El Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II ha modificado la espiritualidad con la vuelta a las fuentes, sus repercusiones en la liturgia y en la relación con otras religiones


Los grandes cambios sociopolíticos que sobrevinieron tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la no beligerancia antieclesial por parte de los países democráticos, provocó que en el seno de la Iglesia hubiese cada vez más personas que considerasen que las nuevas circunstancias hacían innecesario y perjudicial que ésta siguiese enclaustrada en el pasado.

Lo cierto es que la religión católica había quedado, en cierto modo, desfasada: lo dictaminado por el Concilio de Trento (1545-1563), que en buena medida seguía vigente, no era capaz de dar respuesta a la nueva sociedad de la posguerra. Por ejemplo, no se entendía por qué el latín, una lengua muerta, tenía que seguir siendo el idioma en el que se celebraba la Eucaristía en todo el mundo.

Estando así las cosas, san Juan XXIII (1881-1963), elegido Papa en 1958, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II y para ello se apoyó en los teólogos de la Nouvelle Théologie, algunos de los cuales habían sido sancionados años atrás por la Santa Sede por ser demasiado «aperturistas». Como veremos más adelante, el Concilio implantó grandes cambios en la Iglesia, de tal forma que la introdujo en la sociedad actual y abrió su teología al pensamiento contemporáneo.

¿Por qué se produce la vuelta a las fuentes?

El Concilio Vaticano II tuvo lugar entre los años 1962 y 1965. El anciano Papa san Juan XXIII falleció en 1963 y fue sustituido por Pablo VI (1897-1978), que llevó el Concilio a su término. Éste se centró en la vida interna de la Iglesia y en su misión en el mundo. Y se apoyó en esta clave: la vuelta a las fuentes. Después de más de 19 siglos de historia, el Concilio consideró que era necesario retornar a los orígenes fundacionales de la Iglesia. Es ahí donde el pueblo fiel debe asentar su relación con Dios. Veamos a continuación los principales aportes a la espiritualidad de los documentos conciliares.

¿Cuáles fueron los principales aportes del Concilio Vaticano II a la espiritualidad?

En la Constitución Dei Verbum se afirma que la Sagrada Escritu­ra es la «norma de las normas». Es la Palabra de Dios y, por tanto, está por encima de la Iglesia jerárquica y del pueblo fiel. Como resultado, tras el Concilio la Iglesia decidió permitir al pueblo fiel leer la Biblia en su lengua nativa, aunque insiste en que es el Magisterio el que la interpreta correctamente. Gracias a ello, todos podemos ahora acudir directamente a la Palabra de Dios para meditarla, orarla, interiorizarla y hacerla vida.

La Constitución Sacrosanctum Concilium es fruto del Movimiento Litúrgico iniciado en el siglo XIX. En ella se afirma la importancia de la liturgia como fuente de la que dimana la fuerza de la Iglesia y, a su vez, es cumbre de su actividad. Tras el Concilio se va a permitir a las Conferencias episcopales elaborar formas litúrgicas diferenciadas, reemplazando el latín por las lenguas nativas. Ello le da a la liturgia una cierta capacidad de adaptación a las circunstancias particulares de cada región. Esto, ciertamente, ha ayudado mucho al pueblo fiel a compartir su experiencia de Dios en comunidad.

El Concilio define a la Iglesia como «Pueblo de Dios» y «Cuerpo místico de Cristo». La Iglesia es una comunidad que se encamina unida hacia la plenitud del Reino de Dios. Dada su «catolicidad» –es decir, su universalidad–, en el seno de la Iglesia hay una gran diversidad de culturas y mentalidades que la enriquecen como comunidad. Tras asumir esta realidad en el Concilio, la Iglesia ha ido perdiendo desde entonces su carácter típicamente europeo y occidental, y se ha universalizado.

El Concilio Vaticano II ha dado pie a un importante diálogo ecuménico

El Concilio afirma que todos los cristianos somos llamados por igual a la santidad. Esto acaba definitivamente con la separación de la ascética y la mística, que surgió en el siglo XVII y que consideraba que la mayoría del pueblo fiel estaba menos capacitado para relacionarse místicamente con Dios y para ser santo. Asimismo, da un gran valor a la forma de vida laical, pues, efectivamente, los laicos están llamados a santificar el mundo en el que viven inmersos.

También se aboga por tender lazos de unión con las Iglesias separadas: ortodoxas y protestantes. Se da así comienzo a un importante diálogo ecuménico. De igual modo, la Iglesia se abrió a lo mucho que pueden aportar otras religiones, pues «reflejan […] un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (Nostra aetate, 2). Pero el Concilio también deja claro que nunca hay que perder de vista que Jesús es el Hijo de Dios, el verdadero «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6). Asimismo, el Concilio también nos anima a enriquecer nuestra fe y espiritualidad con todo lo bueno que hay en el pensamiento contemporáneo. Pues bien, gracias a esta apertura, la espiritualidad cristiana se ha enriquecido mucho, como ya lo hizo en la Antigüedad cuando se abrió al pensamiento grecorromano.

¿Cómo influyó la Revolución del 68 en la aplicación del Concilio Vaticano II?

