El Señor, por su cuenta, os dará una señal…

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El Señor, por su cuenta, os dará una señal…


Reflexión para el tercer Domingo de Adviento


Señales… Me sobrecojo, en este final de Adviento, ante una guerra cruel a la vuelta de la esquina. De años y muertos, que arrastra una cadena cuyo origen me desborda. Más violencia. Corrupción. Apatía y desesperanza. Falta de compromiso, que también identifico en mí. Nadie levanta la voz para romper con un fuerte grito de rebeldía tanto silencio cómplice. Siempre igual. Y Tú te empeñas en seguir diciendo que hay señales, que las sigues poniendo. Tus señales…

Os dará una señal… La quiero ver en los medios que pregonan las informaciones de última hora, en los analistas que diseccionan el presente para explicar lo que va a llegar, o en los líderes espontáneos que surgen por doquier. En la tele, en el cielo, o en Internet. Donde se publica lo importante… Pero voy perdiendo la esperanza de que llegue algo nuevo, y me dejo llevar por la decepción de los demás.

Hay señales… Ya están puestas. Y quizás porque siempre estuvieron ahí desde que Tú las dejaste, me he acostumbrado a no verlas. La señal, que por naturaleza pasa desapercibida, necesita que aprenda su lenguaje. Siempre más profundo, más fino, más sugerente y silencioso. Porque la señal es sólo una puerta que me abre, si acierto con la llave, a una realidad en la que Tú estás en todo… Hay señales, pistas de esperanza, a veces escondidas en la vida diaria, que me empujan a dar pasos, siguiendo un camino alternativo hacia ti…

Pusiste una señal. Fue en un Israel amenazado de guerra. Cuando las armas estaban dispuestas para disparar, una madre daba a luz un bebé. Y repetiste el gesto cuando el emperador romano hacía números y se frotaba las manos pensando en sus impuestos. Una madre primeriza besaba a su hijo recién nacido en un establo, sin que nadie se percatara de la señal. En lo más sencillo, en lo más humano, has dejado tu huella; en esas experiencias vitales que atraviesan la Historia y a las que no damos importancia. En los rostros que no miramos, o en las palabras que oímos sin escuchar tu melodía más hermosa. Sí, no dejas de comunicarte cuando se habla de futuro y de esfuerzo, de sueños y esperanzas, de justicia y paz, de misericordia y fraternidad. Cuando te dejas ver en los pequeños, tus señales preferidas…

Pido una señal. Y me mandas miles a diario, aunque esté miope y siga exigiendo lo que yo quiero ver; a mi manera, que no a la tuya. Me entreno en descifrar cómo escribes en mi historia con un lenguaje de ternura, de confianza absoluta, de amor sin límites, de futuro mejor. De caminos que se abren, y heridas que duelen menos, y compromiso con el otro. Quizás no te deba pedir, como el viejo rey, que me des una señal: dame, más bien, la capacidad de verte en lo interior y lo distinto, de creer y confiar en lo pequeño, de tener la certeza de que no dejas de estar sorprendiéndome en lo más escondido de lo humano.

Al finalizar este tiempo de Adviento, ¿qué señales de Dios y de su Reino puedo descifrar en la realidad social en la que me muevo? ¿Soy capaz de reconocer su importancia, apostar por ellas y cuidarlas, o las rechazo como otros muchos? En mi propia vida, ¿detecto las huellas de Dios? ¿Me atrevo a diseñar un itinerario de su paso por mi historia personal? ¿Diviso hacia dónde me van conduciendo esas señales en mi futuro?

Fray Javier Garzón