Real de Madrid, se dispone a celebrar el VIII centenario de su fundación, con los privilegios de ser el primero y único que Domingo de Guzmán fundó en España, de la rama femenina, y el segundo de los fundados por el Santo en el mundo.
Sin duda, será una celebración discreta, humilde y sencilla. Los tiempos han cambiado mucho. Ya ha quedado atrás, y muy lejos, la grandeza del monasterio de siglos pasados: cuando entraban en religión nietas de reyes, infantas y jóvenes de la alta nobleza o se mandaban enterrar en su iglesia y capillas; cuando los reyes lo tomaban bajo su protección, lo visitaban y le hacían grandes donaciones, hasta convertirlo en un señorío conventual de gran fuerza económica y darle el título de “Santo Domingo el Real”; cuando florecían entre sus muros ejemplos de santidad que atraían por su fama al pueblo madrileño; cuando el número de monjas era de 55 y más. Incluso, ya queda lejana hasta la misma ubicación del monasterio fundado por santo Domingo: ni rastro ha permanecido de él. Pocos madrileños actuales relacionan la Plaza de Santo Domingo y la Cuesta de Santo Domingo, en pleno centro madrileño, con el antiguo monasterio de dominicas. Desde 1869, en que fue saqueado y demolido el convento, y expulsadas las religiosas, ha pasado mucho tiempo y muchos avatares. Toda su historia y su vida monástica han quedado demasiado lejos.
Sin casa propia, las monjas fueron acogidas por sus hermanas dominicas del monasterio de Santa Catalina de Sena, en la calle Mesón de Paredes, hoy día en Sanchinarro. Allí vivieron hasta que una mano generosa, la familia Maroto-Polo, en 1882, les construyó el nuevo monasterio con el mismo título de antaño «Santo Domingo el Real», en la calle Claudio Coello, 112, que es el actual. La continuidad con la fundación de Domingo de Guzmán se realiza, no con el mismo edificio ni con la misma ubicación, pero sí con el resto de las hermanas que se vieron forzadas a abandonar la casa construida en el pequeño Madrid de 1219, y con el mismo espíritu que Domingo les inculcó.
El nuevo y actual monasterio conoció también momentos de cierto esplendor, no como el de antaño, pero desde 1886 mantuvo una comunidad de 30 religiosas y fue vicaría provincial, con residencia de frailes que atendían y asesoraba, también como en los antiguos tiempos, espiritual, cultural y económicamente a la religiosas. En la actualidad solo quedan 7 monjas. Ellas siguen confiando en la protección de santo Domingo de Guzmán, su fundador, para salir reforzadas en su esperanza y en su testimonio de vida cristiana contemplativa, para la ciudad de Madrid, pequeña, pequeñísima, cuando se fundó su convento e inmensa en la actualidad.