«Oigo en mi corazón una voz que dice: "Busca mi rostro"» (Sal 27)
No escuchamos sólo con nuestro oído. Nuestro cuerpo también escucha. Una palabra, cuando encuentra un cuerpo abierto, se extiende por el. El silencio crea una resonancia en la Palabra. Después de hacer silencio se escucha mejor. El silencio es un vacío y se hace presente una plenitud. Sólo el vacío puede dar resonancia. No se puede cantar con la boca llena. Es necesaria la capacidad de escucha.
El oído no selecciona. La vista es más selectiva. El oído se entera de todo. Del canto del pájaro y del silbido del viento. El silencio es necesario para seleccionar la Palabra y para decir lo que el salmista. Oigo en mi corazón una voz.
Para escuchar es necesario el afecto. Nuestra escucha es inmensamente provocadora. La escucha inspira al otro. Si escuchas, desatas las vallas del otro y provocas su palabra.
La Palabra, si nos toca y nos hiere, nos puede acompañar eternamente. Busca la Palabra que habita en tu corazón. No la busques fuera. De alguna manera ya está dentro. Escúchala. Lo que hace la Palabra es despertar algo que ya está dentro de nosotros. Por el silencio uno aprende a escuchar sin anticipación. No adelantarnos a la palabra es buena cosa. No decir antes de tiempo lo que el otro nos tiene que decir.
La música es después de escucharla. La música se celebra después de que el sonido se haya consumido. La Palabra es después que ya ha concluido el sonido. La escucha pide una atención total y llena. No estamos acostumbrados a la escucha porque todo nos reclama. Y es una pena porque a la música se la profana si no se la escucha. Hemos de ser pura escucha. La escucha no tiene otra cosa que hacer sino escuchar. Escuchar sin influir sobre lo que nos llega.
Hay que dejar nadar al pez; volar al pájaro; a la Palabra que suene. Id aprendiendo esto. ¡Qué bueno es no influir en nada! Como en la respiración. La palabra es toda ella una acción. La palabra que resuena dentro de nosotros es una presencia llena de dinamismo. Pero hay que dejarla libre para que resuene.
Dios tiene una palabra sola: Jesús. La simplicidad de Dios es manifiesta. Y es que en una Palabra pueden florecer las demás. Basta escuchar una palabra para que ella vaya madurando. Una palabra que recoja siempre nuestro silencio y nuestra atención. La Palabra nos buscará a nosotros. No la manipulemos. En el silencio nos puede encontrar. Una palabra breve es mejor. Una vez encontrada no reflexionemos sobre ella. Hacerlo es separarse de ella.