Hay un acontecimiento que influyó mucho en la aplicación del Concilio Vaticano II: la Revolución del 68, emprendida por jóvenes del mundo occidental que habían nacido tras la paz de 1945 y no compartían los valores de sus padres, los cuales habían sido moldeados por las penurias de la guerra y el duro trabajo de reconstruir su país. Éstos encarnaban un mundo «arcaico» en el que los jóvenes no encajaban.

Esta situación estalló en 1968, primero en Checoslovaquia –en la Primavera de Praga–, después en París –en el Mayo del 68– y de ahí se extendió por otros muchos países. En todos ellos, los jóvenes protestaban contra el poder y el estatus establecido.

Esto se hizo sentir en el seno de la Iglesia, ya que los cambios introducidos por el Concilio Vaticano II fueron interpretados en clave de Revolución del 68 en algunos ámbitos de la Iglesia. Esto provocó ciertas exageraciones y desatinos. Como reacción a todo ello, el cardenal francés Marcel Lefebvre (1905-1991) fundó en 1970 la Hermandad Sacerdotal San Pío X, la cual rechaza el Concilio Vaticano II y se guía por ideas integristas que propugnan la aplicación inflexible de la doctrina católica anterior a este Concilio. Fue declarada cismática en 1988 por la Santa Sede y, a pesar de los muchos esfuerzos que los Papas han hecho para reintegrarla en el seno de la Iglesia católica, aún sigue separada.

¿Cuáles son los aspectos más destacados de la espiritualidad posconciliar?

Veamos ahora, a grandes rasgos, algunos puntos positivos y negativos de la espiritualidad posconciliar.

  • Ciertamente, la apertura a todas las culturas, saberes y religiones, ha beneficiado mucho a la espiritualidad. Pero también hay que reconocer que ha habido excesos, sobre todo porque a veces se han relativizado demasiado los fundamentos de la fe.
  • Desde siglos atrás, la teología y la espiritualidad en la Iglesia católica venían girando fundamentalmente en torno a Cristo y su Padre Bueno, pues gracias al Concilio la figura del Espíritu Santo recuperó su lugar primordial.
  • También se produce una especie de «desacralización» de la espiritualidad. Si antes se pensaba que los sacerdotes y los religiosos estaban más «cerca» de Dios, y que todo creyente debía orar ayudándose de lugares, objetos o textos «sagrados», a partir del Concilio Vaticano II la Iglesia nos dice que todos por igual podemos orar a Dios, dependiendo de nuestras circunstancias, siempre que lo hagamos «en espíritu y verdad» (Jn 4,23). Esto ayudó a superar el ritualismo y el puro cumplimiento e hizo más vivencial la espiritualidad. Por desgracia, en esto hubo también muchos abusos, sobre todo litúrgicos.
  • A nivel artístico, se ofrece una imagen de Jesús, María y los santos muy adaptada a la mentalidad actual. Se resalta su aspecto humano, cariñoso y cercano. Incluso se dibujan comics y viñetas de contenido religioso, pensando sobre todo en los niños y los jóvenes.
  • Por su parte, la vida religiosa hizo un gran esfuerzo en retornar a sus fuentes, es decir, a la espiritualidad de sus fundadores. También tuvo que adaptarse a lo dictaminado por el Concilio y al mundo actual. Todo esto obligó a los Institutos religiosos a modificar su legislación y, por tanto, a reformarse.
  • Lo comunitario pasó a ser muy importante, de tal forma que reemplazó en parte a lo institucional. La referencia de los religiosos y los laicos dejó de ser la Iglesia o el Instituto religioso en tanto que institución, y pasó a serlo la parroquia o el convento en tanto que comunidad.
  • Se le dio una gran importancia a los más necesitados. La «opción preferencial por los pobres» se convirtió en un valor fundamental. Ciertamente, esto ayudó a que la Iglesia se resituase evangélicamente. Pero desgraciadamente hubo quienes lo politizaron, lo que obligó al Magisterio a poner límites.
  • La liturgia se flexibilizó, se modernizó y se acercó al pueblo fiel.
    • La Eucaristía se celebra ahora en la lengua nativa de los asistentes y el sacerdote celebra de cara al pueblo. A partir del Concilio se ve normal –y bueno– comulgar cada vez que se asiste a la Eucaristía, aunque sea diariamente, siempre que la persona no considere que ha cometido un grave pecado que necesite ser perdonado en el sacramento de la Reconciliación.
    • Por otra parte, la oración comunitaria se simplifica y también se hace en la lengua nativa. Esto ayuda mucho a compartir la fe y la experiencia de Dios. Pero, por desgracia, en la liturgia se hicieron a veces cambios demasiado drásticos o, incluso, faltos de sentido. Por eso la Iglesia tuvo que tomar medidas para reencauzar la liturgia.
  • Ante la modernización de la liturgia, la piedad popular pasó a ser considerada como algo «anticuado» y «desfasado». Ello provocó que entrase momentáneamente en crisis, lo cual se aprovechó para depurarla y mejorarla. Pero, desafortunadamente, también se eliminaron elementos valiosos que al pueblo fiel le ayudaban espiritualmente. Esto también lo sufrió la devoción a María. Además, hubo quien consideró que la piedad mariana era un obstáculo para el diálogo ecuménico con los protestantes. Afortunadamente, pasados unos años, el sentido común se ha impuesto, y la piedad popular y la devoción a María han recuperado fuerza entre el pueblo fiel.