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No es una necesidad solo de nuestro tiempo, siempre ha sido saludable tomar distancia, ser espectador y analizar, tomar conciencia de la vida que vivimos, de los datos que manejamos, de los valores en los que creemos y de las valoraciones que concedemos, de nuestra realidad: la de cada uno y de todo lo que le rodea.
Sentarse a la mesa todos juntos para comer, para charlar, para resolver conflictos, para diseñar proyectos, para firmar compromisos, por razones materiales. Sentarse a la mesa por razones vitales, unos a otros nos enriquecemos cuando compartimos, estamos juntos, alimentamos las propias necesidades: presencia, hospitalidad, compañía, palabra, cuidado, afecto y amistad.
En las ciudades, somos testigos de la realidad de hombres y mujeres durmiendo en la calle, en los portales de comercios y bancos, en los espacios hondos de las entradas de los edificios, ahí se montan, con cartones, su zona para descansar, para protegerse… todo lo verán desde el suelo y hace mucho frío.
Hablar de fidelidad hoy es exagerado, se puede opinar, cuando nos movemos en una cultura de “usar y tirar”, de ahí el comentario: “¡La fidelidad está sobrevalorada!”
No se puede bajar el listón, no conviene conformarse con mínimos; acomodarse tiene peligro. No es una paranoia plantearse la superación de las propias capacidades y, consecuentemente, el crecimiento personal y que los valores estén presentes en nuestro vivir. Aprender de la experiencia, avanzar en el propio trayecto vital. No quedarse inmóvil por el conformismo y la fatalidad ¡Qué le voy hacer! ¡Soy así! Uno es lo que quiere ser. Los errores son oportunidades.