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Homilía Domingo séptimo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ Mirad que realizo algo nuevo. Ya está brotando, ¿no lo notáis? ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Mi reflexión irá pasando, sucesivamente, por cada una de las lecturas de hoy, sin otra intención que dejar que resuene su eco, al menos en parte, para terminar sin concluir en algunas preguntas cercanas a nuestra vida.
La promesa que viene de Dios
El horizonte del autor de la primera lectura no rebasaba, probablemente, los límites cronológicos de la caída del imperio de Babilonia. La acción de Ciro se interpreta aquí en clave teológica, como un momento más de la liberación histórica del pueblo de Israel por intervención divina. A los desterrados, que conocían el relato del desierto, el profeta dirige una palabra de esperanza, animándolos a seguir confiando: abriré de nuevo un camino por el desierto, no penséis sólo en el pasado.
Y esta promesa de liberación inminente no responde a ningún merecimiento por parte del pueblo, que se ha olvidado hasta de invocar al Señor y se ha dejado seducir por el panteón de Babilonia; ni siquiera ha sido capaz de mantener la fidelidad a los ritos externos y a los sacrificios que podían recordarle su alianza con él. No es tu vida la que se ha hecho acreedora a la salvación, dice el Señor: te salvaré por mi amor, borrando tus culpas y no acordándome de tus pecados.
¡Dios me es testigo!
Algo muy importante debía estar en juego, para que el apóstol se atreviera a poner a Dios por testigo, y no le bastara –como indicaba el libro del Deuteronomio- la palabra de dos o tres hombres para resolver con su testimonio el litigio entre dos partes. Lo de menos es aquí que los corintios pusieran en duda la validez de los motivos por los que Pablo aplazó en viaje de Éfeso a Corinto. Lo grave en este caso es que, con tal pretexto, se ponga en entredicho la firmeza de la palabra evangélica y se desnaturalice su sentido.
Como los profetas, el apóstol puede dirigirse a sus oyentes con autoridad. Como ellos, tiene conciencia de haber recibido una palabra y de estar asistido por Dios para anunciar una iniciativa divina que se cumple en el mundo y en la historia de los hombres. El “sí” de Dios en Jesucristo no admite componendas, no es adaptable sin más a cualquier situación para evitar las molestias derivadas de su misma proclamación. Testigo de ello, Pablo invoca el aval divino, cuya iniciativa nos permite a los creyentes responder “Amén”: “Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él... ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu”.
El sí en Jesucristo
El texto del evangelio inicia una serie de episodios de la predicación de Jesús que, en la composición literaria de Marcos, presentan un escenario contradictorio. Por una parte, la admiración de muchos ante sus acciones poderosas y la novedad de su palabra: “se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: nunca hemos visto una cosa igual”. De otra, se enfrenta a la incomprensión y a la oposición de los jefes espirituales del pueblo: “¿Cómo se atreve a hablar así?”. Al final de estos relatos, el evangelista resume la reacción de los dirigentes judíos: “En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarlo”.
Dejando ahora al margen la dramatización literaria, que el evangelista ha impreso a esta parte de su relato, una lectura directa nos orienta en la misma dirección de los dos textos anteriores. Jesús propone la Palabra y, enfrentado a una circunstancia concreta como fue la presencia de un paralítico, despliega el sentido y el valor de esa Palabra: ofrece ante todo la reconciliación con Dios que él mismo encarna y al mismo tiempo hace ver que, al ofrecer el perdón de los pecados en la cercanía del reino de Dios, esta gracia es capaz también de sanar de otros males.
La ambigüedad de los signos de Dios
La lectura anterior no es un ejercicio de interpretación bíblica, sino una lectura intencionada, por más que haya pretendido ser respetuosa con los textos. Leemos y proclamamos la Escritura porque seguimos creyendo que el “Sí” de Dios en Jesucristo llega a nuestro tiempo y a nuestras vidas. Por eso siguen siendo fuente de inspiración y referencia necesaria. Desde esta convicción común de la Iglesia podemos aún seguir recordando las palabras de siempre y preguntándonos en qué medida nutren nuestra vida y somos capaces de ofrecerlas a otros.
Tratemos de tener algo de la confianza de Pablo. En Cristo Jesús, Hijo de Dios, no hubo primero un “sí” y luego un “no”; en él todas las promesas recibieron un “sí” y por él podemos seguir respondiendo: “Amén”. No estoy nada seguro de que la cultura que nos rodea vaya en esa dirección, cada vez más alejada de una palabra creadora, que recuerda al hombre su origen y de su destino. Sobre este horizonte de esperanzas disminuidas, el discípulo de Jesús ha de dejar caer a lo largo del camino, en su centro o en las orillas, una palabra de sentido.